Sí, David Grossman también se equivoca

IRVING GATELL PARA AGENCIA DE NOTICIAS ENLACE JUDÍO MÉXICO – Una singular ventaja de haber crecido en México, es que he podido corroborar muchas veces que los intelectuales también tienen derecho a equivocarse. Incluso, a decir tonterías.

Ya en dos ocasiones he escrito opiniones personales sobre las opiniones personales de dos destacados intelectuales israelíes –Etgar Keret y Martin Sherman–, respecto al conflicto con los palestinos. En ambos casos asumí una postura crítica porque sus opiniones me parecieron completamente mal enfocadas.

“Oye, pero estás hablando de Martin Sherman…”, fue lo que me llegaron a decir en una de esas. Y yo pregunto: ¿Y? ¿Qué por ser un personaje más que sobresaliente de las letras israelíes uno tiene que plegarse a sus opiniones, hacerle reverencias y dar por sentado que sólo nos ilumina con la verdad?

Jean Paul Sartre cometió el grotesco y patético error de defender a Pol Pot porque era comunista. Asumió que su militancia en el bando rojo justificaba sus horribles crímenes (dos millones de camboyanos muertos, nada más…). Con eso, nos dejó un claro ejemplo irrefutable de que los intelectuales pueden tener errores de opinión terribles.

Bueno, David Grossman está muy lejos de una opinión como la de Sartre respecto a Pol Pot, pero de todos modos tengo que opinar respecto a varios comentarios que hizo en una reciente entrevista, y en los que mi muy personal perspectiva es que se equivoca. Veamos.

Grossman se queja en un punto de la entrevista de que sus opiniones cada vez están “más aisladas”, y dice que muchas personas “han abandonado sus esfuerzos por mantener una realidad muy compleja para optar por la simplicidad”, porque los isrelíes –cada vez en mayor proporción– “rehuyen los esfuerzos por encontrar la vía de la solución política, racional”. Sólo después, como para matizar un poco, dice que “lo vemos en ambos bandos, en Israel y en Palestina…”.

Pero yo pregunto: ¿Quién es el simplista? ¿De verdad Grossman no se ha planteado la opción de que la sociedad israelí esté abandonando ideas como la suya, justo porque no responden a la realidad? O, por favor díganme, ¿en qué momento Grossman se convirtió en el portador de la verdad, tanto como para decir que los israelíes que no comparten sus ideas son simplistas y flojos para razonar?

A mi gusto, lo que sucede es otra cosa: Grossman está chocando con la realidad de que la sociedad israelí está harta de un problema que, efectivamente, no tiene solución. Aunque no por las razones mencionadas por Grossman.

El eminente escritor israelí da por sentado que el problema se está acentuando porque los israelíes cada vez están menos dispuestos a buscar una solución “política y racional”. Eso implica, por definición, que en otras épocas los israelíes estaban más dispuestos a ello. Sólo se puede perder lo que se tenía previamente.

La pregunta obligada: ¿Y acaso cuando la sociedad israelí estaba más dispuesta a buscar una solución política y racional tuvimos mejores resultados?

No. En ningún momento. En ningún caso.

Ehud Barak, laborista, opositor de Netanyahu, le ofreció media Jerusalén a Arafat en las conversaciones de Camp David en el año 2000, y Arafat respondió con una intifada que se cobró más de 5 mil muertos, 1,500 de ellos israelíes. Mahmoud Abbas puso como condición a Netanyahu que se cancelaran las construcciones en asentamientos durante diez meses para regresar a la mesa de diálogo, y durante diez meses hubo una cancelación absoluta. No se levantó ni una reja. ¿Regresaron los palestinos a la mesa de diálogo? No. En ningún momento. Ninguno de ellos.

Dejémonos de posturas amables y “políticamente correctas”: los palestinos, en su abrumadora mayoría, no quieren la paz. Los gobiernos palestinos –Hamas y Al Fatah– no quieren la paz. En primera instancia, porque las condiciones de guerra para ellos son pingües negocios. El dinero que se forran cada año los funcionarios de ambos grupos por concepto de “ayuda” es enorme. Gracias a ello, viven como emperadores persas. Si se funda un Estado Palestino, 5 millones de palestinos van a dejar de ser –automáticamente– “refugiados”, y eso significa perder un montón de dinero.

Por eso hacen todo el esfuerzo por lanzar a su gente al suicidio que mantenga activo el conflicto. Por eso se encargan de adoctrinarlos en lo mismo de siempre –lo mismo contra lo que se toparon laboristas como Shimón Perés, Ehud Barak, Ehud Olmert o Tzipi Livni–: que Israel tiene que ser destruido porque no hay otra forma posible de reivindicar la causa palestina.

Es cierto que la sociedad israelí cada vez está más harta y se vuelve más intransigente, y es cierto que eso es un problema, pero lo que me parece desconcertante es que Grossman no contemple la posibilidad de que sólo es una consecuencia natural de la propia intransigencia palestina, y que no importa si se lograra convencer a los israelíes de que sean más pacientes o “racionales”. De todos modos tendrían que lidiar con los mismos palestinos que quieren acuchillar judíos y ver ondear su bandera en Tel Aviv.

Luego viene una pregunta del reportero de Euronews que es, sin más ni más, escandalosa. Dice “pero también vemos cómo se silencian las voces disidentes, aquellas que se oponen a la corriente principal del pensamiento israelí…”.

Eso es una repugnante mentira. Si hay un país con una impresionante libertad de expresión es Israel. Gracias a ello hay intelectuales como Grossman, o Keret y Sherman, que pueden opinar libremente lo que quieran sobre el conflicto. De hecho, muchos de los espacios académicos en las áreas de Humanidades están ocupados por un gremio “intelectual” izquierdista y anti-gobierno, intransigente y que considera un insulto la posibilidad de que un académico asuma una postura “de derecha”. El diario Haaretz, que con mucha frecuencia parece desear la destrucción de Israel, circula libremente y sin limitantes (si ha perdido lectores es sólo por su irreal línea editorial; es un hecho que la sociedad israelí está harta de eso).

Los ataques más virulentos contra la libertad de expresión suelen darse, paradójicamente, en los sectores “progresistas”.

Pero si eso es escandaloso, la reacción y respuesta de Grossman lo es más: lejos de cuestionar al periodista europeo y aclararle las cosas, conversa como si diera por sentado que su interlocutor ha expresado la realidad tal cual es.

La entrevista sigue y Grossman habla sobre el miedo en la sociedad israelí. En resumen, dice que el miedo es el gran problema actual de los judíos, y que Netanyahu se ha encargado “cínicamente” de azuzarlo. Remata diciendo que “una sociedad dominada por el miedo es una sociedad en declive, que no cuenta con la energía y vitalidad que se necesitan para florecer y resolver sus problemas exsitenciales”.

¿Acaso a Grossman se le ha olvidado la Historia judía? Entre los años 70 y 1948, el pueblo judío ha vivido con miedo. Siglo tras siglo, país tras país, expulsión tras expulsión, progrom tras progrom, ghetto tras ghetto, cámara de gas tras cámara de gas, nuestros ancestros vivieron con miedo. Vamos, con pánico, con terror.

Si algo ha aprendido a lidiar el pueblo judío, es el miedo. Con todo y la carga de esos miedos tomó en sus manos el proyecto de refundar Israel; con todo y ese miedo se enfrentó a los árabes en 1948-1949, en 1967 y en 1973. Con todo y ese miedo se enfrentó a Arafat y a Hizballá.

¿Y Grossman dice que ahora “la sociedad israelí vive con miedo”?

No lo entiendo. Lo dice como si fuera una realidad a la que nunca nos hubiésemos enfrentado, como si fuese algo que puede tomar por sorpresa a la sociedad israelí.

Y luego habla de posibles alternativas: “… necesitamos líderes y políticos y también intelectuales y escritores para formular la opción de la paz, para insistir en la revitalización de la opción de la paz que hoy en día no está vigente en absoluto”.

Perdón. También necesitamos palestinos comprometidos con el proceso de paz, con la opción por la paz. Es cierto que cada vez son más, pero siguen siendo una minoría insignificante en una sociedad marcada todavía por la intransigencia absoluta.

Grossman evidencia uno de los más terribles errores que, ya desde hace varias décadas, caracterizan a “intelectuales” y “escritores” israelíes (esos que Grossman quiere al frente del proceso de paz). Y ese error es creer que todo es un asunto unilateral israelí. Grossman no habla de la responsabilidad palestina, sólo habla de lo que debería haber en el lado israelí.

Es un patético eco de la postura europea, que trata a los palestinos como si fueran animales y asume que todo está en el bando israelí. A los palestinos, incluso en sus conductas más violentas, hay que tolerarlos y complacerlos.

Asumir una postura semejante es olvidar todo el trasfondo histórico del terrorismo palestino. Pasar por alto que Arafat construyó la OLP –hoy Al Fatah– con el objetivo expreso de destruir a Israel; que Hamás y otros grupos sunitas-salafistas se integraron con propósitos todavía más agresivos y extremos. Y, sobre todo, olvidar que esa industria de terror tiene vida propia. No es una reacción contra Israel. Es una idea perfectamente propia del extremismo palestino.

Las pruebas sobran. Acaso el mejor ejemplo es la desconexión israelí de Gaza en 2005, un gesto sin precedentes en que el gobierno israelí abandonó por completo sus posiciones en Gaza, desmanteló las colonias judías, y dejó que los palestinos tomaran el control absoluto del lugar.

¿Acaso hubo una voz palestina que celebrara el hecho como una decisión que podía encaminar las negociaciones para la paz? ¿Acaso algún palestino dijo que ahora correspondía a su liderazgo hacer un gesto a la altura y un mayor esfuerzo para los acercamientos políticos y racionales (retomo las palabras de Grossman)?

No. Empezaron a pregonar que “Israel había sido derrotado” y que después de la liberación de Gaza vendría la de Jerusalén y hasta la de Tel Aviv. Gaza se convirtió en la lanzadera de cohetes más activa en la historia de los conflictos israelíes-palestinos, y en el lapso de nueve años dispararon más de 12 mil cohetes contra civiles israelíes con el puro objetivo de matarlos.

Y yo pregunto: si ese momento no era la coyuntura adecuada para que los palestinos hicieran evidente su anhelo de paz, ¿entonces cuál es?

Pero Grossman dice: “necesitamos políticos e intelectuales como yo –porque eso fue su respuesta, un nada sutil – para que esto se solucione”. No habla de palestinos. No menciona lo que se necesita en el otro bando. No reflexiona sobre lo que ellos tienen que cambiar.

Es la psicología atávica del judío que apoya a Roma, que se bautiza y se vuelve inquisidor, que colabora con la Gestapo: ceder, y dedicarse a decirle a los demás que los judíos siempre tenemos que ceder. Que ni siquiera existe la posibilidad de que le exijamos al palestino (o al romano, o al inquisidor católico de pura sangre, o al nazi) que cedan también.

Claro, hay que guardar las distancias. La ideología de Grossman no es como la de Herodes Agripa II, la de Fray Juan de Torquemada o la de cualquier “judenrat”. Grossman es un sincero y convencido israelí de que debe buscarse la paz con los palestinos por el propio bien de Israel. En ese sentido, sus motivaciones están muy por encima de los de los ejemplos mencionados, y supongo que si llega a leer mi comparación se puede enfadar.

Lamentablemente y sin darse cuenta (sí, a veces los intelectuales también dicen cosas sin darse cuenta…), en el aspecto práctico la solución que propone es la misma: ceder, sin siquiera mencionar que hay que exigir. Cuando le preguntan si cree que algún día habrá paz, llega al extremo de decir “mi lucha por la paz no es sólo para que los palestinos tengan su casa, su Estado y su dignidad. No quiero que vivan su vida bajo la sombra de la ocupación…”.

Para eso sí menciona a los palestinos; para lo otro –lo que se les debe exigir– no. Y entonces menciona “la ocupación”. Ese concepto jurídico que no tiene sustento y que no se puede demostrar en la vida real, porque nunca existió un territorio que fuese propiedad de “palestinos”, y menos aún un grupo identificable como “palestinos” en el mismo sentido que se identifica hoy.

Hasta antes del 14 de Mayo de 1948, cuando se fundó el Estado de Israel, todos los judíos que vivían allí eran tan palestinos como cualquier árabe. Lo que sucedió no fue una ocupación, sino el desmantelamiento de una estructura colonial de la que tenían que surgir dos Estados, exactamente del mismo modo que dos años antes habían surgido Líbano, Siria y Jordania. Si el plan original no funcionó, fue por la instransigencia árabe que declaró –y luego perdió– la guerra.

Por cierto: en aquel 1949 los hoy llamados “territorios palestinos” fueron ocupados por Jordania y Egipto de un modo que, ni remotamente, se asemeja a lo que hoy llaman “ocupación israelí”. Pero nadie habló de “la ocupación jordana y egipcia de Palestina”. Todos dieron por sentado que Egipto y Jordania podían sojuzgar y oprimir a los “palestinos” (todavía les llamaban “árabes”, pero bueno…), y que todo eso era normal. Que, de hecho, el territorio era jordano y egipcio.

Curiosamente, aunque los “territorios palestinos” estaban en manos de Jordania y Egipto, Arafat ya hablaba de “combatir la ocupación israelí de Palestina”.

El discurso contra la ocupación no empezó en 1967, cuando Israel le arrebató esos territorios a Jordania y Egipto. Ya tenía casi 20 años en boca de los árabes, concretamente desde la fundación de Israel, porque en la cosmogonía palestina la única ocupación que existe es la existencia misma de Israel. Por lo tanto, “combatir la ocupación” es un sinónimo de destruir Israel.

¿Será posible que Grossman no lo sepa? O tal vez está enterado de un abrupto y radical cambio de conceptos en el liderazgo palestino, que ya sólo define como “territorio ocupado” el que está dentro de los límites de las “fronteras de 1967”. En ese caso, que no sea mala onda y nos diga cuándo sucedió tan portentoso milagro intelectual entre los palestinos, porque por este lado del planeta (o de internet) no nos hemos enterado.

Y sigue con críticas hacia Netanyahu. Dice que es “un criminal de la paz, porque durante muchos años ha evitado toda posibilidad de paz y se niega constantemente a crear una opción para la negociación y la paz entre nosotros y los palestinos”.

Y yo pregunto: ¿Y acaso los palestinos ya tienen listo todo eso? ¿Todo depende de que Netanyahu cambie su punto de vista?

O tal vez haya que volver a la vieja idea de que si Netanyahu cambiara, entonces los palestinos encontrarían otro ambiente y tal vez se convencerían de trabajar por la paz. Claro, porque los gobiernos anteriores –muchos de ellos, más “moderados” que el de Netanyahu– no cuentan. Cuando los palestinos tuvieron enfrente a primeros ministros israelíes con “más disposición para la paz” se comportaron exactamente igual que con Netanyahu, pero supongo que para Grossman eso no es relevante. Ya mencioné los ejemplos de Barak en 2000 y Sharón en 2005. Tuvieron gestos sin parangón alguno, en donde los únicos que salían ganando eran los palestinos.

Pero respondieron con violencia asesina. Oh, pero ahora todo es culpa de Netanyahu. Nuevamente, Grossman se calla y no dice nada sobre lo que los palestinos tendrían que hacer. En cambio, dice: “Durante muchos años, los líderes israelíes han rechazado profundamente, en mi opinión, el punto de vista de los palestinos… tenemos que permitir que la historia palestina se infiltre en nuestra conciencia”.

De verdad no sé si Grossman no es consciente de lo que dice. La “historia palestina” dice que no hubo Templo judío en Jerusalén. Dice que no hubo judíos en Israel. Dice que los sitios sagrados para el Judaísmo que nunca tuvieron conexión con el islam, como la Tumba de Rajel, son patrimonio palestino. Dicen incluso que hasta Jesús de Nazaret y el apóstol Pedro fueron palestinos.

Si eso dicen de lo que sucedió en la antigüedad, ¿qué tanto no dirán de la actualidad?

En la narrativa palestina generalizada, los judíos somos unos absolutos intrusos que no tenemos derecho a nada y por ello acuchillar peatones desarmados es válido como “resistencia”, y si el atacante palestino muere en el intento, debe ser llamado “héroe” y “mártir”, y su nombre debe ir en avenidas y parques.

Esa es la “historia palestina”, una en la que a los niños y jóvenes que viven en barrios pobres y sin recursos (pese a los 32 billones de ayuda que han recibido sus gobernantes) se les dice que eso que ven del otro lado, esas ciudades de primer mundo, prósperas y llenas de ventajas tecnológicas, eran “suyas” pero “se las quitaron los judíos”.

Digo, porque ¿acaso usted cree que cuando se le dice a los niños palestinos que “los judíos nos quitaron nuestro país” les explican que, en ese tiempo, el lugar era un desierto improductivo y deshabitado, y que todo lo que existe allí ha sido obra de la creatividad y genio israelí?

Es obvio que no.

Me sorprende que Grossman no entienda la psicología del palestino promedio, que está programado para relacionar todas las diferencias entre su sociedad y la israelí con la idea del despojo, donde cualquier cosa buena que hay en Israel es porque se la quitaron a los palestinos del pasado, esos a los que nadie llamaba “palestinos”.

Por eso la proyección psicológica en la que ahora todo el patrimonio histórico de Israel debe volverse palestino, incluyendo Jerusalén, el Templo, Maimónides, la Tumba de Raquel, Jesús de Nazaret y el apóstol Pedro.

Pero bueno. Grossman quiere que los israelíes “infiltren” todo eso en su conciencias, y remata: “Si aceptáramos ese otro punto de vista, quizás no estaríamos en guerra con ellos”.

Reitero: el judío debe ceder. No importa que Herodes y Roma maten judíos; hay que ceder. No importa que la inquisición queme cristianos en la hoguera acusados de “ser judíos”; hay que ceder. No importa que los Nazis hablen de una “solución final”. Hay que ceder.

Tal vez –se me ocurre, inspirado no sé en quién– si hubiésemos comprendido la psicología de los romanos, de los inquisidores y de los Nazis, la destrucción del Templo, los Autos de Fe y el Holocausto no hubieran sucedido. Tal vez sólo había que “infiltrar” en nuestras conciencias la “historia” que romanos, inquisidores y nazis tenían.

O se me ocurre otra opción: Grossman se equivoca.

En un momento, en su queja contra Netanyahu, dice que no puede “entender cómo una persona tan inteligente, y con tal conocimiento y bagaje histórico como él, puede hacer caso omiso de la realidad”.

Y yo, inspirado otra vez en no sé quién, digo que no puedo entender cómo Grossman, siendo una persona tan inteligente y con tal conocimiento y bagaje como él, puede hacer caso omiso de la realidad.

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Irving Gatell: Nace en 1970 en la Ciudad de México y realiza estudios profesionales en Música y Teología. Como músico se ha desempeñado principalmente como profesor, conferencista y arreglista. Su labor docente la ha desarrollado para el Instituto Nacional de Bellas Artes (profesor de Contrapunto e Historia de la Música), y como conferencista se ha presentado en el Palacio de Bellas Artes (salas Manuel M. Ponce y Adamo Boari), Sala Silvestre Revueltas (Conjunto Cultural Ollin Yolliztli), Sala Nezahualcóyotl (UNAM), Centro Nacional de las Artes (Sala Blas Galindo), así como para diversas instituciones privadas en espacios como el Salón Constelaciones del Hotel Nikko, o la Hacienda de los Morales. Sus arreglos sinfónicos y sinfónico-corales se han interpretado en el Palacio de Bellas Artes (Sala Principal), Sala Nezahualcóyotl, Sala Ollin Yolliztli, Sala Blas Galindo (Centro Nacional de las Artes), Aula Magna (idem). Actualmente imparte charlas didácticas para la Orquesta Sinfónica Nacional antes de los conciertos dominicales en el Palacio de Bellas Artes, y es pianista titular de la Comunidad Bet El de México, sinagoga perteneciente al Movimiento Masortí (Conservador). Ha dictado charlas, talleres y seminarios sobre Historia de la Religión en el Instituto Cultural México Israel y la Sinagoga Histórica Justo Sierra. Desde 2012 colabora con la Agencia de Noticias Enlace Judío México, y se ha posicionado como uno de los articulistas de mayor alcance, especialmente por su tratamiento de temas de alto interés relacionados con la Biblia y la Historia del pueblo judío. Actualmente está preparando su incursión en el mundo de la literatura, que será con una colección de cuentos.