Hace 60 años, cuando elogió a un “delgado muchacho rubio’ llamado Roi Rotberg muerto por palestinos armados en la frontera de Gaza, el Jefe de Estado Mayor no tenía el propósito de establecer el ethos sionista por generaciones. Pero eso es lo que hizo
SILVIA SCHNESSEL PARA AGENCIA DE NOTICIAS ENLACE JUDÍO MÉXICO – Hace sesenta años, el 28 de abril de 1956, Moshe Dayan conoció a Roi Rotberg. Rotberg tenía 21 años y el pelo rubio y se había mudado de Tel Aviv a Nahal Oz, un kibutz a una sola milla de la frontera de Gaza. Dayan era el máximo comandante del ejército entonces. Había venido a visitar la comunidad relativamente nueva, que se estaba preparando para cuatro bodas en la fiesta judía de Lag Baomer. Rotberg, un joven oficial, era el encargado de la seguridad del kibutz. Según los informes, los dos se llevaban bien.
Y así, al día siguiente, cuando Dayan supo que Rotberg había sido asesinado en la frontera – arrastrado a caballo, solo, por palestinos armados en un campo de trigo cercano y luego asesinado y mutilado y arrastrado al otro lado de la frontera de Gaza – se fue a su habitación y escribió una elegía. Tardó media hora.
Su jefe de gabinete, Mordejai Bar-On, dijo a Haaretz en 2011 que solía ayudar a los comandantes del ejército con sus discursos, “pero Dayan sabía escribir mejor que yo”.
Existen ediciones en inglés de este texto. Las que he visto, sin embargo, quedan desmejoradas, despojadas del colorido del hebreo y la nitidez de la expresión, minadas de la mezcla única y ahora caducada de un lenguaje que había vivido en estado latente en la oración y el ritual desde hace miles de años y luego se alimentó en las bocas de aquellos que, como Dayan, nacieron en la tierra y crecieron hablando un lenguaje revitalizado que aún descansaba directamente en la Biblia.
Yo tampoco encontré ninguna manera de alertar al lector con precisión de las imágenes de Gaza desde el Libro de los Jueces, que evocan a Sansón y la ramera y las puertas de la ciudad, que él arrancó de sus goznes y a hombros casi hasta Hebrón; y del significado de las palabras que Dayan escogió para representar el sable que mató a Rotberg –ma’achelet, el cuchillo que el Génesis nos dice que Abraham levantó sobre el cuerpo atado de su hijo Isaac.
Lo que pretendía Dayan era elogiar a un solo compañero caído. Tal vez también enviar un mensaje al primer ministro David Ben Gurion, antes de la Guerra de 1956, sobre la necesidad de una operación a gran escala contra el flujo constante de terror egipcio y palestino de Gaza. En su lugar, escribió un ethos que es conciso y duro, pesimista y desafiante, sin complejos y, trágicamente, más importante para la comprensión de Israel hoy en día de lo que son grandes párrafos de la propia declaración de independencia del estado.
Lo que sigue es una traducción del texto escrito. El que se pronunció sobre la tumba fue aún más corto – tan sólo 285 palabras, en hebreo original – y se puede escuchar aquí.
Ayer con el amanecer, Roi fue asesinado. La tranquilidad de una mañana de primavera lo cegó, y no vio a los acosadores de su alma en el surco. No culpemos a los asesinos. ¿Por qué debemos quejarnos de su odio hacia nosotros? Ocho años llevan en los campos de refugiados de Gaza, y vieron, con sus propios ojos, cómo hemos hecho una patria del suelo y los pueblos donde una vez ellos y sus antepasados habitaron.
No de los árabes de Gaza debemos exigir la sangre de Roi, sino de nosotros mismos. Cómo nuestros ojos están cerrados a la realidad de nuestro destino, negándonos a ver el destino de nuestra generación en toda su crueldad. ¿Hemos olvidado que este pequeño grupo de jóvenes, instalados en Nahal Oz, cargan sobre sus hombros las pesadas puertas de Gaza, más allá de las cuales cientos de miles de ojos y brazos se apiñan y ruegan por un atisbo de nuestra debilidad para poder arrancarnos a pedazos – se ha olvidado esto? Porque sabemos que si la esperanza de nuestra destrucción es perecer, debemos estar, mañana y tarde, armados y listos.
Una generación de asentamiento somos, y sin el casco de acero y las fauces de los cañones no plantaremos un árbol, ni construiremos una casa. Nuestros hijos no tendrán vidas que vivir si no se cavan refugios; y sin la valla de alambre de espino y la ametralladora, no pavimentaremos un camino ni perforaremos en busca de agua. Los millones de judíos, aniquilados sin tierra, se asoman a nosotros desde las cenizas de la historia de Israel y nos ordenan asentarnos y reconstruir una tierra para nuestro pueblo. Pero más allá del surco que marca la frontera, se encuentra un agitado mar de odio y venganza, anhelando el día en que la tranquilidad embote nuestro estado de alerta, el día en que prestemos atención a los embajadores de la conspirada hipocresía, que nos exijan dejar las armas .
Es a nosotros que nos llama la sangre de Roi de su cuerpo mutilado. Aunque hemos prometido mil veces que nuestra sangre nunca volverá a ser derramada en vano – ayer fuimos seducidos una vez más, a escuchar, a creer. Nuestro ajuste de cuentas con nosotros mismos, tenemos que hacerlo hoy. No hay que retroceder ante el odio que acompaña y llena la vida a cientos de miles de árabes, que viven a nuestro alrededor y están esperando el momento en que sus manos puedan reclamar nuestra sangre. No debemos desviar la mirada, para que no se debiliten nuestras manos. Ese es el decreto de nuestra generación. Eso es lo mejor de nuestras vidas – estar dispuestos y armados, fuertes e inflexibles, no sea que nos arranquen la espada de los puños, y sesguen nuestras vidas.
Roi Rotberg, el delgado muchacho rubio que salió de Tel Aviv con el fin de construir su casa junto a las puertas de Gaza, para servir como nuestro muro. Roi – la luz en su corazón le cegó los ojos y no vio el destello de la hoja del sable. El anhelo de paz ensordeció sus oídos y no oyó el sonido de los asesinos. Las puertas de Gaza eran demasiado pesadas para sus hombros, y lo aplastaron.
Fuente: The Times of Israel – Reproducción autorizada con la mención: ©EnlaceJudíoMéxico
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