Enfrentándose a los soldados de Maduro

KLAUS DIETER

En uno de los Bancos de un Centro Comercial del Este de Caracas un amigo se encontraba con su hijo de 14 años esperando que saliera su número de turno para ser atendido en la taquilla del banco.

Cerca de ellos, dos oficiales de la Guardia Nacional esperaban también para ser atendidos. Entre risas, y a un nivel de voz que todo el banco podía escuchar, comentaban sobre una fiesta a la que habían asistido el fin de semana y sobre los “bonches” que vendrían después de diciembre, -“cuando el gobierno le termine de aplicar ‘el alicate’ a los escuálidos”-.

El adolescente escuchaba la conversación entre aquellos representantes de nuestras “gloriosas” Fuerzas Armadas, con una indignación difícil de ocultar, mientras el resto de los clientes del banco se hacían los oídos sordos.

El oficial se percató de la mirada inquisidora del joven y con voz destemplada, se dirigió al adolescente casi amenazándole:

–“¿Qué te pasa a ti, carajito?, ¿Tienes algún problema?”–

La respuesta del muchacho fue demasiado para los oficiales. Con pose altanera, y casi en el mismo tono de voz con que el oficial se dirigió a él, le contestó:

–“Sí, ¡tengo un problema! Todos los venezolanos tenemos un problema: Ustedes. Su cobardía y su sinvergüenza son el problema… Eso es lo que me pasa…”–

Todo el banco volteó asombrado hacia el muchacho mientras mi amigo se colocaba entre su hijo y el oficial mirándole con gesto de desafío.

Sin dar tiempo a que el oficial reaccionara, alguien comenzó a aplaudir dentro del banco.

En fracciones de segundos prácticamente todos los clientes se sumaron en un estruendoso aplauso hacia el muchacho mientras rodeaban al grupo.

Los dos oficiales salieron del local profiriendo insultos mientras la gente no dejaba de aplaudir.

En cuanto los oficiales salieron, mi amigo abrazó a su hijo con lágrimas en los ojos y le dijo repetidamente lo orgulloso que estaba de él.

Cuando la pantalla anunció el siguiente número a ser atendido por la taquilla, una señora mayor, también con lágrimas en los ojos, fue hasta mi amigo y le entregó el número diciéndole… -“Señor, por favor, pase usted primero”.  Acepté este tonto gesto como agradecimiento por el valor de su hijo, ese valor que tanto nos falta a muchos adultos para dar la cara por nuestra patria’.

Mi amigo y su hijo estaban abrumados y hasta que salieron del banco la gente no dejó de aplaudirles.

Una acción así hace la diferencia, cada uno debe dejar el miedo y poner su grano de arena.

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