Europa enfrenta su choque de civilizaciones

JOHN VINOCUR

Repentinamente—y tardíamente—los líderes están dispuestos a admitir que las interpretaciones extremistas del Islam son un problema.
El primer ministro francés Manuel Valls ha planteado en forma abrupta la cuestión de si el Islam es compatible con la democracia francesa y “nuestros valores.” Inglaterra la semana pasada enfrentó una nueva encuesta exponiendo profundas divisiones entre la sociedad laica y las creencias de un número significativo de su comunidad musulmana. En Alemania, los funcionarios de seguridad están expresando abiertamente gran preocupación por el éxito del reclutamiento allí de ramas del Islam vinculadas con el terrorismo.

En Europa, las nociones de un choque de civilizaciones, un tema visto hace tiempo como fuera de los límites, se han vuelto corrientes. Como jefe de gobierno de un país con una relación históricamente intensa con los musulmanes, Valls, en una serie de reuniones públicas y entrevistas durante las últimas semanas, ha dejado el terreno seguro a las declaraciones de “estamos todos juntos en esto.”

El primer ministro todavía afirma creer que Francia y el Islam son compatibles. Pero él también reconoció que “una mayoría” de los franceses tienen dudas, y buscaba desafiarlos. El afirmó que aun cuando los salafistas representan apenas el 1% del estimado de cinco millones de musulmanes de Francia, “sus mensajes en los medios sociales son los únicos escuchados por” la juventud musulmana.

A través de la frontera, las presunciones beatíficas, y el etiquetado de los que las desafían como islamofóbicos, están siendo vistas también en Alemania como rutas inadecuadas para la calma. La canciller Angela Merkel calculó mal que el país podría absorber a más de un millón de refugiados del Medio Oriente el año pasado, sin embargo escapa a un potencial proporcional para la barbarie por parte de la rama salafista del Islam.

Hans-Georg Maassen, quien dirige la agencia de seguridad interna alemana, en las últimas semanas ha advertido a los periodistas del actual peligro “virulento” de ataques terroristas en el país. Él calculó el número de salafistas en Alemania en 8,650 que tiende a crecer “casi diariamente.” Y dijo que los jóvenes refugiados musulmanes, encarnan un “inmenso potencial para la radicalización”, eran un objetivo específico de los reclutadores salafistas. Alemania, a diferencia de Francia e Inglaterra, ha escapado a los ataques terroristas islámicos hasta ahora.

Gilles Kepel, un prominente arabista francés, los describió en esta forma: “No todo salafista es un yihadista (guerrero santo), pero todo yihadista es un salafista.” Para Valls, los grupos salafistas activos “están en el proceso de ganar la batalla ideológica y cultural dentro del Islam francés.” Y ha dicho, “La batalla por la República y el laicismo ha sido abandonada.”

En Francia, donde este debate está ahora más avanzado que en Alemania, las glorias de la República y su distancia constitucional de la religión están ganando presuntamente la oferta de la Francia moderna contra la intromisión de cualquier tipo de fe y escritura agresivas. Valls está admitiendo que la proposición republicana se ha vuelto inadecuada contra un movimiento terrorista cuya base de atracción incluye a la religión.

En el proceso, ha buscado demostrar que mucha de la clase política e intelectual francesa—particularmente la izquierda de su propio Partido Socialista en sus negaciones que el Islam se encuentra en el corazón de la cuestión—está siendo ridiculizado por la potencia del arrastre de la doctrina islámica de hacer la obra de Di-s asesinando al Occidente.

Valls dice que “tiene que ser emprendida la ‘reconquista'” de la República. Al explicar esa frase—sugiriendo que él podría postularse para la presidencia en el año 2017 si su impopular jefe, François Hollande, no busca un segundo mandato—el primer ministro describió su visión de la elección en esta forma: “Por supuesto, está la economía y el desempleo, pero lo esencial es la batalla por la cultura y la identidad.”

Muy probablemente, Valls quiere poner bajo supervisión estrecha al Islam en Francia, creando un estatuto especial para él que requeriría que la comunidad acepte a la ley francesa como suplantando al Corán. Ha llamado a los representantes de la comunidad musulmana a promover un Islam que sea “francés, organizado y profesional.” Los líderes musulmanes, en respuesta, etiquetaron sus comentarios como “divisorios.”

La verdad es que una República francesa que no promete ni santidad ni paraíso no puede competir muy bien en estos días con los sargentos reclutadores del Islam intransigente. El primer ministro no tiene ninguna compensación real que ofrecer para lograr la compatibilidad en la que él insiste que cree.

La infinita pequeñez de la política interna francesa despilfarró esa moneda hace casi 10 años cuando el Presidente Nicolas Sarkozy probó el agua y luego la abandonó sin un atisbo socialista de un programa de acción afirmativa nocional. Este habría abierto vastas oportunidades para los musulmanes a cambio de un acuerdo estableciendo su acomodamiento a la sociedad francesa, una noción imposible en el 2016 con Marine Le Pen.

La preocupación de Valls acerca de obtener un control sobre el Islam en su país llega en lugar del Occidente ganando terreno contra el Estado Islámico en el Medio Oriente y sofocando la percepción actual entre los jóvenes musulmanes franceses que el firmar con los salafistas los pone en un equipo de campeonato.

En un mundo de terrorismo e inestabilidad palpable, el primer ministro francés,  quien ha hablado de Francia enfrentando una “guerra de civilización,” no será el primer político que seguro encuentre que hablar con franqueza, aunque en forma honorable y precisa, no trae ninguna recompensa automática.

Fuente: The Wall Street Journal

Traducido por Marcela Lubczanski para Enlace Judío México

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