Hace una semana escribí una respuesta a un artículo de Irving Gatell. Se trató básicamente de una confrontación en torno al caso del soldado israelí que disparó a la cabeza de un terrorista abatido, y las consecuencias e implicaciones de este hecho para la vida social en Israel y las relaciones con nuestros vecinos. Ayer apareció la réplica de Gatell.
LEONARDO COHEN PARA ENLACE JUDÍO MÉXICO
De manera un poco sorpresiva he visto algunos de mis argumentos conducidos al extremo y mis opiniones retorcidas o ridiculizadas. Su objetivo, me parece, fue generar una sombra que mostrara de manera evidente el contraste entre lo sensato (lo sostenido por él), y lo absurdo (mis expresiones). Sólo un pequeño ejemplo:
Gatell dice: “Oh, pero recuérdelo, querido lector: yo soy perverso porque repito el discurso oficial israelí. Tal vez hasta sea más problema que el palestino que corre con un cuchillo a intentar matar soldados, o ancianas, o niños…”
Está claro que para mí escribir una respuesta en Enlace Judío no es un ejercicio retórico, no es un entretenimiento mediante el cual trato de desmenuzar uno por uno los argumentos de otro para colocarlos bajo la luz de lo ridículo. Realmente no escribo con el ánimo de un esgrimista que enfrenta a su contrario, y que busca invocar la mayor cantidad de calificativos que permitan hacer caer a la lona al rival. Lo mío es un poco más serio. Para mí son reflexiones existenciales. Efectivamente, Gatell no es más peligroso o perverso que un terrorista que tiene afán de matar.
Y no es un ejercicio retórico porque es mi hijo de siete años que camina de mi mano o de la de su madre por las calles de Jerusalén quien podría ser acuchillado. Porque antes de ir a dar una clase a la Ciudad Vieja, y saber que tendré que cruzar por la puerta de Damasco, me asaltan toda clase de pensamientos. Viví aquí la segunda y parte de la primera intifada, escuchando de vez en vez las sirenas de ambulancias por debajo de mi casa. Más de una vez corrí con el corazón en la mano a buscar un teléfono público para averiguar si mis conocidos estaban bien o para avisar que yo estaba bien. No hay nadie que haya vivido en Jerusalén 25 años y no conozca este tipo de zozobra.
Pero todo ello no es lo único que me asusta. He visto incendiado un salón de clases de niños de primero de primaria en la escuela bilingüe judeo-árabe de Jerusalén. Los niños no estaban presentes. Los perpetradores pertenecen a una organización extremista judía que se denomina Lehava. Su líder, Ben-Zion Gopstein, entra y sale a placer de encuentros con diputados de la Knésset. Vi las imágenes de los cuadernos y libros quemados, de niños que cometieron el terrible crimen de estudiar juntos, judíos y árabes. Ningún ministro se presentó en la marcha de solidaridad con la escuela. He visto a trescientos aficionados del club de futbol Betar Jerusalén entrar al centro comercial de Malkha, gritando a coro “muerte a los árabes”, y tratando de golpear a empleados o simples transeúntes que hablan árabe. Cuando hace casi dos años un muchacho palestino de Jerusalén –Muhammed Abu-Khdeir fue quemado vivo por terroristas judíos, escuché a un taxista que me dijo: “uno menos, mejor. ” He visto también a un colono perseguir con un cuchillo en la mano Arik Ashermán, uno de los líderes del movimiento Rabinos por los Derechos Humanos, por el simple hecho de que milita en una causa contraria a la suya. A ese terrorista judío nadie le pegó un tiro en la pierna y mucho menos en la cabeza.
Una amiga mía presenció personalmente el linchamiento hasta la muerte de un joven eritreo del que se sospechó que era terrorista. La campaña contra los refugiados de Eritrea y Sudán en Israel está en todo su apogeo, y se les recluye, mientras quepan, en un centro de detención en medio del desierto.
He visto las campañas contra los artistas, escritores y académicos, que son catalogados como infiltrados por grupos de tendencia fascistoide allegados al gobierno. David Grossman ha sido llamado infiltrado, a pesar de haber perdido a su hijo en una guerra que quizás no fue justa para él. Vi cómo cancelaban un evento de “Romper el Silencio” en un bar de Beer Sheva, porque no había garantías de seguridad para su realización. Los números telefónicos de los abuelos de Yuli Novak, fueron publicados por grupos de “patriotas” con el afán de acosarlos. Novak, secretaria general del grupo “Romper el Silencio,” es considerada una traidora y sus abuelos de más de 80 años reciben llamadas anónimas a altas horas de la noche, donde les cuentan que su nieta va camino al hospital víctima de heridas de bala. No voy a explayarme aquí en cosas que publiqué en Enlace Judío en otra ocasión relativas a la manera en que intentaron censurar al programa de estudios de África de la Universidad de Beer Sheva por organizar una visita de estudios al centro de detención de refugiados en Holot.
Gatell no es perverso. En cuanto a ello puede estar tranquilo. Yo no lo creo así. Pero el discurso es perverso, por intentar solapar una realidad que no puede sostenerse. No se trata del problema de unos extremistas, se trata de un problema inherente a la ocupación y que va arrastrando a la mayoría de la sociedad israelí a posiciones de indiferencia u hostilidad contra quienes “empatizan con el enemigo” como lo sugiere Gatell.
Conozco sobremanera el argumento de que para los palestinos la ocupación es la de toda la Palestina entera. Pero el problema fundamental sigue siendo el de la realidad objetiva, el de tres millones de palestinos que por casi cincuenta años viven privados de los derechos de que yo gozo, y que son mis vecinos. Y el del taxista palestino de Jerusalén del Este que me lleva a la casilla electoral donde voto, y a quien no le puedo preguntar por quién va a votar él, porque no tiene derecho a hacerlo… Y reside en la misma ciudad que yo.
En los debates, no me gusta usar el tono cínico, propio del artículo de Gatell. Para mí se trata de un asunto doloroso, porque es este el país que amé y amo, donde mi hijo vive una feliz infancia y donde tengo una vida con contenido. Porque ese discurso oficial perverso, (sí, perverso porque pervierte la realidad al punto de inventar perseguidores inexistentes) me ha señalado a mí como colaboracionista, porque sé que llegará el tiempo en que mi hijo tenga la edad de ese soldado, que sirve en condiciones imposibles para él, ya que su gobierno, y no los terroristas, insisten en perpetuar un estado de cosas que no se seguirá sosteniendo sin que se vayan volviendo normales y cotidianas las aberraciones y las conductas violentas.
No necesito a esta altura de mi vida clases elementales de historia de Israel y el Medio Oriente como las que me da Gatell. Esa es mi profesión. Juzgo a mi gobierno y a mi país por las expectativas que tengo de ellos, y no con relación al grado de criminalidad o justicia que hay en el reclamo de mis vecinos, de los que puedo exigir pero no hacerme responsable.
Hace unos días me enteré de la muerte de Guershon Zevnovaty, Eliezer Ronen y Rivka Krainer. Tres mexicanos, que hacia el fin de su adolescencia, emigraron a Israel. Guershon combatió en el frente sur en la Guerra de Independencia y quedó severamente herido. Esas heridas lo acompañarían hasta su muerte hace dos semanas, dificultándole caminar. Rivka Krainer vivió también esa misma guerra participando de la fundación de un kibutz en la frontera norte. Eliezer Ronen se convirtió en diputado y secretario general del partido Mapam. Tres personas que por sus ideas, podrían ser catalogadas en la realidad de hoy como “unos de esos izquierdistas que pululan en Haaretz y Betselem, miembros de la extrema izquierda que no tienen empacho en colaborar con abiertos enemigos de Israel en eventos internacionales.” Estas personas que fueron inspiración para muchos de nosotros, son ciertamente los sionistas de ayer. Algunos otros, con méritos más modestos, somos también los sionistas del pasado. Pero he aquí que se cierne hoy la nueva categoría constituida por los patriotas actuales, aquellos que se sacuden con facilidad cualquier reflexión crítica hacia la conducta propia, no vaya a ser que sus palabras se traduzcan como una justificación moral del terrorismo.
Por último, Gatell me agradece haberme tomado el tiempo para hacerle observaciones a su nota. No debió hacerlo. Escribir fue para mí un imperativo moral como forma de contribuir a la posibilidad de un horizonte mejor, y demostrarle a mi hijo en un futuro, que su padre no calló, que en los tiempos oscuros que hoy vivimos, hubo quienes tuvimos el valor de decir lo que pensamos y expresar aquello en que creemos. Pero pienso además, que no me debió de agradecer porque, por el tono displicente y hasta cierto punto sarcástico de sus comentarios, al colocarme como alguien que “no ve más allá de su nariz”, demostró que no tenía realmente aprecio por el diálogo. Más bien, parece que más que nada tenía apremio por encontrar un escaparate adecuado en el cual exhibir sus capacidades retóricas y también la gran cantidad de calificativos que es capaz de dominar.
Como dijo alguna vez Yeshayahu Leibowitz: “Mucha gente se opone a lo que yo digo –me parece muy claro- y compensa su falta de voluntad de aceptarlo a partir del argumento de la incomprensión de mis palabras. Me parece que hay una incomprensión esencial en el término comprensión. El término comprensión es válido sólo en lo que respecta a la ciencia. En lo referente a la realidad social, política o moral, lo determinante es la voluntad de comprender.”
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