El virus antijudío infecta a la izquierda

JOHN CARLIN

En plena campaña por la alcaldía de Londres, el Partido Laborista se ve envuelto en una gran polémica por comentarios antisemitas.

La última vez que voté, hace un año en las elecciones generales de Reino Unido, fue a favor del partido laborista, cuyo líder era judío. Votaré de nuevo este jueves en las elecciones para el alcalde de Londres. Esta vez deberé elegir entre un judío y un musulmán.

Las distinciones identitarias no influyeron en mi decisión en mayo de 2015. Tampoco en la gran mayoría de los votantes. Ahora es imposible no ponerlas en la balanza. Esta es la consecuencia del huracán político desatado la semana pesada tras la confirmación de las sospechas recurrentes a lo largo de los últimos meses de que el partido laborista de Jeremy Corbyn, hombre toda la vida de la izquierda radical, ha sido infectado por el virus antijudío.

Todo empezó el martes cuando se descubrió que una diputada laborista llamada Naz Shah había escrito en Facebook en 2014 que “la solución” (palabra cargada de alusiones nazis) al problema que representaba Israel era “transportar” (otra palabra con connotaciones siniestras) a todos los israelíes a Estados Unidos. Inicialmente Corbyn no reaccionó, hasta que el ruido mediático y la furia de muchos de sus colegas parlamentarios lo obligaron el miércoles a suspender a Shah, que es musulmana, del partido.

Ahí se podrían haber extinguido las llamas pero el día siguiente, Ken Livingstone, íntimo de Corbyn y alcalde de Londres entre 2000 y 2008, tuvo la espectacular insensatez no solo de defender a Shah, cuando ella misma había reconocido honrosamente ante el parlamento el día anterior que lo que había dicho era indefendible, sino de mencionar a Hitler.

“Cuando Hitler ganó su elección en 1932 su política era que había que mover a los judíos a Israel,” dijo Livingstone. “Estaba a favor del sionismo hasta que se volvió loco y acabó matando a seis millones de judíos”. No satisfecho con la grotesca falsedad histórica de lo que había dicho (el loco líder nazi escribió en ‘Mein Kampf’, publicado en 1925, que los judíos eran “una pestilencia espiritual” que debía ser erradicada de la faz de la tierra), Livingstone explicó que odiar solo a los judíos que viven en Israel no era antisemitismo.

Corbyn tardó una vez más en reaccionar, pero el resto del partido parlamentario laborista explotó. Un diputado dijo en Twitter que Livingstone era “un pirómano político”; otro le gritó a la cara que era “una puta vergüenza” (“a fucking disgrace”) para su partido. Corbyn, gemelo político de Livingstone hace más de tres décadas, parecía no entender al principio por qué tanto lío, hasta que una vez más el furor público no le dejó más remedio que actuar. Corbyn suspendió a Livingstone y ahora se enfrenta a la amenaza de que si no lo expulsa del partido varias de las principales figuras de su partido dimitirán de sus cargos.

No se trata, como muchas figuras laboristas han reconocido, de un problema aislado. El propio Livingstone ha recibido miles de euros por sus apariciones en la televisión estatal de Irán, un régimen que niega que el Holocausto judío ocurrió, oprime a las mujeres y lapida a homosexuales y adúlteros. Como Livingstone, Corbyn tiene una larga trayectoria fraternal con individuos u organizaciones mucho más oscurantistas en sus creencias que los iraníes, con gente declaradamente a favor del terrorismo y el propósito de aniquilar al estado de Israel.

La elección de Corbyn, también muy fan en su día de Hugo Chávez, como líder del partido laborista en septiembre colocó en primera fila a los que comparten su irredento infantilismo político y dio luz verde a aquellos sectores que siempre denunciarán a Barack Obama antes que a Vladimir Putin, a Israel antes que a Irán, o Arabia Saudí, o el régimen sirio de Bachar el Asad, o el propio ISIS. Es decir, a los que anteponen la condena al “imperialismo” a la defensa de valores básicos del laborismo como la libertad de expresión, la igualdad de las mujeres, los derechos de los homosexuales y el repudio al racismo. No hay espacio en este periódico para catalogar las barbaridades antisemitas (el nombre de Hitler ha aparecido con frecuencia) que han salido de las bocas de gente que ocupa puestos políticos dentro del laborismo en los últimos meses.

Corbyn, por fin, hizo el viernes pasado lo que debería haber hecho hace tiempo, que es marcar una línea roja entre, por un lado, las muchas veces deplorables políticas del gobierno israelí y, por otro, no solo los ciudadanos israelíes (muchos de los cuales consideran que su actual gobierno es una abominación) sino los judíos en general — como el anterior líder laborista Ed Milliband, enemigo declarado del actual primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu.

Corbyn, reconociendo que problema sí hay, anunció que se haría una investigación independiente de las acusaciones de antisemitismo dentro de su partido y declaró: “no hay lugar para el antisemitismo o cualquier forma de racismo en el partido laborista”. La cuestión más de fondo para Corbyn, mientras tanto, es si los fiascos de la última semana han sellado el suicidio electoral del laborismo. Por ejemplo, en las elecciones de esta semana para el alcalde de Londres.

Los principales rivales son el musulmán Sadiq Khan, hijo de un conductor de autobús, que representa al partido laborista, y el judío Zac Goldsmith, hijo de un multimillonario, que representa al partido conservador. Un columnista del Financial Times escribió el viernes que había decidido votar a Khan pero que los acontecimientos de la semana le habían hecho cambiar de plan. El columnista, Robert Shrimsley, dijo que nunca antes el hecho de ser judío había influido en sus elecciones políticas. Ahora sí. Se había convertido de repente, confesó, en “un judío político” incapaz de votar al partido laborista de Corbyn y Livingstone.

Lo dijo ofreciendo disculpas a Khan, reconociendo que el candidato musulmán había reaccionado contra Livingstone mucho más rápidamente que Corbyn. En cuestión de minutos de salir la noticia, Khan dijo que las declaraciones del antiguo alcalde sobre Hitler y los judíos habín sido “atroces y repugnantes”.

Yo no lo tengo tan claro como Shrimsley. Me gusta la idea de tener un alcalde musulmán en Londres. Quiero confíar en que Khan es un hombre decente y práctico que será fiel a su promesa electoral de buscar el entendimiento entre la infinidad de religiones y razas que pululan en esta gran ciudad, especialmente entre los musulmanes y los judíos. Quiero votarle y creo que lo haré. Pero marcaré la papeleta al lado del emblema rojo del partido laborista con menos ilusión que si lo hubiese hecho hace una semana.

 

Fuente:elpais.com

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