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jueves 19 de diciembre de 2024

Una niña judía y un improbable soldado uruguayo: recuerdos que desafían a la muerte

La niña que miraba los trenes partir, de Ruperto Long, es una novela basada en hechos reales que conmueve por su sensibilidad y por sacar a la luz la historia de una niña belga que sobrevivió al Holocausto y vive desde hace décadas en Uruguay

AGENCIA DE NOTICIAS ENLACE JUDÍO MÉXICO – A veces, la historia más increíble está a la vista de todos, pero no se ve. Hace falta una mirada distinta, una sensibilidad determinada para que se revele en toda su dimensión. Cuando sucede, cuando el hombre adecuado se encuentra con algo que parece estar destinado solo para él, pueden surgir cosas tan buenas como La niña que miraba los trenes partir, un libro en el que Ruperto Long recrea la infancia de Charlotte S. de Grunberg, actual directora general de Universidad ORT en Uruguay y sobreviviente de la segunda guerra mundial y el Holocausto.

El otro gran protagonista de la novela es el soldado uruguayo Domingo López Delgado, que en 1941 decidió partir rumbo a Europa para combatir al nazismo y terminó en la Legión Extranjera francesa, luchando contra Erwin Rommel, el famoso Zorro del Desierto, que comandaba a los temidos e imbatibles Afrika Korps.

El mérito de Long es unir las dos historias, paralelas pero simultáneas, y con ellas construir un libro muy interesante, que incorpora varias voces más para testimoniar el salvajismo de una época oscura, que generó los acontecimientos más atroces de la historia y también algunas de las muestras de solidaridad más conmovedoras.

El propio Long es consciente de esa dicotomía: “El nazismo desnudó lo mejor y lo peor de los seres humanos, en todos los países por los que se extendió. Hubo actos de suprema abyección (la tenaz persecución y exterminio de los niños, por ejemplo). Y actos de extrema solidaridad: quien escondía a un perseguido, lo pagaba con su vida. Todos sabían eso. Sin embargo, mucha gente igual lo hacía. Porque sentía que era lo que tenía que hacer”, explicó el autor.

Esa solidaridad se hace patente en el relato pormenorizada de la interminable huida de la familia de Charlotte a través de media Europa, para escapar del nazismo. Las muchas casas que habitaron clandestinamente, los documentos falsos que les permitieron sobrevivir, los alimentos que de una u otra manera aparecían o la información privilegiada para escapar a último momento, son algunos ejemplos.

Si bien está basado en hechos reales, el libro tiene una cuota de ficción indispensable para completar los recuerdos de Charlotte, que por aquel entonces, con 8 años, era la menor de una familia compuesta por su padre Léon, su madre Blima y su hermano mayor Raymond.

Long cree que es tarea del escritor rellenar los huecos de la historia, pero también que es un deber respetar los “hechos duros”, tanto los históricos como los que vivieron los protagonistas en carne propia. Por eso hay referencias documentadas de sucesos como el de la Noche de los Cristales Rotos, la invasión de Georgia por parte de la Unión Soviética, la conquista alemana de Holanda y Bélgica o la ocupación de Francia.

E igual fidelidad a la hora de plasmar todo lo que Charlotte recuerda con precisión: que tuvo que dormir y vivir durante meses adentro de un ropero, que tenía dos cuchetas camufladas en su interior o que ante una redada de los alemanes se escondió entre los cubos de basura de un callejón, rodeada de ratas, para evitar ser capturada. Que sus únicos juguetes eran los panfletos coloridos que los nazis tiraban por todas partes, donde se explicaba, justamente, por qué había que eliminar a los judíos.
Lo mejor del libro es que Long no es grandilocuente o exagerado al relatar los hechos, sino que mantiene un tono sereno durante toda la narración, aún en los momentos más duros. Él mismo revela los motivos: “No quise caer en el camino trillado de los golpes bajos y la sensiblería. No hubiera sido respetuoso con los protagonistas”.

La niña de ayer es hoy una mujer de 82 años con una destacada carrera en el ámbito educativo, que a pesar del tiempo transcurrido no puede olvidar el horror que vivió en su infancia: “Creo haber logrado superar las pesadillas, aunque no olvidar. Sería imposible. Los recuerdos son indelebles”, afirma convencida.

Dice también que al leer el libro sintió una mezcla de fascinación y tristeza difícil de explicar. Y que además de la peripecia personal, siempre está el tema de los que no lograron sobrevivir. “El nazismo dejó muchos niños huérfanos y muchos padres sin hijos. ¿Cómo enfrentar situaciones tan violentas y definitivas? La reacción del sobreviviente no fue fácil, porque no entendía por qué azar seguía vivo, y eso generaba un sentimiento de culpa”.

De Rocha al Sahara
Mientras Charlotte y su familia se escondían en Francia para intentar sobrevivir un día más, en un boliche del departamento de Rocha el joven soldado de 24 años Domingo López Delgado decidió unirse a las fuerzas aliadas para defender la libertad. El relato que hace Long de las peripecias del uruguayo es uno de los puntos luminosos de la novela, que adquiere en esos capítulos una dimensión épica.

Como bautizo de fuego el uruguayo participa de la batalla de Bir Hakeim, prólogo sangriento de la de El Alamein, decisiva para que los aliados recuperaran el control del norte de África. El miedo a la muerte, la interminable sed del desierto, la escasa instrucción militar y la sensación de haber ido a parar directamente al infierno, son algunas de las pruebas que debió sortear López para sobrevivir a la guerra y ser felicitado personalmente por Charles de Gaulle en 1964, en Montevideo.

Para llegar al desierto el soldado uruguayo tuvo antes que recorrer medio mundo. Primero Isla Trinidad, en el Caribe, para llegar luego hasta Canadá, desde donde partían los convoys hacia Belfast y Londres. De allí a Ciudad del Cabo y Durban, para después cruzar el canal de Suez en balsa y llegar en ferrocarril hasta las cercanías de Bir Hakeim, que marcó el destino de toda la Legión Extranjera francesa.

Además de López, otros solados de diversas nacionalidades prestan su voz para que el mini relato de guerra resulte apasionante. Y lo mismo sucede a lo largo de toda la narración, que gracias a una estructura singular donde cada dos páginas cambia el protagonista y el enfoque, gana en verosimilitud y en capacidad de presentar un gran fresco de época.

Los personajes secundarios son de los más diversos y como explica Long, resultan esenciales para la narración: “La elección de la polifonía en cuanto a la estructura lleva a que muchos de los protagonistas hablen con su propia voz, comenten situaciones que vivieron, cuenten intimidades, se apoyen unos a otros o se contradigan. Y eso le otorga proximidad, cercanía, al relato”, sostiene.
No es la única originalidad de un libro que además aporta 45 fotografías de época, muchas de las cuales hablan por sí mismas. Son fruto de la determinación del autor, que dedicó tres años a documentarse y que gestionó personalmente la posibilidad de incluirlas en el libro. Muchas de ellas resultan impactantes, no porque muestren escenas macabras, sino porque evidencian los recovecos más oscuros de la maquinaria nazi. Su tendencia a intentar justificarse, su búsqueda incesante de reclutas, su locura razonada, premeditada.

Ruperto Long reproduce un par de frases de libros escritos por sobrevivientes, en las que queda en evidencia la insania del régimen nazi, lo que significó, por ejemplo, el campo de concentración de Treblinka: “La expectativa de vida (como la llamaban los técnicos de Reich) era de una hora y cuarenta y cinco minutos”. O en palabras de un jerarca del campo: “1942 fue el mejor año de nuestro campo de Treblinka: alcanzamos la cifra de 713.555. Nuestra eficiencia fue reconocida por todos”.

Por todo eso y mucho más, para Ruperto Long, Charlotte S. de Grunberg simboliza en sí misma el triunfo de la vida frente a la muerte. Y destaca, “La determinación de una niña frente a circunstancias adversas de una magnitud colosal. Que en pocos años transitó de la niñez a la adultez. Que hizo lo necesario para sobrevivir”.

Charlotte viajó a los 20 años para instalarse en Uruguay -donde se casó y formó una familia- pero regresó varias veces a Bélgica para visitar su casa natal, hasta que un día descubrió, asombrada, que ya no estaba porque se había construido una autopista que la atravesaba. Todavía recuerda como miraba los trenes partir. Unos trenes raros, de los que asomaban brazos, manos y a veces rostros desencajados. Que no se sabía bien a donde iban pero que, debido a “la atmósfera que nos rodeaba en esos años, mezcla de temor, tristeza y fatiga, no podíamos evitar intuir que tenían irremediablemente un destino macabro”.

Una mujer que tiene claro que “el odio destruye al que lo abriga en su corazón”. Y que, como Ruperto Long -que ha escrito este libro con gran sensibilidad- cree profundamente en una frase del escritor André Gide: “El más pequeño instante de vida es más fuerte que la muerte, y la niega”.

Fuente: El Observador

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