Siete preguntas a Jacobo Israel Garzón

ANTONIO ESCUDERO RÍOS

Charla de Antonio Escudero Ríos con Jacobo Israel Garzón, figura promimente en el judaísmo actual.

1 – ¿Le parece contradictorio que un pueblo tan definido como el judío se haya constituido sobre unos caminos hechos al andar?

En primer lugar, como decía Machado, ‘se hace camino al andar’. Y cuanto más andan individuo y pueblo se definen en relación a más elementos de comparación y alcanzan una definición más precisa.

Además, en su camino el judío se encontró en ocasiones con otros pueblos con los que se mezcló o de los cuales tomó aspectos importantes para su cultura, pero también se topó con la enemistad de muchos pueblos y con numerosas catástrofes de orden social, histórico y político.

Todo ello ha hecho que, más que un pueblo en el sentido biológico del término, lo seamos en términos geológicos, que nuestra sociedad esté compuesta de estratos construidos, destruidos y trastocados en una larga historia dispersa.

Como además los estratos que emergen no son los mismos en todo lugar, la sociedad judía, en términos internos resulta un conjunto heterogéneo y a veces contradictorio, pero ocurre que en relación a las demás sociedades resulta un conjunto definido.

2 – Teniendo en cuenta que no hay pueblo como el judío que se haya constituido sobre las Escrituras como ley y mandato divino, ¿serían los profetas los primeros constructores de la historia –tal como la entendemos–no solo empujada desde atrás, sino reclamada desde delante, desde el futuro?

Creo que el pueblo judío se constituye inicialmente en Abraham, en su creencia de la necesidad de terminar con la idolatría y el sacrificio humano – que significa la ofrenda de un ser humano a una deidad en señal de homenaje o expiación – y en su intuición de que mantener un imperativo moral para tal prohibición exigía como garante un Dios único y eterno.

Una buena parte de los descendientes de Abraham y sus familias, incluidos en éstas los que trabajaban con, por y para ellos, se toparon con la historia faraónica, con la esclavitud, la liberación posterior liderada por Moisés y, por lo tanto, con el Sinaí y las Escrituras. Posteriormente al Sinaí, el pueblo judío sí se reconstruye en libertad sobre las Escrituras.

Dicho todo esto, coincido en que los Profetas son líderes que tiran de la historia desde delante para atrás, pero en tanto que una esperanza reclamada tanto a Dios como a los hombres para el futuro, una esperanza social individual y colectiva.

3 — Parece que el pueblo judío, más que la reivindicación de un espacio, ha estado buscando el tiempo, su tiempo, su historia, ¿es también ese su parecer?

Creo que, como todos los pueblos, el judío reclama en su caminar espacio y tiempo. El espacio puede ser exclusivo o compartido, pero el tiempo es siempre compartido.

Ocurre que, como numerosos individuos y pueblos, los judíos buscamos salidas cuando topamos con murallas indestructibles en nuestro camino.

Cuando nos indicaron que ‘no podíamos vivir como judíos en las mismas condiciones que los cristianos’, aceptamos las condiciones impuestas, siempre que mantuvieran una mínima dignidad.

Y cuando, en contra de todas las esperanzas de que había llegado finalmente nuestra emancipación en el mundo occidental, éste hizo bien poco para lograr nuestra salvación ante aquellos que nos indicaron que ‘no podíamos vivir’ – por supuesto me estoy refiriendo al nazismo – el pueblo judío buscó su propio espacio, Israel.

Pero el tiempo, siempre, seguirá siendo compartido.

4- —¿No cree que la historia, en el caso de los judíos, más que una historia basada en el progreso es una historia sagrada, es una historia ucrónica de la divinidad en los hombres, de la palabra de Dios hecha escritura, una y otra vez?

Creo que el camino judío no es sagrado pero que la carga que el pueblo lleva en su camino es igualmente imperativa.

Lo que Abraham transmite y lo que constituye la piedra miliar del judaísmo es el derecho del otro, que no es otra cosa que la obligación de uno mismo de negarse al sacrificio humano.

Moisés y sus seguidores lo traducen en la Torá, que Hillel interpreta como ‘no hacer a otro lo que no deseas que te hagan’.

El camino judío implica ese imperativo moral y la existencia de Dios, intuida ésta como la única garante del mantenimiento de ese mandamiento; una divinidad que exige el acto, no la creencia, la acción y no la fe.

No es nuestro camino una historia sagrada, es una historia transitada a través de numerosas vicisitudes, en las que el principal valor que se ha procurado transmitir es una prohibición categórica, eterna y sagrada: lo sagrado no es el sacrificio, lo sagrado es la prohibición del sacrificio humano.

5 -—¿Cómo se combina según usted la depurada individualidad judía con el sentimiento de colectividad de este pueblo?

El sentimiento individual del judío se manifiesta fundamentalmente en su propia conciencia, en el hecho de que cada uno de nosotros es el único responsable de sus propias acciones.

El sentimiento de colectividad procede en primer lugar de la conciencia de una historia compartida más allá de la pluralidad de situaciones y espacios vividos.

También procede de una cierta singularidad.

Me explicaré sobre este último punto. Aunque las religiones que proceden del tronco del judaísmo creen mantener la moral judía, es observable que el sacrificio humano sigue siendo cotidiano.

La singularidad del judaísmo resultaría en la obligación de conservar para la Humanidad la conciencia de esa prohibición sagrada.

Dicho esto, ni todos los judíos tienen conciencia de esta singularidad y ni siquiera son todos guardadores de la prohibición.

6 -—Hay una ambivalencia contradictoria entre las gentes respecto al judío. Por una parte es un pueblo respetado y temido, por otra parte hay una actitud de rechazo hacia él, que se manifiesta en expresiones populares y despectivas, por ejemplo «perro judío», «hacer una judiada», «ser un fariseo», etcétera. ¿Qué opina de ello?

Somos temidos y respetados por un prejuicio: considerar que tenemos mucho o demasiado poder.

Al mismo tiempo somos rechazados por el mismo prejuicio.

Hay que hacer sin embargo hincapié en que somos rechazados en aquellas sociedades que mayoritariamente son herederas o actualizadoras del judaísmo, es decir en las sociedades que han sido o son cristianas o islámicas (es de hacer notar que el cristianismo, tras la Shoá y en las últimas décadas, ha iniciado un proceso de evaluación del judaísmo en relación a su propio nacimiento religioso, y de aprecio hacia los judíos y lo que representan).

Se exagera nuestro papel como poderosos, sin entender que lo que somos colectivamente se lo debemos a Abraham y a la Torá, a la obligación que esta impuso de que los judíos leyeran y estudiaran el texto, en lo que yo denominaría realizar un estudio hermenéutico del mismo.

Acciones estas últimas que han convertido a los judíos en depositarios de una cultura milenaria, en un pueblo alfabetizado en su inmensa mayoría desde hace siglos, con una elevada capacidad de abstracción y con cierta facilidad para poner en cuestión la evolución de la sociedad en todo momento.

7 -Existe una penetración de lo judío en lo sagrado –incluso en el pensamiento de sus prohombres más modernos y racionalistas– como temor de Dios, como acatamiento del mandato divino, como escritura sagrada. Es curiosa, ¿no cree? Esa mezcla entre racionalismo científico y acatamiento de la divinidad.

Creo que las respuestas anteriores explican esa aparente contradicción. El judaísmo aporta la divinidad intuida y la prohibición contra el sacrificio humano, pero al mismo tiempo los judíos más avanzados, que pueden haberse separado de la religiosidad cotidiana, pero no del sentimiento de pertenencia ni de su moral, aportan una crítica racional de la modernidad, en el sentido de que un progreso que no se compatibilice con la prohibición del sacrificio humano no es tal progreso, sino que lleva el germen de un retroceso.

Lo sagrado y lo racional mezclado en un pueblo que lleva seguido un largo, tortuoso y difícil camino.

Fuente, Raíces.Revista judía de cultura.Primavera de 2016.

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