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sábado 02 de noviembre de 2024

Los derechos humanos de un terrorista

IRVING GATELL PARA AGENCIA DE NOTICIAS ENLACE JUDÍO MÉXICO – El video que se ha vuelto viral, donde aparece un soldado israelí disparando contra un palestino tendido en el suelo, se ha convertido también en una interesante radiografía de cómo un problema tan complejo, como la violencia palestina, tiende a ser rápidamente simplificado por casi todos los sectores de la sociedad.

Lo primero que se pudo palpar en las redes sociales fue el repudio a lo que mucha gente consideró un asesinato innecesario: el palestino está tirado en el piso, “indefenso”, cuando el soldado israelí le dispara en la cabeza. Voces por aquí y por allá –tan frecuentes como instantáneas– de inmediato condenaron “el uso de la violencia excesiva” por parte de Israel, e incluso la Autoridad Palestina ya solicitó que la ONU investigue los “asesinatos extrajudiciales” cometidos por las fuerzas de seguridad israelíes contra palestinos, y muchos de sus funcionarios acusaron a Israel de cometer crímenes de guerra.

Es un eco de lo que ya muchas veces ha expresado la poco tragable Canciller de Suecia, Margot Wallstrom, en el sentido de que los terroristas palestinos muertos en sus intentos por asesinar israelíes “no deberían morir”, sino sólo ser “neutralizados”, y que la conducta de las fuerzas de seguridad de Israel sería un “asesinato extrajudicial” y, por lo tanto, una conducta criminal.

El gobierno ha tenido que reaccionar con cautela, dado lo delicado del tema. En principio, incluso Netanyahu y Moshe Yalón (ministro de Defensa) se expresaron duramente contra el soldado señalando que su conducta era una violación contra el código de ética del ejército, y que de ningún modo representaba el accionar de las Fuerzas de Defensa de Israel. Por ello, se puso al soldado bajo arresto e investigación, hasta que las propias autoridades militares pertinentes decidan si hay elementos para procesarlo o no.

Pero luego tuvieron que matizar sus posturas. Ante la evidencia en video que muestra que sí había una duda razonable de que el terrorista tuviera explosivos, Netanyahu criticó duramente a quienes cuestionan la ética de las tropas israelíes, y señaló que la investigación tomaría en cuenta todos los detalles del caso.

Ministros que de inmediato salieron en abierto apoyo al soldado fueron Yoav Kisch (Likud), Ofir Akunis (Likud) y Naftalí Bennet (Habait Hayehudí), que –entre otras cosas– señalaron que “es mejor un terrorista muerto que un soldado muerto”.

En contraste, muchas personalidades de la oposición –especialmente de la izquierda– se lanzaron de inmediato a la yugular de gobierno y ejército. Ofer Shelá (Yesh Atid), Shelly Yachimovitz (Unión Sionista) y Zehava Galón (Meretz) rápidamente se quejaron de la “decadencia moral” de las tropas judías, y Galón no tuvo reparo en exprsarse del asunto como si fuese un grotesco crimen.

Todavía en una postura más extremista, Haaretz no tuvo recato alguno en mostrar su simpatía hacia “la víctima” palestina.

Lo que llama la atención fue la casi instantánea reacción de un amplísimo sector de la sociedad israelí que, en su abrumadora mayoría, se puso a favor del soldado. En una encuesta reciente, el 82% consideró que se le debe exonerar de cualquier acusación, porque sólo hizo lo que tenía que hacer.

Sus compañeros que estaban con él, además de una gran cantidad de soldados, también se unieron en su apoyo. Señalaron que la conducta del soldado hoy bajo investigación siempre se apegó a los protocolos establecidos, y que si disparó contra el palestino fue porque existía la duda razonable de que pudiera detonar explosivos.

Los paramédicos que estaban en el lugar también salieron en su defensa, pese a que un primer comunicado oficial había señalado que el palestino ya estaba neutralizado y no representaba peligro alguno. Los integrantes del equipo de la ambulancia de la Maguén David Adom desmintieron el dato, siendo enfáticos en que nadie había revisado todavía al palestino, y que era sospechoso por llevar un abrigo grande en un día notablemente caluroso. En consecuencia, ellos mismos consideran que el soldado efectivamente actuó con base al protocolo.

Hoy mismo, Maguen David Adom (equivalente israelí de la Cruz Roja) publicó un primer informe donde dicen, categóricamente, que la versión del soldado es correcta y está avalada por sus paramédicos: hubo una sospecha razonable de que el terrorista todavía estaba armado y todavía habría intentado atacar.

Esto ha provocado otra reacción por parte de muchos soldados, que se han quejado de la terrible presión a la que están sometidos debido a que lo que se les exige antes de proceder a tirar a matar, es irracionalmente complejo. Señalan que siempre están expuestos porque el afán de evitar lo más posible esas críticas, hace que deban cumplir con protocolos que derivan en momentos donde verdaderamente están en peligro mortal.

Si un palestino corre hacia ellos, aún cuando su intención de atacar sea evidente, primero tienen que hacer advertencias en hebreo y árabe y disparar al aire. Sólo hasta después pueden tirar a matar.

De toda esta ensalada de dimes y diretes, podemos detectar varias cosas razonablemente claras.

La primera es que el palestino muerto no fue una “víctima” de la violencia israelí. Era un terrorista. Previamente, había intentado apuñalar a un grupo de soldados, por lo que varios le dispararon. Si estaba en el piso es porque estaba herido de muerte como consecuencia de su intento de asesinato.

La segunda es que, hasta donde los comentarios de los testigos presenciales apuntan, el soldado efectivamente actuó conforme al protocolo. Existía la duda razonable de que el terrorista palestino tuviese explosivos, y bajo la sospecha de que intenta hacerlos explotar, el disparo debe ser directo a la cabeza. Cualquier otro lugar del cuerpo puede provocar la detonación, que pondría en riesgo la vida de todas las personas ubicadas a menos de diez metros a la redonda.

La tercera es muy grave: es evidente la facilidad con la que mucha gente está dispuesta a opinar desde la seguridad de sus computadoras personales. Los políticos en general y los periodistas de Haaretz no están exponiendo sus vidas en este conflicto. Para ellos es muy fácil hacer señalamientos inmediatos y juicios morales porque no sienten el miedo a morir en el ataque, y menos aún la presión de cumplir con los protocolos que obligan a los soldados a exponerse, en muchas ocasiones, más de lo necesario.

La cuarta es parecida: esos protocolos existen por la simple razón de que Israel, además de defenderse, tiene que sortear todo tipo de problemas con la opinión pública. No existe ningún ejército en el mundo que tenga que censurarse del mismo modo; no existen soldados en otro país que tengan que cumplir con tanto requisito para poder reaccionar en defensa propia. Los soldados israelíes –la mayoría, jóvenes que no superan los 25 años de edad– son los únicos que además de soportar la presión que implica estar involucrados en un problema que les puede costar la vida, tienen que comportarse de tal modo que su país no sea posteriormete defenestrado por la prensa internacional.

La quinta tiene que ver con ello: el origen del video. Fue grabado por un activista de la ONG B’Tselem, de izquierda, opositor y crítico del ejército. Es desconcetante: se trata de un israelí que se ubicó en la escena donde un palestino había intentado matar a otros israelíes, y estuvo esperando al momento en que los israelíes que se habían defendido hicieran algo “malo” contra el terrorista.

Es un patético reflejo del grado al que este tipo de agrupaciones han perdido el contacto con la realidad, e incluso han perdido todo referente moral. Con esta conducta, están reforzando una constante empatía hacia los atacantes palestinos, que pasan a ser víctimas en vez de agresores, situación que es aprovechada ampliamente por todos los grupos que, a nivel mundial, no sólo critican a Israel, sino que abiertamente opinan que debe ser destruido.

No se trata de que asuman una postura obligadamente a favor del ejército. Como en toda sociedad libre, tienen todo el derecho de asumir una postura crítica. Pero lo que sorprende es la nula disposición de estos activistas a mostrar toda la realidad del conflicto, e incluso hacer un notorio esfuerzo por cuidar la imagen de los atacantes palestinos, victimizándolos.

Como sexto punto hay que volver a la postura de la Autoridad Palestina: se trata de una absoluta incapacidad de autocrítica. O más bien, de un compromiso evidente con la violencia. Si la izquierda israelí victimiza a los terroristas, ellos se pueden dar el lujo de llamarlos “héroes” y “mártires”, definiendo la contraposición de lo bueno y lo malo no en función del moral implícita en las acciones concretas, sino en el bando al que se pertenece: los palestinos son buenos; aún sus instintos asesinos son buenos. Los israelíes judíos son malos.

Es una situación que impide que exista una posible solución al conflicto. Los palestinos no se van a sentar a negociar la paz mientras crean que todavía pueden conseguir algo de su estrategia de conceder nada y agredir, especialmente si la izquierda israelí compra esa narrativa. Ello será garantía de que muchos sectores en el resto del mundo –sobre todo en Europa y en Estados Unidos– también lo harán.

Pero la más interesante es una séptima consideración: la reacción masiva de la sociedad israelí. La gente que vive con el temor de ser víctima de un ataque en cualquier momento se ha puesto, mayoritariamente, a favor del soldado.

Más allá de los eventuales resultados de la investigación, lo que se hace evidente es el hartazgo que los israelíes tienen de los palestinos, y más importante aún la disociación de esta sociedad con los partidos e ideólogos de la izquierda.

De hecho, la mayor cantidad de críticas con el proceder de Netanyahu respecto al asunto del conflicto no van por la línea de que es un hombre que todo lo quiere resolver con violencia, sino por la percepción de que está siendo demasiado débil con los terroristas y complaciente con la opinión internacional anti-israelí, que de todos modos va a seguir siendo anti-israelí.

Ese simple detalle ya debía haber encendido las alarmas en los grupos de izquierda, pero todo parece indicar que si no han reaccionado, es porque nunca lo van a hacer. Están agobiados en la idea de que la solución a todos los problemas siempre es ceder. Solución que ha puesto a Europa en una situación catastrófica, por ejemplo.

Como octavo y final punto, lo que más me sorprende es la total inconsciencia que hay en muchos sectores. No se dan cuenta que es una guerra.

Supongo que en parte es porque los occidentales hemos dado algunos pasos en ese sentido. Me refiero a que tenemos una buena y bien cimentada convicción de que la guerra no es algo bueno. Es una consecuencia natural de toda la reflexión que se ha hecho desde que terminó la II Guerra Mundial, una conflagración en la que murieron 55 millones de personas.

Una de las consecuencias más extrañas de esa reflexión ha sido una suerte de idolatría hacia los Derechos Humanos. En el afán de superar todas las conductas violentas que caracterizaron a la sociedad europea durante mucho tiempo, se impuso una especie de obsesión por salvaguardar la integridad física y moral, incluso de quienes activamente luchan en contra de la estabilidad social.

En muchos países se ha llegado al exceso de que los criminales tienen más garantías de que se protegerán sus Derechos Humanos, que los propios ciudadanos que son víctimas de sus actividades.

En Europa, el asunto no nada más pasa por esa obsesión, sino por los millones de dólares que muchos países árabes ponen para financiamiento de universidades, entre otras instituciones. Cargando con la necesidad autoimpuesta de “respetar los Derechos Humanos”, incluso los del terrorista, y además queriendo congraciarse con quienes ponen millones y millones en la mesa, Europa se ha vuelto excesivamente tolerante con la violencia sistemática de los grupos extremistas del Islam.

¿El resultado? Atentados como el recientemente acontecido en Bruselas. Los extremistas lo saben: pueden seguir atacando, porque en términos reales Europa no va a reaccionar. Van a regresar a su aparentemente cómodo discurso de defender el multi-culturalismo neutral, van a mantener su política de presionar sólo a Israel sin importunar a la Autoridad Palestina, y al final simplemente van a reaccionar con miedo, o más bien pánico, ante los ataques. Justo lo que los terroristas quieren.

El problema principal radica en que los extremistas musulmanes –grupo que incluye a los palestinos que atacan israelíes– no se conducen bajo los mismos paradigmas. Ellos no creen en el concepto de Derechos Humanos. Su percepción es que ese “invento occidental” sólo es un gesto de debilidad que debe ser aprovechado al máximo. Exigen el respeto de sus derechos, pero se rehúsan a respetar los de los demás. Esa es la lógica de no negociar, atacar, intentar matar, y luego victimizarse.

Lo más desconcertante es la gran cantidad de voces que, todo el tiempo, se repiten incesamente “sí, sí, tenemos que ceder; tenemos que mejorar; tenemos que cambiar…”.

Ellos no van a cambiar. Están en pie de guerra, con todo lo que eso implica.

Mientras tanto, no me queda más alternativa que esperar a que la investigación continúe y se determine cuál será la suerte del soldado israelí. Mi muy personal deseo es que lo exoneren. Tal y como puedo ver los datos sobre la mesa, concuerdo en que actuó conforme al protocolo y simplemente eliminó a alguien que era un riesgo para la integridad física de los que estaban allí presentes.

El fallecido no es una víctima. Es un terrorista muerto.

Esta es la otra guerra, la de la información, la de los que no nos resignamos al simplismo de decir “oh, qué malo, ¿por qué jaló el gatillo?”, y antes preferimos preguntarnos “¿qué habría hecho yo en esa situación?”

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