ESTHER SHABOT
Para la decaída economía egipcia cayó como un regalo del cielo el anuncio de que el rey Salman aprobó donar miles de millones de dólares para diversos proyectos egipcios.
Como “histórica” ha sido calificada la visita de Estado que la semana pasada realizara el rey de Arabia Saudita, Salman bin Abdulaziz, a Egipto. Durante los cinco días que el monarca permaneció como huésped de honor del presidente egipcio Al Sisi, se tomaron decisiones concernientes a las relaciones entre los dos países que pueden ser consideradas de gran trascendencia no sólo para ambos, sino para toda la región del Oriente Medio y para el realineamiento de sus fuerzas políticas. Más allá de la visita del rey a la mezquita de Al-Azhar, de su sorprendente y cordial encuentro con el papa de la Iglesia Copta Ortodoxa de Alejandría, Tawadros II, y de las fotos y los abrazos, la prensa saudita reporta que se firmaron 17 acuerdos económicos mediante los cuales Egipto recibe una serie de importantes beneficios económicos a cambio de un plegamiento mayor de El Cairo a las posturas políticas regionales del Reino Saudita.
Para la decaída economía egipcia cayó como un regalo del cielo el anuncio de que el rey Salman aprobó donar miles de millones de dólares para diversos proyectos egipcios: desarrollar el Sinaí, fundar una nueva universidad en esa península a nombre del rey, asegurar el abasto energético del país del Nilo durante cinco años y, en general, financiar desarrollos diversos con préstamos a interés bajísimo. Además, se anunció la decisión de construir una megaobra de ingeniería que conectará mediante un puente a la península del Sinaí con la península arábiga, es decir, una conexión entre los continentes africano y asiático. Tendrá entre siete y diez kilómetros de largo, cuatro carriles de ancho además de vías para ferrocarril. Cruzará el mar Rojo justo al sur del Estrecho de Tirán y será un medio para impulsar un intenso intercambio comercial entre regiones que promoverá la creación de miles de empleos y una prosperidad de la que Egipto está cada vez más hambriento. El puente, por supuesto, llevará el nombre del rey Salman.
¿Y qué ofrece a cambio Al Sisi a los sauditas? Varias cosas: lo más comentado, el traspaso de Egipto a Arabia de dos pequeñas islas –Tirán y Sanafir– ubicadas a la salida del Golfo de Aqaba en el mar Rojo. La versión dominante del tema es que las islas eran originalmente posesión saudita, pero que en 1950 pasaron a ser rentadas por Egipto debido a una decisión conjunta en aquel entonces de “fortalecer la defensa de Egipto y Arabia contra la agresión sionista”. Por tanto, hoy regresan a sus dueños originales con la aceptación total de parte de El Cairo. Según se ha declarado, ello conlleva un acuerdo de los sauditas de mantener vigente el statu quo existente entre Egipto e Israel, es decir, que los nuevos dueños de las islas no impedirán u obstaculizarán el libre paso a la navegación israelí por las aguas aledañas a las islas. Al lado de esto, está, sin duda, el fortalecimiento de la alianza entre Riad y El Cairo en todas las cuestiones políticas que marcan a la región. Egipto tendrá que asumir como propias, bajo esta lógica, las líneas sauditas con relación a Irán, Yemen, Turquía y el régimen de Bashar al-Assad, entre otras.
La primera conclusión de esta transacción sería que Egipto, a pesar de acrecentar su dependencia del Reino Saudita, está por obtener grandes ventajas con este acuerdo. Y sin embargo, no todo parece fluir sin dificultades: ya estallaron hace un par de días manifestaciones y protestas callejeras en Egipto de parte de población descontenta y fuerzas opositoras a Al Sisi, que le reclaman a su gobierno estar vendiendo territorio y soberanía de su país a cambio de ganancias dudosas que, según los críticos, no valen la pena.
Fuente: Excelsior
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