El Don Quijote judío y el Fiel de Amor

ANTONIO JOSÉ ESCUDERO RÍOS

Omar Khayyam, el sabio y el poeta de Persia, soñó que ya había conocido toda la tierra y, no habiendo encontrado la Fuente de la Vida que para el tiempo, la buscó aún más lejos; le dijeron que se encontraba en la Mancha, en una cueva muy profunda que llamaban de Montesinos.

Inició la peregrinación montado en un hermoso corcel blanco de Nishabur, donde Omar había nacido en una familia de estirpe noble y que practicaba ocultamente la fe de sus antepasados. Una vez  que hubo llegado a Ossa de Montiel fue conducido por un lugareño a la entrada de la tortuosa gruta. Desmontó de su caballería y se adentró, portando una antorcha, en las profundidades de la sima.

Se sintió atraído por el fulgor que desprendían las paredes, y al darse cuenta que eran piedras preciosas, se detuvo a llenar con ellas su zurrón adornado con una flor de jazmín, pero resistió la tentación de las riquezas y siguió adelante hasta que vio una claridad que provenía del exterior.

Despreciador de los tesoros terrenales, Omar, valeroso, siguió decidido hasta el final del laberinto. Al salir se halló en una verde pradera cuyo centro ocupaba una fuente que vertía sus aguas prístinas y cristalinas en una  alberca. Y dicen los antiguos que, como el recitado de los salmos, así era el rumor del agua, y que de esta manera saludaban al peregrino, conocedor de los acuosos misterios.

Junto a la fuente ofreció su boca un cántaro de fina arcilla invitando a beber. Omar lo llenó hasta sus bordes, y cuando iba a llevárselo a los labios, un viejo hidalgo de carnes enjutas y mirada triste detuvo su brazo, diciéndole:

– Soy Alonso Quijano el Bueno, el Templario,  a quien también llaman Don Quijote.
¡Te pido que no bebas!
– ¿Por qué? ¿Acaso no es ésta el agua de nunca morir? No quiero perecer como otros, ni verme arrebatado por la Parca, como a todos sucedió antaño ¿No es ésta la Fuente de la Vida?
– Sí, ella tiene la virtud de volverte inmortal, pero no debes beberla.
– ¿Dime por qué?
– Yo la bebí hace siglos, hermano en la fe,  fiel de amor, y no he muerto todavía…
– Entonces, ¿es verdad que quien la bebiere hallará vida eterna?
– Es cierto, pero yo bien querría no haberla bebido,
– ¿Por qué, pues?
– Porque he visto morir a tantos, a todos los que iba queriendo y me querían: padres, hermanos, mujeres, hijos y amigos pesan sobre mi ánimo; ¿para qué quiero la eternidad si nadie me conoce?

La eternidad sólo pertenece al Solitario del Sinaí, sea bendito Su Nombre. Todo lo demás es desvarío, es espejismo de pequeños dioses creados por la angustia de los hombres necesitados de consuelo.

Comprendió Omar la pena del anciano y la necesidad de la muerte, y tras reemprender el viaje de regreso, arrojó con decisión el cántaro lejos de sí; y, allí donde el agua formó un pequeño charco brotó un olivo, ahora longevo, que permanece en pie y cobija bajo su copa a los nietos de los nietos de Omar, el sabio y el poeta de Persia, que a su sombra escuchan esta misma historia de labios del  Caballero de la Mancha.

Antonio Escudero Ríos, Gran Maestre de la Orden Nueva de Toledo.

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