Ted Cruz, ¿un Bibi estadounidense?

 EVELYN GORDON

Por lo general dejo la política estadounidense a los estadounidenses, en la teoría que ellos saben más sobre ella. Pero como israelí me siento calificada en forma única para comentar acerca de una de las dos principales preocupaciones planteadas acerca del candidato presidencial Ted Cruz, porque he pasado los últimos siete años viviendo bajo un líder que comparte el mismo defecto: un talento asombroso para hacer que absolutamente todos los que trabajan con él lo odien. Este defecto indudablemente ha hecho a Benjamín Netanyahu un primer ministro menos eficaz que lo que pudo haber sido. Pero en la balanza, él ha sido bastante exitoso.

El hecho que el “Rey Bibi” sea ampliamente odiado en Israel—y no sólo por los izquierdistas—puede sorprender a muchos estadounidenses. Pero la política israelí está plagada de ex asistentes de alto rango y colegas de Netanyahu que abandonaron su partido Likud porque no pudieron soportar trabajar con él. El Ministro de Finanzas, Moshé Kahlon, una vez el número dos del Likud, renunció porque odiaba a Netanyahu y ahora lidera su propio partido, Kulanu. El Ministro de Educación, Naftalí Bennett, una vez un ayudante de alto rango de Netanyahu, partió similarmente disgustado y ahora lidera su propio partido, Bait Iehudí. La número dos de Bait Iehudí, la Ministra de Justicia Ayelet Shaked es otra ex asistente de alto rango de Netanyahu que renunció disgustada, como lo está el Ministro del Exterior, Avigdor Lieberman, quien ahora lidera su propio partido, Israel Beiteinu. El ex Ministro del Interior, Gideon Sa’ar, también una vez número dos del Likud, renunció disgustado y ahora está tomándose un “descanso” de la política. Es difícil pensar en algún otro partido israelí con una tasa de desgaste comparable entre su gente más talentosa, y no es sorpresa que deshacerse de Bibi es según se dice un alto objetivo para muchos incluso dentro de la coalición gobernante.

Tampoco Netanyahu es mucho más popular entre sus propios votantes. En un informe fascinante en enero, la periodista Amit Segal describió cómo el Likud consiguió su asombroso contratiempo electoral en la elección del año pasado. La campaña comenzó con focus groups entre probables votantes del Likud en los que persona tras persona declaró: No estamos votando nuevamente por Bibi; estamos enfermos de él. Los estrategas de campaña concluyeron que sólo una cosa podría persuadir a estos votantes de votar no obstante por Netanyahu—el miedo que no hacerlo traería a la izquierda al poder. La campaña jugó con éxito sobre este temor, y al final, los votantes del Likud se echaron hacia Bibi en masa.

Hay una razón por la cual Netanyahu ha decepcionado a tantos votantes: empujar un cambio importante, lo que quieren muchos votantes en la esfera socioeconómica, requiere la cooperación de muchas otras personas, y especialmente los legisladores. Así alguien con un don para alejar a todos con quienes trabaja encuentra muy difícil efectuar cambios importantes.

De hecho, no es accidente que Netanyahu hiciera sus reformas de más amplio alcance no como premier, sino como ministro de finanzas bajo Ariel Sharon. Esas reformas son acreditadas ampliamente con dar a Israel muchos años de crecimiento del 5% y permitirle capear la crisis financiera del 2008-2009 con poco daño. Pero como ministro de finanzas, Netanyahu sólo tuvo que redactarlas; Sharon, un político magnífico, asumió la responsabilidad por impulsarlas de hecho en la Kneset. Desde que se volvió primer ministro, en contraste, Netanyahu no se las ha arreglado para promulgar ninguna de sus ideas intrépidas.

Pero aquí está lo que se las ha arreglado para hacer, a pesar de sus defectos: Él ha mantenido a Israel a salvo en una región muy peligrosa. El terror palestino, aun con la actual intifada de los apuñalamientos, ha afirmado muchas menos víctimas que bajo la mayoría de sus predecesores. La guerra civil de Siria, que ha desestabilizado a todos sus otros vecinos, no ha tocado a Israel, en parte gracias a acuerdos callados con grupos rebeldes más moderados a los que Israel proporcionará ayuda humanitaria incluyendo tratamiento hospitalario para sirios heridos, en tanto ellos mantengan a los fanáticos islámicos lejos de la frontera de Israel. La cooperación en seguridad con Egipto ha alcanzado su punto histórico más alto, como lo han hecho las relaciones bajo la mesa con otros estados árabes de cara a dos enemigos en común—Irán y grupos radicales suníes como el Estado Islámico. Israel ha sobrevivido siete años de un presidente estadounidense hostil sin ser obligado a alguna concesión territorial que pondría en peligro su seguridad.

Comparen eso con el historial de sus predecesores y es fácil ver por qué los israelíes, a pesar de odiar a Netanyahu, prefieren su administración cauta al aventurismo de la izquierda. Como he explicado antes en mayor detalle, el Acuerdo de Oslo de Itzjak Rabin, la retirada unilateral de Líbano y negociaciones con Yasser Arafat por parte de Ehud Barak, y la retirada unilateral de Gaza de Sharon empeoraron todas significativamente la situación de seguridad de Israel y llevaron a un aumento en las víctimas fatales israelíes. Netanyahu, por el contrario, no ha perpetrado desastres importantes; aunque no ha mejorado drásticamente la vida de los israelíes, al menos se ha abstenido de empeorarlas.

E incluso excluyendo las cuestiones de seguridad, donde él brilla, su historial en otras cuestiones puede no ser estelar, pero ciertamente no es malo. La economía ha crecido modestamente pero en forma constante, y el desempleo ha seguido en bajas récord a pesar de un aumento masivo en los índices de participación de la fuerza laboral. No ha habido ninguna reforma drástica, sino muchas más pequeñas. Las relaciones diplomáticas con algunos aliados tradicionales, como Alemania, se han agriado, pero las relaciones con otros países han mejorado en forma marcada, tanto en Europa (donde muchos estados más pequeños, incluidos anteriormente hostiles como Grecia y Chipre, se han vuelto sorprendentemente los aliados europeos más cercanos de Israel) y en Asia, donde las relaciones con India, China y Japón han florecido.

Así que si los estadounidenses quieren una revolución, Cruz probablemente no se las podrá dar; su falta de inteligencia emocional excluye prácticamente las reformas importantes. Pero como ha probado Netanyahu, alguien con habilidades interpersonales terribles puede no obstante hacer un muy buen trabajo de conducir el barco del estado—manteniendo seguro al país, evitando grandes desastres y haciendo mejoras modestas en el camino. Para mi pensamiento eso suena infinitamente mejor que lo que ha tenido Estados Unidos durante los últimos siete años, o lo que es probable que obtenga ya sea de Hillary Clinton o Donald Trump.

Claramente, todo esto es discutible si Cruz no puede superar su otro problema principal: El aún tiene que probar que puede igualar el talento de Bibi para ganar elecciones. Pero basada en el paralelo de Bibi, no creo que los estadounidenses necesiten preocuparse acerca de lo que haría Cruz si él en verdad ganara la Casa Blanca. Como podrían contarles la mayoría de los israelíes, hay gran cantidad de rasgos peores en un director que una incapacidad para llevarse bien con otras personas.

https://www.jewishpress.com/indepth/opinions/an-american-bibi/2016/03/23

Fuente: Jewish Press

Traducido por Marcela Lubczanski para Enlace Judío México

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