SANTIAGO ABASCAL
El año 1938 Winston Churchill escribió Arms and the Covenant, que sería publicada más tarde en los Estados Unidos con el título While England Slept (“Mientras Inglaterra dormía”). Ahí, el que años después sería el líder que llevaría a los británicos a la victoria sobre el nazismo criticaba duramente la política de apaciguamiento seguida por Chamberlain. Aunque la obra galvanizó a sus partidarios, la mayor parte de la opinión pública británica dio la espalda a Churchill y prefirió creer el mensaje de paz y tranquilidad de los partidarios del apaciguamiento. Y es que a la opinión pública de las democracias no le gustan las malas noticias, y los políticos que plantean los problemas con dureza tardan siempre más en ser escuchados que los que sólo gustan de dar buenas noticias.
El pasado martes, sólo cuatro meses después de los atentados de París, Europa volvió a ser golpeada por la barbarie islamista. Las condenas de los atentados realizados por los principales políticos estaban llenas de expresiones como “solidaridad”, “unidad de los demócratas” o “libertad”. En ninguna de sus declaraciones encontramos las palabras yihad, islamismo o fundamentalismo. ¡Como si no mencionar las causas del problema fuera una forma de solucionarlo!
Por mucho que no lo queramos ver, la realidad es que estamos en guerra. Una guerra que no hemos empezado nosotros. Una guerra que no queremos, pero que no podemos eludir. Una guerra asimétrica y cruel, con un enemigo despiadado y firmemente determinado a terminar con nuestro modelo de convivencia. Un enemigo que está dentro de nuestras fronteras, escondido entre nuestra población y que cuenta con un importante apoyo exterior.
La amenaza no es sólo el terrorismo. Lo que amenaza a Europa es el islamismo, una ideología totalitaria que pretende implantar una teocracia en nuestro suelo. El terrorismo islamista es sólo una manifestación, la más cruel, de este fenómeno. Pero no la única.
La realidad es que mientras nuestras élites corruptas se enriquecen en turbios negocios con las monarquías del Golfo, el dinero saudí es utilizado para financiar mezquitas en las que se inocula el odio a Occidente en la juventud musulmana europea. Y en las que se reclutan terroristas.
La realidad es que todos los años cientos de jóvenes musulmanes europeos viajan al Oriente Medio para ser entrenados como terroristas por organizaciones financiadas por los mismos inversores que ponen su nombre en las camisetas de nuestros principales equipos de fútbol.
La realidad es que los europeos tenemos muy pocos hijos, menos de los necesarios para el reemplazo generacional. Y ese espacio que queda libre en la pirámide poblacional está siendo ocupado por una inmigración musulmana que no se está integrando en nuestras sociedades. Y nuestros gobernantes no hacen nada por apoyar económicamente a las familias y se empeñan en continuar fomentando el multiculturalismo.
La realidad es que, ahogados por el peso de nuestro gasto político, los europeos no somos capaces de destinar recursos a nuestras Fuerzas Armadas y somos incapaces de dar una respuesta militar a la amenaza del Estado Islámico.
Al igual que los ingleses del periodo de entreguerras, los europeos dormimos plácidamente. No queremos ver el problema. Pero la realidad está ahí. Hace unos meses fue París, esta semana ha sido Bruselas. No sabemos dónde será el próximo atentado pero, desgraciadamente, tenemos la certeza de que lo habrá.
A pesar de no haber tenido éxito en un primer momento, Churchill no predicó en el desierto. Años después, con Francia derrotada y todo el continente europeo sometido al Tercer Reich, los británicos confiaron en él para plantar cara al totalitarismo. Gracias a la determinación de aquellos hombres, el bien se impuso sobre el mal y los europeos pudimos recobrar nuestra libertad.
Al igual que el viejo conservador gruñón, nosotros no dejaremos de llamar a las cosas por su nombre. Ni somos esclavos de lo políticamente correcto ni tenemos miedo a lo que puedan decir de nosotros.
Estamos convencidos de que los europeos reaccionaremos tarde o temprano y expulsaremos al islamismo de nuestro suelo, igual que hicimos con otras ideologías perversas, como el nacionalsocialismo y el comunismo.
Tras el último ataque terrorista, en rueda de prensa, la jefa de la diplomacia europea rompió a llorar. Después empezaron los mensajes tristes y las fotos melancólicas en las redes. Los terroristas se habrán regocijado contemplando nuestro dolor y nuestra inacción. Sin duda, habrá supuesto un acicate para preparar su próximo atentado.
Menos llanto, más decisión y aplomo. Porque somos Europa, la cuna de la Libertad. Y estos miserables no podrán con nosotros.
*Santiago Abascal, presidente de Vox.
Fuente:m.libertaddigital.com
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