BECKY RUBINSTEIN F.
El alumbramiento, el dar a luz, siempre va acompañado de previos e inevitables dolores de parto a nivel individual, y mayormente si se trata de una nación, de un pueblo en lucha por resurgir entre las naciones, por restaurar su soberanía.
De ahí que el alumbramiento de un país, sinónimo de dolor y sangre, se vea anunciado por los inevitables dolores de parto, por la muerte de sus hijos inmolados en su nombre.
El pueblo judío es un pueblo con memoria. Rememora, por un lado, los momentos festivos, las alegrías y, por el otro, jamás olvida los momentos críticos, los episodios trágicos de su historia. El “Recordarás” viene a ser uno de los imperativos esenciales desde tiempos bíblicos, cuando por ejemplo. Se ordena recordar el día sábado para santificarlo.
El calendario judío designa dos días de conmemoración o recordación para jamás olvidar. El primero Yom ha-Shoa (27 de nisán), corresponde al Holocausto Judío que recuerda a los seis millones de mártires judíos aniquilados por los asesinos nazis.
El segundo, el llamado Yom ha-Zikarón, conlleva en su nombre su esencia y naturaleza, la de rememorar a aquellos soldados caídos en Israel desde la instauración del estado de Israel hasta nuestros días, que se observa el 4 de Yiar, en vísperas del Día de la Independencia de Israel.
A la alegría anteceden las ceremonias luctuosas de índole militar, civil y religiosa a lo largo de todo el país: campos militares, sinagogas y escuelas donde no falta el encendido de una vela conmemorativa, y una bandera a media asta, señal de duelo.
Durante el transcurso del día, combatientes del pasado se unen a soldados en activo para montar guardia en honor tanto en la ciudad, como en los poblados, al tiempo que los familiares de los caídos participan en ceremonias luctuosas en los cementerios del país.
Y no sólo eso: el luto obligatorio establece la clausura obligatoria de los lugares de diversión y entretenimiento, al igual que una tónica de respeto y solemnidad en los medios de comunicación y centros educativos.
Y como momento culminante, temprano por la mañana y durante dos minutos consecutivos, se hace sonar la sirena, cuyo sonido paraliza toda actividad con un solo y único objetivo: el de recordar y jamás olvidar a quienes murieron para otorgar una mejor vida a sus congéneres.
En su nombre, y de acuerdo al espíritu de la fecha, el Rabinato de Israel encomendó la lectura de los Salmos 8 y 144, adjudicados a David, el rey poeta, monarca y eminente estratega y guerrero. Los orantes repiten entonces: “Para los jefes en la muerte del hijo”, “Bendito Sea el Señor, mi Rosa, que adiestra mis manos para el combate y mis dedos para la batalla”.
Batalla, concluimos, que antecede y debe anteceder a la paz, como la noche antecede al día, la tormenta a la calma. Los dolores de parto al alumbramiento de una nueva esperanza de paz entre los hombres.
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