GUIDO MAISULS
Este es el relato de Annika Hernroth-Rothstein, una periodista judía que viajó a Irán sobre un Shabat que pasó en Teherán.
“Para la cuarta estrofa del Lejá Dodi, pude sentir las lágrimas que corrían por mi cara, y yo en silencio entregada a ese momento.
La mujer a mi lado apoya una mano en mi hombro intercambiando una sonrisa amistosa y plena de familiaridad en partes iguales. La sinagoga Abrishami que tiene un siglo de antigüedad se encuentra en el segundo piso de un edificio gris sin pretensiones en la calle Palestina, en el norte de Teherán. La planta superior alberga una Yeshiva y en el sótano hay un restaurante kosher que parece un salón de baile y que se utiliza a menudo para muchas bodas y barmitzvahs de la comunidad. Cada día, hay dos minyanim aquí y, en Shabat, la sinagoga acoge a alrededor de 250 personas, generaciones de judíos persas unidos por la tradición y la necesidad.
Entro justo después de la puesta del sol y de inmediato todos los ojos se vuelven hacia mí, mirando la singularidad de mi estatura y de mis ojos azules, que marca un fuerte contraste con la congregación, homogénea en sus rasgos físicos.
Me acompañaron a la parte delantera Dina, una mujer de pelo corto y negro como se usaba en los finales de los 70 y que en una mezcla de persa y hebreo, me presentó a las otras mujeres que se sientan en la prestigiosa primera fila. Farideh, Nieva y Gilda comienzan inmediatamente a hacerme preguntas en voz baja: ¿Estoy casada? Estoy buscando? Me gustaría quedarme? Y mis respuestas son debatidas y la información se pasa rápidamente por abajo de los muchos bancos.
En muchos sentidos es como cualquier sinagoga, las conversaciones y la mala ventilación, las obvias jerarquías, los chicos corriendo desenfrenados, ignorando a los ancianos condenándolos a mirar. En otros, es diferente a cualquier lugar que he conocido en mi vida..
Yo he venido a Irán para ver por mí misma lo que es la vida judía detrás de un muro dogmático. Cuando solicité la visa de periodista, estaba felizmente ignorante de lo que se siente al subir a ese avión, armada con nada más que un Sidur y un velo que acababa de adquirir. La mayoría de mis amigos y familiares me instó a no ir, me enviaron artículos de las atrocidades con que me encontraría, y cuando me entregaron el boleto diciendo “Jomeini IKA,” recé porque estuvieran equivocados.
Treinta minutos antes de aterrizar en Teherán, empecé a atar mi hijab, usando las instrucciones impresas, metiendo cada mechón de pelo bajo la tela multicolor. Por último, me quité el Maguen David por primera vez en años, y lo puse en mi bolso entre dos trozos de papel.
No estoy segura de lo que esperaba, pero sí sé que no era lo que encontré. En Teherán solamente residen 7,000 judíos y la gran mayoría de ellos son ortodoxos y muy observantes. Hay aún varias comunidades más pequeñas que están prosperando en las antiguas ciudades de Isfahan y Shiraz, lo que significa que la población judía total de Irán está compuesta de 15,000 personas aproximadamente.
Durante el gobierno del Shah, la comunidad era siete veces más grande pero con la Revolución Islámica de 1979 se fueron 80000 judíos a Israel y Estados Unidos, para no volver jamás. Durante el reinado del Sha, los judíos no tenían problemas, pero la Revolución Islámica trajo no sólo el odio hacia Israel, sino también un antisemitismo violento, lo que provocó las persecuciones, la incautación de sus bienes y la ejecución pública del líder de la comunidad judía Habib Elghanian, acusado de espionaje para el régimen sionista.”
Annika relató que mientras estuvo en el templo recibió varias invitaciones a cenar y ella aceptó la del líder de la comunidad. También contó que todo el tiempo, el vigilante que le asignó el gobierno estuvo cerca de ella, por lo que se sintió muy incómoda con sus anfitriones, porque no pudo evitar sentir como si de alguna manera habían invadido su espacio y roto una regla tácita. Sin embargo si así era no lo demostraron y le dieron una cálida bienvenida al huésped musulmán y lo convidaron con el colorido sabzi Ghormeh (comida nacional iraní).
Las mujeres que estaban en la reunión le hicieron bromas con la hijab porque le dijeron que la usaba al estilo árabe y ellas no la usan tan apretada, pasó lo mismo cuando les preguntó si podía seguir usando el Maguén David, le dijeron que podía usarlo sin ningún problema. Se sintió muy confusa, avergonzada y aliviada por sus prejuicios, las cosas eran diferentes de lo que se había imaginado o esperado.
Narró que es fascinante ver prosperar esta comunidad judía que tiene 2,700 años de antigüedad a pesar de vivir bajo la Sharia, pero continuando con la observancia de la Torá. Donde los matrimonios mixtos pueden ser castigados con la muerte y la religión es un valor absoluto, donde hay poca o ninguna asimilación por la presión que existe en una sociedad de estos valores
.. Esta comunidad está viviendo en y sometida a la ley islámica, siendo una minoría reconocida, sí, pero con condiciones y limitaciones, y desconociendo algunos los peores recuerdos del pasado.. Están separados en una aparente igualdad, sin embargo están discriminados y el régimen se los recuerda con sus ataques y negación permanente del Holocausto y su desenfrenado antisionismo.
Al igual que el país en el que residen, son una comunidad llena de contradicciones y con misma belleza y los mismos claroscuros.
“El padre de la familia me hizo preguntas, interrogándome sobre mis costumbres y tradiciones, comparándolas con las suyas. Cuando le cuento acerca de la situación en Europa, sus ojos se turban y su mirada se hace vaga, perdido en sus pensamientos, a continuación, levanta su copa y sonríe. ‘Gracias por venir aquí Annika para que podamos contar nuestra historia, y por permitirnos escuchar la tuya. Quiero decirte lo mucho que te admiro por mantener tu religión bajo circunstancias tan terribles. Por eso usted tiene todo mi respeto’
La comunidad judía de Irán, en muchos aspectos es igual a cualquier otra. Sus palabras me dejaron sin aliento, ya que no eran ni sarcásticas ni con doble sentido, pero dichas con verdadera simpatía. Había llegado allí con lástima por ellos, pero aquí los vi compadecerme a mí y sentí crecer el vínculo entre nosotros mucho más allá de la geografía o la Halajá. Los dejé en su casa esa noche, prometiendo volver, y retorné a la mía sintiéndome triste y feliz. . Vine a ver por mí misma, y lo hice; sin embargo, yo no sé muy bien lo que vi.
Estos son de la misma tribu que la mía, que lucharon con Amán y la malvada nación de Amalek, cuando llegue Purim voy a beber y bailar para conmemorar su victoria. Este año será diferente, esta vez será diferente lo que voy a pensar de estos, mis hermanos para los cuales la lucha está lejos de terminar.”
Milim Cultural Nº 229
Alicia V. de Benmergui
Fuente:identidades.com.ar
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