Rafael L. Bardají
El pasado día 3, la OTAN hacía pública una nota de prensa en la que anunciaba que había aceptado la petición israelí de “abrir una delegación permanente” en su cuartel general de Bruselas. Una escueta nota para la organización, pero un gran paso para la seguridad occidental.
En 2005 tuve la suerte de dirigir y contribuir –junto con mis colegas del GEES– a un informe encargado y editado por FAES titulado OTAN: una alianza por la libertad. En él se abogaba por que la Alianza borrase de su carta fundacional los límites geográficos de acción y realmente se convirtiera en una organización de ámbito global, por que la organización se planteara seriamente como misión central la lucha o guerra contra el yihadismo y por que, como condensación y representación armada de los valores esenciales de Occidente, incorporara a sus filas a naciones como Israel, Australia y Japón, y buscara asociaciones estratégicas con la India y Colombia.
El informe fue presentado por el expresidente Aznar en la OTAN, tanto a las autoridades civiles como a las militares, en diversas capitales europeas, en Washington, en Israel y en Australia, suscitando gran interés, por ejemplo, en la Administración Bush, donde la entonces secretaria de Estado, Condoleezza Rice, se convirtió en una gran defensora de buena parte de su contenido.
En alguna presentación pública en Washington DC, el presentador llegó a calificarme como “el padre de la OTAN global”, cosa que estaba muy lejos de ser cierta, pero que cuadraba bien con una organización en búsqueda de un nuevo ser. Si el informe hablaba de actuar sin fronteras era porque el énfasis se ponía en la lucha contra un enemigo global, el terrorismo yihadista. Y si se buscaba la ampliación más allá de los límites geográficos marcados por su carta fundacional se debía a que Occidente, para nosotros, no era ya una noción geográfica vinculada al Atlántico Norte, sino una cuestión de valores e intereses comunes. En el caso de Israel, doblemente. No sólo era la cuna de nuestra civilización, un país que vivía en su día a día las señas de identidad occidental, sino que era, al mismo tiempo, la única democracia liberal en toda su región. Aún más, su experiencia en la lucha contra el terrorismo podría ser una enorme contribución a la seguridad colectiva de los aliados.
No sin gran esfuerzo, la OTAN incorporó el terrorismo como asunto estratégico a tener en cuenta. Pero, siendo sinceros, jamás se sintió cómoda en este terreno. La grave crisis generada por su actuación en Afganistán, las divergencias sobre qué hacer en Oriente Medio (particularmente en Irak), la comodidad de las misiones de paz tradicionales u otras tareas, como la misión antipiratería en el Cuerno de África, o los clásicos bombardeos, como en Libia, arrinconaron paulatinamente la amenaza yihadista en su agenda. También hay que reconocer que, con presupuestos de defensa a la baja, poco apetito había para asumir nuevas misiones.
La OTAN se encontraba muy cómoda manteniendo el Diálogo Mediterráneo, más virtual y ficticio que real, en el que enmarcaba su relación con Israel. Habida cuenta de que ese diálogo daba muy poco resultado, por su naturaleza y estructura, Israel siguió intentando avanzar bilateralmente en su relación con la Alianza, hasta llegar a firmar un acuerdo técnico de cooperación. De hecho, en 2006 la OTAN e Israel conformaron un acuerdo marco bilateral, el Programa de Cooperación Individual, que habría de ser desarrollado sectorialmente. Incluso la ministra israelí de Asuntos Exteriores en aquel entonces, Tzipi Livni, fue invitada a tomar parte en un consejo ministerial de la Alianza, en diciembre de 2008. El secretario general de la OTAN, Jaap de Hoop Scheffer, dijo en su bienvenida a la ministra:
El acuerdo es una expresión práctica de los valores y responsabilidades que compartimos las naciones libres para preservar la seguridad mundial. Representa el reconocimiento genuino de la especial contribución a la lucha internacional contra el extremismo.
Con todo, la OTAN no ha sabido (y a veces no ha querido) explotar su relación bilateral con Israel. Y me temo que las autoridades israelíes han estado demasiado preocupadas con otros asuntos más urgentes. Hasta ahora.
¿Por qué es más importante hoy que la OTAN e Israel estrechen lazos? Para empezar, la situación estratégica es totalmente diferente y la evolución ha ido a peor en los últimos años. El Medio Oriente no es que esté en crisis, es que está inmerso en una fase de caos y violencia a la que le quedan muchos años por delante.
Por un lado está la presencia de las fuerzas radicales del mundo suní, cuyo exponente más conocido hoy es sin duda el Estado Islámico, pero no se deben descuidar otros grupos, como Hamás y, sobre todo, los afiliados de una u otra manera a Al Qaeda, como el Frente al Nusra en Siria, Al Qaeda en Yemen y Al Qaeda en el Magreb. La eliminación de Ben Laden no ha traído la desaparición ni del Al Qaeda central ni de sus filiales.
Por otro lado están las fuerzas chiíes, amparadas por Irán. Cuando no hay presencia directa de fuerzas iraníes, como ocurre en Siria, hay grupos interpuestos a las órdenes de Teherán, como es el caso de Hezbolá o los huzis en Yemen.
Es más, el protagonismo del que está gozando la República Islámica de Irán tras los beneficios alcanzados con la firma del acuerdo sobre su programa nuclear está alterando el mapa del poder en la región de manera tan dramática como acelerada. Arabia Saudí se ha despegado de la política norteamericana y está presentando un frente de resistencia a la ambición hegemónica iraní allí donde se le presenta la ocasión. Que se hable públicamente de un acercamiento diplomático entre los países del Golfo e Israel ahora no es ni casualidad ni baladí. Todas las partes se sienten traicionadas por la América de Obama y todas ven en Irán un enemigo existencial. La OTAN, que mantiene un incipiente diálogo con los países miembros del Consejo de Cooperación del Golfo, no puede ser ajena a esta emergente realidad.
Por último está Turquía, miembro de pleno derecho de la Alianza Atlántica. Turquía ha vetado en los últimos años cualquier posibilidad de acercamiento entre la organización e Israel, incluso ha impedido la realización de maniobras conjuntas en el Mediterráneo Oriental. Pero al mismo tiempo Erdogan no ha dejado de sembrar dudas sobre su fiabilidad como socio en la OTAN. Su apuesta por la islamización de su país, su campaña de represión contra los medios, las múltiples purgas de los militares no afectos a su causa, sus intentos de desempeñar un papel más relevante en el mundo árabe… todo ello ha sido una fuente de suspicacias para Bruselas. Turquía ni debe ni puede frenar ya un acercamiento de inmenso valor para todos.
En julio de 2008 tuve la oportunidad de prestar testimonio ante el Comité de Asuntos de Oriente Medio de la Cámara de Representantes americana, precisamente sobre las relaciones entre Israel y la Alianza. Mi tesis, en la que todavía creo, es que no hay sustituto a la pertenencia de pleno derecho de Israel a la OTAN. Cualquier otra cosa no traerá las mismas ventajas y beneficios. En ese sentido, la apertura de una delegación permanente es importante, pero, para mí, insuficiente.
Con todo, podrá significar una mayor atención de los aliados a la ribera sur del Mediterráneo, al islamismo, a Irán y a todo cuanto está aconteciendo en Oriente Medio, justo en un momento en el que los aliados vuelven a mirar hacia el Este y a considerar a su histórico enemigo, Rusia, como su principal quebradero de cabeza. Sin restar importancia a la política agresiva del Kremlin, estoy convencido de que un error en Oriente Medio puede provocar un Chernóbil estratégico del que no podríamos escapar ninguno. La voz de Israel para recordárnoslo resulta vital.
Tener a Israel en la OTAN supondría también extender las garantías de disuasión a la zona, particularmente importante en una coyuntura donde la América de Obama es menos creíble en ese punto. Si Irán tiene claro el coste de iniciar una acción aventurera, tal vez se contenga.
Por último, contar con la experiencia antiterrorista de Israel puede redundar en una mayor capacidad para enfrentarse y vencer al yihadismo en suelo europeo. Porque, no nos engañemos, hoy existe tanto un frente externo como un frente interno en la guerra contra el terror. Y de eso quien más sabe es Jerusalén.
En definitiva: la apertura de la delegación permanente de Israel en la OTAN es un paso necesario en la buena dirección. Pero tienen que darse más. Ganaríamos todos.
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