En algunos casos, como ocurrió durante el dominio talibán en Afganistán o como ocurre aún en zonas bajo control del Estado Islámico, jugar futbol es un desafío al régimen, y hacerlo se convierte en un acto de resistencia.
ESTHER SHABOT PARA ENLACE JUDÍO MÉXICO – Hace dos días el Estado Islámico perpetró un atentado suicida en una cancha de futbol al sur de Bagdad con un saldo de treinta muertos y decenas de heridos, casi todos ellos jóvenes que pacíficamente jugaban o presenciaban un partido. Al ser el terrorismo en Irak tan cotidiano ha dejado de cobrar titulares, pero no por ello es, evidentemente, menos devastador y salvaje. El futbol se convierte así en este caso, en un deporte secuestrado por el fanatismo extremo, manchado por una locura que le es ajena y que sin embargo lo victimiza aberrantemente.
Vale la pena entonces reflexionar un poco acerca del imán que el futbol constituye para toda clase de actos, intereses, negocios y objetivos que van mucho más allá de su esencia original. Porque sin duda es el deporte más popular en el mundo, practicado y seguido por miles de millones de personas en las que despierta las pasiones más intensas que uno pueda imaginar. El inglés Nick Hornby y el mexicano Juan Villoro han producido obras literarias espléndidas en las que se retrata el grado de compromiso personal al que la lealtad al futbol o a un equipo determinado son capaces de llegar. El disfrute lúdico que significa practicar o presenciar este deporte tiende a mezclarse con pulsiones y sentimientos no claramente detectables, pero que a fin de cuentas dan a menudo como resultado una reacción casi extática ante el espectáculo que encarna.
Pero el futbol también puede asociarse a otras facetas ajenas al deporte en sí mismo o a la lealtad a un equipo. En algunos casos, como ocurrió durante el dominio talibán en Afganistán o como ocurre aún en zonas bajo control del Estado Islámico, jugar futbol es un desafío al régimen, y por tanto hacerlo se convierte en un acto de resistencia, de rebelión ante la tiranía, acto que puede adquirir incluso tintes poéticos. En otros casos, el futbol puede ser el medio para promover la conciliación entre rivales y la eliminación de prejuicios. Un ejemplo de este tipo es el del club Hapoel Katamon de Israel, con sede en Jerusalem, el cual sostiene como una de sus prioridades, una escuela de futbol para niños y niñas judíos y árabes, con el propósito de estimular la convivencia y el conocimiento mutuo de quienes en el resto de su vida cotidiana, tienen pocas oportunidades de pasar por esa experiencia.
Está también, por desgracia, la transformación del futbol en el pretexto para la violencia que hooligans de toda laya desatan en nombre de su entrega a su equipo nacional o local y que transforma a los estadios en arenas de guerra donde a menudo las agresiones físicas llegan a extremos trágicos. Por último, en cuanto al futbol manipulado para transformarlo en gran negocio, mucho sabemos hoy acerca de los manejos de federaciones e individuos que esgrimiendo la bandera del fomento a la amistad entre los pueblos mediante la práctica del futbol, no dudan en realizar oscuros arreglos con aún más oscuros socios.
En ese contexto destaca la extrañísima elección de Qatar como sede del mundial de futbol de 2022. Sin tradición futbolística, pero con mucho petróleo y mucha riqueza, Qatar se prepara para el magno evento y anuncia que está considerando instalar tiendas de campaña de lujo estilo beduino en campos desérticos cercanos a los estadios a fin de albergar a los miles de aficionados para los que las instalaciones hoteleras serán insuficientes. De igual modo se están planeando zonas restringidas donde se pueda beber alcohol, en vista de la prohibición de su consumo en el país debido a la vigencia de la ley islámica al respecto. En fin, que mover el campeonato a los meses de noviembre y diciembre, y necesitar de aire acondicionado en los estadios, además de muchos otros inconvenientes, no fue obstáculo para quienes evidentemente sus prioridades no son el futbol mismo y sus leales aficionados, sino sobre todo los jugosísimos negocios.
Fuente: Excelsior
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