ANDRÉ MOUSSALI
Israel es hoy la democracia más asediada de la tierra. Un país donde existe la libertad de expresión y de religión, tribunales independientes y elecciones auténticas, y donde los derechos de las mujeres, los gays y todas las minorías están protegidos.
Palabras en ocasión del Premio Ben Gurión de APEIM (Asociación de Periodistas y Escritores Israelitas de México), entregado a Moishe Mendelson, jazán de Nidjei Israel, México.
Y una cosa más: cuando la Corte Penal Internacional, un tribunal que fue creado después del Holocausto en Núremberg, para garantizar que los asesinos fueran llevados ante la justicia; cuando ese tribunal acusa hoy a Israel por defenderse de un terror organizado, que lanza miles de cohetes contra sus ciudades y utiliza a su propio pueblo como escudo humano, no está ejerciendo una crítica legítima contra Israel. Es antisemitismo.
El antisemitismo ha vuelto a ser tan europeo como el pan de cada día. Y no se trata sólo de militares en Europa, que con sus grotescos cantos de “gas a los judíos”, vuelven a extender el viejo veneno. También incluye a muchos intelectuales europeos—sólo que ellos enmascaran el viejo odio de la gente detrás de un nuevo odio al Estado judío.
Cuando Premios Nobel comparan Gaza con Auschwitz; cuando en Oriente Medio se elige a la única democracia para ser boicoteada y cuando los gobiernos europeos se mueren de ganas de abrazar a un gobierno palestino que está respaldado por una organización terrorista, genocida, no se trata de una crítica legítima contra Israel. Es antisemitismo.
Cuando el 60 % de las resoluciones sobre derechos humanos del consejo está dirigido contra Israel, mientras cientos de miles de personas están siendo masacradas en Siria, los gays están siendo colgados de grúas en Teherán, y decenas de periodistas se pudren en las cárceles turcas, no se trata de una crítica legítima contra Israel. Es antisemitismo.
70 años después del Holocausto, el antisemitismo está de nuevo presente. El mundo no cambia; sin embargo, nosotros sí hemos cambiado. Israel es un país independiente, que tiene un ejército que nos defiende, y un lugar que ha servido de refugio para los miles de judíos que huyen de la opresión. Ellos han encontrado un hogar en Israel. Vinieron de los campos de la muerte de Europa; fueron expulsados de Estados hostiles en el norte de África y Oriente Medio; fueron rescatados de Etiopía y llegaron en masa cuando cayó el telón.
Ahora los judíos, esparcidos en todas las naciones, no tienen que rogarle a los gobernantes de sus países para que los protejan. Se defienden a sí mismos y a su familia en el único Estado judío del mundo. Y después de su independencia, Israel ha pasado de ser una economía agrícola a una potencia tecnológica a nivel mundial, por lo que es un líder en el campo de la medicina y de la ciencia, y puede presumir de una docena de premios Nobel.
En primer lugar, Israel le dio voz al pueblo judío. En segundo lugar, aportó un refugio. Y en tercer lugar, Israel nos permitió defendernos.
Los judíos somos un pueblo que ha sobrevivido a todo el mal que la historia ha arrojado sobre nosotros. Y vamos a sobrevivir a la maldad a la que nos enfrentamos hoy en día.
Pero no vamos a hacerlo agachando nuestras cabezas y haciendo reverencias, con la esperanza de que la tormenta pasará. Lo haremos de pie, no de rodillas.
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