El Islam y el Occidente radical

BRET STEPHENS

La ortodoxia política de la izquierda es la droga de entrada a la yihad.

Hace años tuve una charla con tres hombres musulmanes jóvenes mientras esperaba en un salón del aeropuerto de Heathrow para abordar un vuelo a Islamabad. Yo estaba yendo a Pakistán para informar sobre los efectos colaterales de un terremoto devastador en Kashmir. Ellos estaban yendo allí para hacer lo que describieron vagamente como “trabajo caritativo.” Vestían túnicas largas tradicionales blancas, llevaban sus barbas al estilo salafista y hablaban con acentos del sur de Londres.

Traté de dirigir la conversación al terremoto. Ellos querían hablar sobre política. ¿Yo había visto “Fahrenheit 11/S” de Michael Moore? Evité suministrar una opinión sobre una película que ellos claramente reverenciaban. La verdad sin cobertura acerca de Estados Unidos de América—de un estadounidense. La autoridad y autenticidad todo en uno.

Pienso en ese intercambio siempre que surge el tema de la radicalización islámica. Hay gran cantidad de literatura sobre cómo los hombres musulmanes jóvenes—nacidos a menudo en el Occidente de hogares de clase media y no particularmente religiosos—se excitan con la yihad. Piensen en Mohammed Emwazi, el graduado de la Universidad de Westminster conocido luego como John Yihadista. O en el Mayor Nidal Malik Hasan, de la infamia de Fort Hood. O en Najim Laachraoui, quien estudiaba ingeniería eléctrica en la prestigiosa Universidad Católica de Lovaina antes de explotarse el mes pasado en Bruselas. O en los hermanos Tsarnaev de Boston y en Syed Farook de San Bernardino.

Es una larga lista. Y en muchos casos los investigadores son capaces de identificar un agente de radicalización. El Mayor Hasan mantuvo correspondencia con el clérigo extremista Anwar al-Awlaki. Laachraoui parece haber estado bajo el hechizo de un predicador de Molenbeek llamado Khalid Zerkani. Los Tsarnaev sacaron sus consejos en construcción de bombas de Inspire, una revista online en idioma inglés publicada por la filial de al Qaeda en Yemen.

Pero la influencia de los Awlakis del mundo no puede ser responsable por completo de la mentalidad de estos yihadistas. Ellos son los hijos del Occidente—educados en las escuelas del multiculturalismo, criados con las obras de Noam Chomsky y quizás Frantz Fanon, consumidores de una fuerte dieta noticiosa de perfidia por parte de los soldados estadounidenses, británicos o israelíes. Si el islamismo es su droga ideológica de elección, las ortodoxias políticas de la izquierda moderna son su droga de entrada a ella.

Consideren el número más reciente de Inspire. Mezclado con fotos paso a paso sobre cómo construir una granada de mano con cronómetro y un análisis de la masacre en Charlie Hebdo, hay un artículo largo sobre cómo la opresión de los negros en Estados Unidos, comenzando por el asesinato de Michael Brown en Ferguson. El número de Primavera del 2013 contiene un “mensaje a la nación estadounidense” del Comandante Qassim Ar-Reimy de al Qaeda en el cual él pregunta si “¿el entrometimiento en nuestros asuntos e instalar a cualquier agente tirano y lacayos que ustedes quieran que mata y oprime [es] perdonable?”

“Déjennos con nuestra religión, tierra y naciones y preocúpense por sus propios asuntos internos”, escribe el comandante—ahora Emir. “Salven su economía, cuiden sus asuntos, porque eso es mejor que lo que son actualmente.”

Este no es el idioma del Islam, con su impresionante tradición de conquista. Es el idioma de la izquierda progresista, de lo que Jeane Kirkpatrick en la convención republicana de 1984 llamó el gentío “Culpen Primero a Estados Unidos.” Se ajusta a la visión del Occidente como el pecador perenne y del resto del mundo como su víctima perpetua. Es el idioma de dar vuelta la página en una década de guerra, de enfocarse en construir la nación en casa.

Nos parece tan radical sólo porque viene de la pluma de un terrorista. Si hubiese aparecido en un artículo de opinión en el Guardian, provocaría la aprobación de muchos lectores asintiendo con la cabeza y un encogimiento de hombros desdeñoso de otros, pero ningún gran grito de cualquier forma.

A principios de la década de 1990 mi ex colega columnista, Thomas Frank, llegó con la frase astuta “mercantilización del disenso” para explicar cómo el capitalismo convirtió todo tipo de creencias contra-culturales e ideas radicales en apenas otro producto en una caja, para ser vendidas y distribuidas a través de los canales usuales. “Fahrenheit 11/S” pudo haber sido una revelación política o incluso un llamado a las armas para algunos musulmanes jóvenes impresionables de Tower Hamlets, pero para Hollywood fueron u$s222.5 millones de oro en la taquilla. Eso la hizo una ganadora en el mercado de las ideas, ¿y quién puede luchar con eso?

La mercantilización del disenso puede tener el efecto de borronear el impacto de todo tipo de nociones extremistas. Pero puede desensibilizarnos ante su extremismo, dejándonos asombrados cuando alguien convierte noción en acción. La catarsis de la violencia se ve como una idea interesante en las páginas de “Los Condenados de la Tierra.” En la práctica, son gran cantidad de hombres y mujeres jóvenes abatidos a tiros en una sala de conciertos de París.

Nos hemos vuelto haraganes en nuestro pensamiento acerca del Islam y el Occidente. La cuestión no es si el Islam practicado por al Qaeda o el ISIS es “radical” o meramente tradicional. Es si el Occidente puede reconocer que el nihilismo moral de los John Yihadistas de hoy son la consecuencia lógica del relativismo moral que es la religión por defecto del Occidente de hoy.

Fuente: The Wall Street Journal

Traducido por Marcela Lubczanski para Enlace Judío México

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