SAMUEL HADAS
«Las relaciones entre católicos y judíos no son el encontrarse de dos antiguas religiones, cada una en su distinto camino, que en el pasado han estado en un penoso conflicto; son más bien el encuentro entre hermanos…» (Juan Pablo II).
Juan Pablo II ha sido el Papa que puso a la Iglesia Católica frente a sus responsabilidades históricas con los judíos. Presentó el Jubileo del año 2000 como una ocasión para examinar al lado oscuro de la historia. Lo que Eugene Fisher, responsable de las relaciones con los judíos de la Conferencia Episcopal norteamericana, ha llamado la peregrinación de la reconciliación del Papa Juan Pablo II, comenzó prácticamente al inicio de su papado y culminó con su visita a Tierra Santa en marzo del 2000. La Santa Sede intentó desde un primer momento subrayar el carácter esencialmente espiritual de la visita, pero difícilmente puede imaginarse evento más político. El peregrinaje de Juan Pablo II a Tierra Santa abrió una nueva etapa en el proceso de reconciliación entre católicos y judíos, comprometiéndose a una auténtica fraternidad con el pueblo del Libro. Dejó un mensaje de reconciliación y paz a una tierra atormentada por un largo conflicto y atravesó con maestría el peligroso campo minado de sensibilidades políticas y religiosas que tuvo que cruzar.
El Papa Juan Pablo II a lo largo de su papado ha sabido dar grandes e importantes pasos en las relaciones de la Iglesia Católica con el Pueblo Judío y el Estado de Israel modificando gradualmente la sensibilidad de la Iglesia. Recordemos su insistencia en acentuar las raíces judías del cristianismo así como sus condenas del antisemitismo. La Shoah, el Holocausto, es para el Papa un crimen que permanecerá como un estigma indeleble en la historia del siglo XX. Recordemos su histórica visita a la gran sinagoga de Roma, la primera de un Papa a un templo judío. Tuvieron que transcurrir muchos siglos para que un pontífice se decidiera a franquear los pocos centenares de metros que separan a la gran Sinagoga y al Vaticano, a uno y otro lado del Tíber. Recordemos también el establecimiento de relaciones diplomáticas con el Estado de Israel. Dicho paso fue recibido con entusiasmo: «un evento histórico», «un acuerdo inédito», «Wojtila bendice a Israel», «sagrado encuentro en Jerusalén», son algunos titulares de los medios de comunicación en dicha ocasión. Expertos y comentaristas coincidieron en señalar que se abría una nueva era no solamente en las relaciones Israel-Santa Sede, sino entre la Iglesia Católica y el Pueblo Judío.
En una de las rarísimas entrevistas de Juan Pablo II, la que concedió al periodista Ted Szulc, publicada el 4 de abril de 1994 en la revista Norteamérica Parade Magazine, del Washington Post, el Papa analiza las relaciones entre católico y judíos, después de relatar su experiencia personal durante la ocupación nazi de Polonia y su compromiso con la causa judía. Escribe Ted Szulc: «Resulta inusual que Juan Pablo II hable de sus sentimientos con respecto a los judíos en términos tan personales, pero lo explicó así: Eso se remonta a mis años de juventud, cuando oí, en la iglesia de mi Wadowice natal, cantar el salmo 147, Celebra a Yavé, Jerusalén / Alaba a tu Dios, Sión / Lo que reforzó los cerrojos de tus puertas / Bendijo en ti a tus hijos».
¿Cómo ha cumplido Juan Pablo II su compromiso sobre el terreno de las relaciones con los judíos? Sus discursos e intervenciones estuvieron desde siempre orientados a los judíos en un espíritu de reconciliación, así como del reconocimiento de lo que significó y significa el pueblo de la Alianza.
Uno de sus discursos más significativos ha sido indudablemente el que pronunciara en su histórica visita a la Gran Sinagoga de Roma, en abril de 1986. Allí fue cuando hizo especial hincapié en la noción del vínculo espiritual que liga a la Iglesia católica con el pueblo judío. El Papa se dirigió en aquella ocasión a los judíos de Roma y, a través de ellos, a los judíos del mundo, deplorando el odio, las persecuciones y las muestras de antisemitismo dirigidas contra los judíos en cualquier época y por cualquier persona. Allí declararía: «Sois nuestros hermanos y, en cierto modo, podría decir que sois nuestros hermanos mayores».
El histórico documento «Recordamos: una reflexión sobre la Shoá» ha sido un paso más en el proceso. Este documento admite y deplora la responsabilidad que cupó al mundo cristiano, tanto en la tragedia del Holocausto, como en la «generación de sentimientos de hostilidad» hacia el pueblo judío. El cardenal Joseph Ratzinger, presidente de la congregación para la Doctrina de la Fe, reconoció que no hubo suficiente sensibilidad cristiana hacia los judíos y que el régimen nazi pudo cometer sus crímenes por la indiferencia de los cristianos. Durante siglos se ocultaron prejuicios contra los judíos, lo que permitió que se toleraran más fácilmente las agresiones contra ellos, dijo Ratzinger. El documento fue recibido por los judíos con sentimientos encontrados y hasta con decepción: un arrepentimiento que en apariencia se queda a mitad de camino. Se esperaba que la Iglesia no sólo reconociera que el Holocausto ha sido una indeleble mancha en la historia del siglo XX, sino que posturas teológicas mantenidas durante siglos han contribuido a la creación de condiciones que lo hicieron posible.
En los anales de la historia diplomática moderna, escribe el sacerdote jesuita Michael Perko, difícilmente dos Estados no-beligerantes hayan tenido relaciones más tortuosas y laberínticas en su complejidad que Israel y la Santa Sede. Ha sido así, efectivamente. Pero las cosas entre estos dos protagonistas singulares de la diplomacia internacional han cambiado, y no poco, en los últimos años, sobre todo gracias a Juan Pablo II.
En la entrevista con Tad Szulc, arriba mencionada, en la que analizó los avances en la resolución de las complejas relaciones entre católicos y judíos, Juan Pablo II declararía también: «Hay que comprender que los judíos, que durante dos mil años anduvieron dispersos por todo el mundo, hayan decidido regresar a la tierra de sus antepasados. Tienen ese derecho… Establecer relaciones diplomáticas con Israel no es sino la afirmación internacional de esas relaciones».
Hubo otros importantes gestos por parte del Papa, cuando en 1980 dijo que «el pueblo judío, después de las trágicas experiencias relacionadas con el exterminio de muchos de sus hijos e hijas, motivado por el deseo de seguridad, estableció el Estado de Israel». O cuando en 1984 exigió para el pueblo judío en Israel «la deseada seguridad y tranquilidad que son la prerrogativa de cada nación, así como las condiciones de vida y de progreso de toda sociedad».
Ningún Papa ha hecho más que Juan Pablo II para mejorar las relaciones entre los católicos y «sus hermanos mayores». Ha construido, ladrillo sobre ladrillo, un nuevo edificio teológico en todo lo que se refiere a las relaciones con el Pueblo Judío y con el Estado de Israel.
*Ex embajador de Israel en la Santa Sede
Fuente: abc.es/Cortesía de Antonio Escudero Ríos
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