CNAAN LIPHSHIZ
Me sentía nervioso por venir a Bruselas a celebrar el Seder con mi familia.
AGENCIA DE NOTICIAS ENLACE JUDÍO MÉXICO – Hacer el viaje de 130 millas que hay desde mi casa en Ámsterdam significaba llevar a mi hijo de 5 meses, en un tren en el que el año pasado hubo un intento de ataque yihadista, a una ciudad que todavía se está recuperando y sigue en estado de alerta desde los atentados islamistas del 22 de marzo que mataron a 32 personas.
Sin embargo, no estaba preocupado por el terrorismo. Después de haber experimentado, a los 19 años, dos intifadas y los ataques con misiles de la Guerra del Golfo en mi Israel natal, era prácticamente inmune a los efectos psicológicos del terrorismo.
No, me preocupaba la violenta y aterradora ejecución de mi familia de “Ejad Mi Iodea” – la canción de Pesaj que acumula estrofas y ellos disfrutan gritando, hasta llegar a un crescendo de éxtasis. Por el verso 13 y último, aproximadamente 35 de ellos están chillando, con la cara roja y roncos, mientras golpean los puños y los cubiertos en la mesa como en la escena de un motín en la cárcel.
He crecido inmune a los efectos psicológicos de esta tradición, también, y en ocasiones incluso la había usado para probar la compostura mental de fechas desprevenidas. Pero temía que sería demasiado para el pequeño bebé Ilai.
Sin embargo, mientras esperaba que se desatara todo ese infierno la semana pasada, vi que mis preocupaciones no tenían razón de ser. El “Ejad Mi Yodea” de mi familia este año era una sombra de lo que había sido, de repente me di cuenta que era un claro ejemplo de la ausencia de familiares de mi grupo de edad que, al igual que muchos judíos belgas, dejaron su país de origen por problemas de antisemitismo. Cada año que pasó, éramos menos en la mesa del Seder.
Mis parientes belgas han dicho adiós a nueve jóvenes alborotadores del seder en los últimos 15 años. Seis se alistaron en las Fuerzas de Defensa de Israel e hicieron aliá. Dos emigraron a Estados Unidos y uno se trasladó a Londres.
Vine a Bruselas este año porque este Seder era la despedida de un segundo primo y su esposa, un médico y una arquitecto, que se trasladan a Florida. Su hermana y su marido judío belga ya viven allí.
“Este es mi último Seder como europeo”, me dijo mi primo Marcos (no es su nombre real) por teléfono. Hablamos en hebreo, una lengua aprendida por todos mis parientes belgas de mi edad ante la insistencia de los tíos que eran hijos de sobrevivientes del Holocausto y que siempre consideraron la aliá como un plan de contingencia en caso de que las cosas fueran mal en Bélgica.
Quiero que estés allí para sacarme de la esclavitud a la libertad”, dijo Mark.
Temía por el futuro de sus dos hijos en un país donde las escuelas judías se encuentran bajo fuerte vigilancia militar y donde los estudiantes judíos están siendo expulsados de las escuelas públicas debido a la intimidación antisemita.
“Las cosas están mal aquí y quiero un futuro mejor para mis hijos”, me dijo.
Le pregunté a Joel Rubinfeld, fundador de la Liga belga contra el antisemitismo y ex presidente del grupo paraguas CCOJB de comunidades judías belgas de habla francesa, si mi familia era inusual la agenda de emigración.
“Me temo que no”, dijo. “Hay un comienzo de proceso de emigración acelerada. Nuestro único punto de referencia estadístico es a través de la aliá, que cuenta una historia muy parcial en la comunidad de personas con estudios superiores que pueden establecerse en cualquier lugar en Europa y tienen relativamente fácil conseguir visas para EE.UU., Canadá y Australia”.
En 2014, Rubinfeld advirtió a la judería belga que estaba viendo un “éxodo” debido al antisemitismo.
El año pasado, 287 judíos emigraron a Israel de Bélgica, que tiene una población judía de aproximadamente 40.000. Fue la cifra más alta registrada en una década. De 2010 a 2015, un promedio de 234 judíos belgas hicieron aliá al año – un aumento del 56 por ciento respecto al promedio anual de 133 recién llegados de Bélgica entre 2005-2009, según datos del gobierno de Israel.
A diferencia de los judíos franceses, que tienden a hablar un solo idioma nativo, los judíos belgas hablan dos y con frecuencia tres idiomas con fluidez. Esto podría significar que los judíos belgas lo tienen más fácil que sus homólogos franceses emigrar a destinos que no son Israel.
Linda, la hermana de Marcos, se trasladó a Londres y tuvo dos hijos allí con su marido, nacido en Israel. Quiere irse de Gran Bretaña a Florida porque tampoco se siente segura en el Reino Unido.
“Europa está condenada. Ganaron los malos”, dijo. “No voy a criar a mis hijos con miedo sólo por gusto”.
Su padre es un abogado de origen francés que fue criado por su madre católica, sobreviviente del Holocausto, antes de volver a sus raíces judías. Me dijo que su sensación de seguridad personal en Bruselas se rompió irreversiblemente cuando los ladrones invadieron su casa hace unos años, lo ataron a él y a su esposa, y lo golpearon antes de robar a la pareja.
“Es posible que hayamos sido señalado por los ladrones, porque somos judíos, pero en este momento, ¿importa? La sensación es completamente diferente simplemente caminando por la calle”, dijo. Él y su esposa se están preparando para unirse a sus dos hijos en Florida.
Poniéndome al día con otros parientes entre canciones de seder, me encontré charlando en hebreo con Sylvia, una tía cuyos tres hijos viven en Israel con sus cónyuges. Me tomó un tiempo antes de darme cuenta que la última vez que hablamos hebreo, se limitaba a frases básicas como “Tengo un lápiz color amarillo”.
Sin yo saberlo, ella y su marido han estado asistiendo al ulpán, escuela de hebreo, preparándose para unirse a sus hijos en Israel. Compraron un ático en Tel Aviv hace años.
Incluso antes de la erupción hace 15 años del islamismo antisemita en Europa, Sylvia y su marido dijeron que abandonarían Bélgica si alguna vez el Frente Nacional, el partido de extrema derecha en la vecina Francia, llegara al poder.
Otro tío, me enteré durante el Seder, había adquirido la ciudadanía israelí el año pasado al igual que dos de sus cuatro hijos, que están sirviendo actualmente en el ejército israelí, pero aún vive en Bélgica.
“Poco importa si lo hago ahora o dentro de unos años para mudarnos a Israel, por lo que pensé, ¿por qué no?”, explicó.
Pero recordé la actitud muy diferente de su difunta madre, mi tía abuela y matriarca de la rama belga de mi familia. Una mujer de origen polaco, de voluntad de acero que sobrevivió al Holocausto escondida en Bélgica, siempre orgullosa de su país de adopción, donde ella y su marido sobrevivieron y más tarde prosperaron.
Aunque crió a sus tres hijos muy pro-Israel, inscribió a los dos primeros en una escuela pública y recomendó encarecidamente a todos permanecer en Bélgica, donde dominaba un francés impecable y estaba perfectamente integrada.
Le pregunté a su hija, la que se prepara para seguir a sus dos hijos a Florida, por qué no comparte el apego de su difunta madre con Bélgica.
“Mi madre y su generación sentían agradecimiento a Bélgica tras proceder de Polonia, donde incluso antes del Holocausto había límites para el avance social de un judío”, dijo mi tía, médico. “Bélgica fue su América. Le dio la bienvenida con los brazos abiertos. Nosotros hemos tenido una experiencia diferente aquí”.
Fuente: JTA – Traducción: Silvia Schnessel – Reproducción autorizada con la mención: ©EnlaceJudíoMéxico
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