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domingo 17 de noviembre de 2024

Crónicas Intrascendentes. Parte CCI

LEÓN OPALÍN PARA ENLACE JUDÍO MÉXICO

Domingo Cultural

En el marco del V Centenario del nacimiento de Santa Teresa de Jesús y 430 años de la fundación del primer convento de frailes Carmelitas Descalzos y 400 de el de las monjas Carmelitas Descalzas, así como el festejo de los 30 años del Museo Franz Mayer, se realizó en este último la exposición “Tesoros Escondidos de los Conventos Carmelitas” del 22 de enero al 6 de marzo del 2016, asistí con mi esposa a las instalaciones del museo el último día de la exposición.

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Teresa de Jesús, nacida en Ávila, España, en 1515, fue canonizada en 1582, Santa Teresa fue fundadora de la orden religiosa de las Carmelitas Descalzas en los territorios de la Monarquía Española; no obstante que Santa Teresa “nunca logró cruzar a América”, fue muy venerada en la  Nueva España. Una gran parte de la obra artística de los conventos Carmelitas en México se perdió con la Reforma Religiosa que estableció entre 1855 y 1863 el Presidente Benito Juárez y la persecución religiosa que derivó de esta; el material artístico “permaneció resguardado (oculto) después de las Leyes de Reforma que nacionalizaron los bienes eclesiásticos y decretaron la exclusión de monjas y frailes, entre otras disposiciones.

En la exposiciónTesoros Escondidos de los Conventos Carmelitas” se presentaron 116 piezas: cartas autografiadas de Santa Teresa; esculturas, cerámicas, libros que describen procesos ceremoniales; relicarios de madera, plata, cristal y oro y diferentes oleos novohispanos entre los que destacan los de los pintores José Ibarra y José Joaquín Magón. Las piezas provienen del convento de San Joaquín y el convento de Santa Teresa la Antigua de la Ciudad de México, del convento del Carmen y el convento de San José en Puebla, del convento del Carmen de Querétaro, del convento del Santo Desierto de Tulancingo y de una Fundación Decimónica en Ecatepec en el Estado de México. Cabe destacar que en el presente existen en México 37 monasterios de Monjas Carmelitas Descalzas en las que viven 400 hermanas y 16 comunidades de frailes con 75 hermanos.

La riqueza pictórica de la exposición es extraordinaria; me llamó la atención de sobremanera el cuadro de la transverberación de Santa Teresa, pintado por Josefo de Óvidos en 1672. La transverberación, del latín que significa traspasar, es una experiencia mística que en el contexto de la religiosidad católica, ha sido descrita como un fenómeno en el cual la persona que logra una unión intima con Dios, siente traspasado el corazón por un fuego sobrenatural. En el caso de Santa Teresa, el fenómeno es descrito en su obra autobiográfica, Libro de la Vida, en la que relata una visión que tuvo hacia 1562 donde un ángel se le aparecía y clavó una flecha ígnea en su corazón.

En lo personal, me parece una escena cruel el corazón de Santa Teresa atravesado por una flecha que lo hace sangrar; especialistas en iconografía interpretan la penetración de la flecha en Santa Teresa, como la consumación del matrimonio con Dios y su cara apacible y de satisfacción refleja este hecho.

Asimismo, me impresionaron los relicarios que se presentaron en la exhibición, no solo por su belleza artística, sino por su propia función, la preservación de las reliquias de los santos, que son apreciados en el catolicismo como un fragmento donde habitó Dios, un punto de contacto con la divinidad. La palabra reliquia proviene del latín reliquiae, restos, referidos  a los santos, que incluye a partes de sus cuerpos como huesos o algún objeto perteneciente a los mismos. A mi juicio, los relicarios son una especie de práctica pagana, la cual también existe en otras religiones monoteístas. Desde los albores de la humanidad se observan ritos paganos como las primeras ofrendas mortuorias.

En el marco del Museo Franz Mayer, las raíces más remotas de sus instalaciones datan de la época del Virreinato de la Nueva España. En 1582, Pedro López, un médico español asentado en la Ciudad de México, decidió fundar una casa y un hospital en el que se atendía a niños abandonados y a todo tipo de personas, principalmente a aquellos no admitidos en los hospitales que existían en la época. Este recinto fue conocido como el Hospital de los Desamparados, y como tal funcionó hasta el año 1604, cuando los hermanos de la orden hospitalaria de San Juan de Dios se hicieron cargo de él, donde prestaron labores de atención y asistencia. Durante la época de los frailes el conjunto hospitalario hizo una nueva iglesia y fue remodelada en su totalidad, sufrió un incendio y en 1820 fueron expulsados los religiosos que por más de 200 años habían resguardado y atendido el lugar.

Durante el siglo XIX y la primera mitad del siglo XX, el inmueble fue utilizado sucesivamente como cuartel militar, colegio de niñas y convento de monjas, Dirección de Sanidad, para la atención de prostitutas y hospital de sifilíticas. A la vez, su templo fue ocupado para servir como Diario Oficial de la Federación y Depósito de la Dirección General de Correos, al final de este periodo, la construcción volvió a servir como centro de atención medica que con los años se especializó en la atención de la mujer; existen historias sórdidas sobre la misma.

En 1968 la institución del hoy museo Franz Mayer, albergó una muestra de artesanías que con el tiempo se convirtió en un mercado permanente, hasta que los daños que experimentó el edificio, obligaron a abandonarlo. En 1981 el gobierno concesionó el monumento histórico al Fideicomiso Cultural Franz Mayer, para establecer un museo, que después de un arduo proceso de restauración abrió oficialmente sus puertas al público el 15 de julio de 1986.

El Museo se fundó con la colección privada del alemán del mismo nombre y en él se presentan exposiciones temporales de diseño y fotografía. La colección permite apreciar piezas de distintas procedencias, materiales y estilos del siglo XVI al siglo XIX, principalmente de México, Europa y Oriente. La colección está compuesta por piezas de platería, cerámica, textiles, escultura y pintura. El Claustro del museo, que por su belleza es uno de los atractivos del mismo, sirve de marco para exposiciones temporales y a través de éste se accede a tres salas ambientadas de la época Virreinal, un comedor, un gabinete y una capilla. En el Claustro alto se encuentra la Biblioteca abierta al público y en donde además se muestran exposiciones del acervo bibliográfico; tiene más de 14 mil volúmenes entre los que destacan libros antiguos, documentos históricos y 800 ediciones del Quijote de la Mancha.

Recuerdo que en los años ochentas, durante el Festival del Centro Histórico, el Banco en el que trabajé por cinco lustros nos ofreció a los miembros de la Dirección una elegante cena en los jardines del Claustro. La vivencia única, que experimenté en la misma, aún está en mi memoria.

El acceso al Museo es por la Calle de Hidalgo, frente a la Alameda Central y detrás del Palacio de Bellas Artes en el Centro Histórico; no obstante, hace pocos años se construyó un espacioso estacionamiento en la parte posterior del Museo conectado directamente con el mismo, ello es muy importante ya que los alrededores del museo es una zona donde merodea la delincuencia. Desafortunadamente todo el frente está desagradablemente cubierto por puestos de vendedores ambulantes que expenden alimentos en condiciones antihigiénicas, teléfonos celulares usados, una parte de ellos robados, y un sinfín de baratijas y mercancías diversas que obstruyen la circulación de los peatones por las banquetas y demeritan el bello entorno colonial existente frente al museo.

Al salir del museo caminamos por la calle 5 de Mayo, fecha que conmemora la derrota que tuvieron los franceses en ese día de 1862 frente al Ejército Mexicano en la ciudad de Puebla, admirando en sus seis cuadras, elegantes construcciones del Porfiriato, que en una futura Crónica comentaré, llegamos al café  “La Popular” donde comimos platillos mexicanos y culminamos el recorrido dominical en nuestra nevería favorita, Chiandoni, en la Colonia Nápoles en el Sur de la Ciudad, a la que no concurríamos desde hace 8 meses, para deleitarnos con sus helados, que recobraron su exquisito sabor que les dio el fundador del establecimiento en 1939, Don Pietro Chiandoni, quien salió de Udine, Italia, huyendo de la Segunda Guerra Mundial. “Chiandoni es un lugar que se queda atrapado en los años cincuentas, su decoración y mobiliario, con una manita de gato, son de esa época”.

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