Cinco judíos que transformaron al mundo

IRVING GATELL PARA AGENCIA DE NOTICIAS ENLACE JUDÍO MÉXICO – Hubo un momento de la Historia en el que cinco judíos, simultáneamente, transformaron radicalmente al mundo.

La transición del siglo XIX al XX fue, en muchos sentidos, un parte aguas en la Historia de la cultura occidental. Representa el paso definitivo a la modernidad, y probablemente el antecedente más significativo haya sido la publicación de El Origen de las Especies, de Charles Darwin, en 1859. Con la Teoría de la Evolución puesta sobre la mesa, empezó el lento proceso de emancipación total del quehacer científico, sometido durante siglos a los dogmas religiosos.

Las repercusiones empezaron a llegar poco a poco, y a partir de la segunda mitad del siglo XIX el panorama se transformó en casi todas las áreas intelectuales.

Cinco judíos provocaron transformaciones importantísimas en sus respectivas áreas, y el mundo actual no se puede entender sin sus aportaciones.

Cronológicamente, se trata de Karl Marx (1818-1883), Sigmund Freud (1856-1939), Gustav Mahler (1860-1911), Albert Einstein (1879-1955) y Franz Kafka (1883-1924).

Lo más interesante es que los cinco nacieron, crecieron y desarrollaron lo más relevante de su trabajo en un entorno que giraba alrededor de Alemania. Marx y Einstein fueron alemanes; los demás fueron checos, aunque Freud y Mahler desarrollaron su carrera en Viena. En ello se refleja no sólo la gran importancia intelectual que se desarrollaba en el contexto germánico, sino también el alto nivel que habían alcanzado muchos judíos dentro de ese entorno.

Las aportaciones de Marx a la filosofía son fundamentales para comprender el desarrollo del siglo XX no sólo en occidente, sino también en toda el Asia oriental. Marx fue el primero en ofrecer una expliación integral sobre la forma en la que los medios de producción y las relaciones económicas habían sido determinantes en la evolución de las sociedades desde el comunismo primitivo, pasando luego por el esclavismo, el feudalismo, el capitalismo, y –según él– dirigiéndose hacia el socialismo y luego hacia el comunismo.

Sus opiniones sobre conceptos como el capital, la plusvalía, la dictadura del proletariado, la revolución social o la explotación laboral fueron considerados como radicales y peligrosos en muchos países, y eso provocó que –irónicamente– el marxismo no lograra asentarse ni siquiera en la Alemania que le vio nacer. Su primer gran éxito fue la Revolución Bolchevique de 1917 en Rusia, y fue de ese modo como una versión muy extraña del marxismo jugó un papel trascendental en el mundo entero durante más de 70 años.

El marxismo fue y es una doctrina filosófica sumamente interesante, al grado de que provocó exactamente el mismo efecto que cualquier religión: generó una gran cantidad de dogmas que, desvirtuando mucho su contenido original, dieron pie a verdaderas atrocidades en nombre de la revolución socialista. De ese modo, lo que buscaba liberar al ser humano explotado terminó por convertirse en una nueva esclavitud a la que quedaban subordinadas todas las necesidades del individuo.

Como planteamiento filosófico, el marxismo está superado desde hace mucho. Como proyecto político, fue un fracaso absoluto (aunque no deja de ser válida la insistencia de que la culpa fue no tanto de Marx, sino de los marxistas), y acaso su derrota no pueda ser más evidente que un chiste y una ironía.

El chiste dice que McDonald’s es la culminación de todas las esperanzas marxistas: pan, carne y papas para la clase trabajadora.

Y la ironía es que la foto del Che Guevara –paladín del marxismo latinoamericano– tomada por Alberto Díaz Gutiérrez, alias Alberto Korda, ha resultado ser uno de los productos más rentables en cualquier cantidad de mercados: ropa, tazas, llaveros, pins, cuadrenos, etc.

Sin embargo, nada de ello demerita que fue Marx el que empujó la filosofía alemana (la más importante en ese momento) hacia adelante, al punto de que medio planeta, desde 1917, ha girado en torno al marxismo de una u otra manera.

Cuando Marx murió en 1883, Freud estaba a punto de publicar uno de sus primeros trabajos importantes: Sobre la Cocaína, un texto con ensayos sobre el uso terapéutico de lo que en ese momento era toda una novedad farmacológica. Como bien se sabe, años más tarde la gran mayoría de los entusiastas de la coca –Freud entre ellos– cambiaron su parecer al ver los severos problemas de adicción que esta sustancia genera.

Pero en ese tiempo Freud también estaba comenzando su desarrollo como médico. Se había graduado en 1881, y en 1883 ingresó al Hospital General de Viena para trabajar como investigador bajo la tutela de Theodor Meynert. Estos serían los primeros pasos para que, dieciséis años más tarde, publicara su obra fundamental: La Interpretación de los Sueños, primer gran paso en la construcción de su teoría psiconalítica.

Así como Marx revolucionó el concepto de Historia, Freud revolucionó el concepto que los seres humanos tenemos de nosotros mismos. Al poner sobre la mesa la evidencia que demostraba que nuestras acciones podían estar significativamente influenciadas por un bagaje subconsciente o inconsciente que se va acumulando en lo más profundo de nuestra mente, abrió todo un mundo nuevo para empezar a analizar las verdaderas motivaciones de la conducta humana.

El Psicoanálisis terminó por convertirse en una de las técnicas terapéuticas más importantes y controversiales del siglo XX, y al igual que el marxismo provocó dinámicas casi religiosas en las que no faltaron “herejes” como Lacan, o “renegados” como Jung.

En 1897, dos años antes de que Freud publicara su libro sobre los sueños, un Mahler de 37 años estaba en la cúspide de su carrera como Director de Orquesta, al recibir el nombramiento de Director Titular de la Ópera de la Corte de Viena (la famos Hofoper); mientras, un Einstein todavía joven ingresaba a la Escuela Politécnica Federal de Zürich, en Suiza, la academia para el estudio de las ciencias más importante fuera de Alemania, de la que se graduaría como profesor de matemáticas tres años más tarde.

Mahler y Einstein tuvieron un difícil aspecto en común: los dos fueron muy conscientes de su condición de “extranjeros” por ser judíos. Einstein, en su afán por evitar el servicio militar, renunció a la ciudadanía alemana y durante algún tiempo fue, literalmente, un apátrida, hasta que logró nacionalizarse suizo. Mahler, por su parte, fue el tipo de persona que siempre se sentía (nótese: una apreciación completamente subjetiva de su parte) mal recibido en todos lados. Decía que su problema era que para los austriacos era bohemio, para los alemanes era austriaco, y para todos era judío.

De todos modos, su descomunal talento como músico lo posicionó en los espacios más distinguidos de la cultura musical alemana, y se volvió particulamente famoso como intérprete de las obras de Wagner y de Beethoven.

No fue un compositor muy prolífico, pero sus diez sinfonías representan la culminación del romanticismo musical alemán. No sólo eso: representan, además, la culminación del proceso de evolución de la sinfonía como género musical, mismo que se había iniciado formalmente en 1741 cuando Johann Stamitz fue nombrado director musical en Mannheim. Gracias a él la sinfonía se convirtió en todo un género por derecho propio, aunque el compositor que vino a darle su forma definitiva fue Franz Joseph Haydn; después, las aportaciones decisivas vinieron de Beethoven, Berlioz, Brahms y Bruckner. Y aunque Wagner no trascendió como compositor de sinfonías, sus revolucionarias técnicas orquestales enriquecieron notablemente el lenguaje musical de varias generaciones de músicos, y ello permitió que las palabras finales sobre la evolución de este género tan importante fueran dichas por Mahler.

Las suyas son sinfonías decadentes en el mejor sentido de la palabra. Es decir, son la evidencia de un género que ya no puede seguir por la misma línea evolutiva que había desarrollado durante casi 200 años. Titánicas en sus proporciones, viscerales del mejor y más intenso modo posible, representan el fin del Romanticismo musical por antonomasia.

Al tiempo que Mahler culminaba en Viena su carrera como músico, Einstein tenía problemas en su labor como empleado en una oficina de patentes, pero también elaboraba muchos documentos que más tarde resultaron fundamentales, incluyendo su tesis doctoral (1906) sobre “Una nueva determinación sobre las dimensiones moleculares”, así como textos dedicados a la Física de pequeña y de gran escala, abordando temas como el Movimiento Browniano, el Efecto Fotoeléctrico, la Relatividad Especial y la Equivalencia Masa-Energía. En 1921 se le concedió el Premio Nobel de Física por sus aportaciones respecto al efecto fotoeléctrico.

En 1908 Einstein consiguió su primera plaza como “privatdozent” en la Universidad de Berna, Suiza, y dos años más tarde (uno antes de la muerte de Mahler), como profesor titular en la Universidad Alemana de Praga. Luego, en 1913, fue elegido miembro de la Academia Prusiana de Ciencias.

De ese modo comenzó la fase de la vida profesional de Einstein que le cambió el rumbo por completo a la Física moderna. Sus investigaciones sobre la Relatividad llevaron, eventualmente, a la sustitución definitiva del modelo científico que se había mantenido vigente hasta entonces, el Newtoniano, según el cual la ciencia puede investigar al universo porque “las cosas son como son”. Einstein vino a demostrar que no, que hay un margen de relatividad que nos obliga a estudiar el universo entero desde una óptica más compleja. El clímax fue cuando, en una conferencia en la Academia Prusiana de Ciencias en 1915, disertó sobre la Relatividad General y presentó la célebre fórmula que habría de sustituir a la fórmula de Newton sobre la gravedad.

Coincidentalmente, en 1906 también recibió su título de Doctor (aunque en el área del Derecho) otro joven judío, tímido y depresivo: Franz Kafka. Y, coincidentalmente también, en 1915 –justo cuando Einstein presentaba la fórmula de la Relatividad General–, Kafka publicó el libro que lo haría inmortal: La Metamorfosis.

De ese modo culminaba un proceso que había comenzado tres años antes con la publicación de una novela y varios cuentos, y que generaría otras obras tan importantes como El Proceso o El Castillo.

Los críticos literarios, hasta la fecha, no han tenido éxito en definir la obra de Kafka. Lo mismo han dicho que es existencialista, anraquista o de tendencias marxistas; incluso, se le ha intentado comprender desde su perfil judío.

Acaso el mejor resumen de su creatividad lo haya ofrecido Harold Bloom: “Desde una perspectiva puramente literaria, esta es la época de Kafka, más incluso que la de Freud. Freud, siguiendo furtivamente a Shakespeare, nos ofreció el mapa de nuestra mente; Kafka nos insinuó que no intentáramos utilizarlo para salvarnos, ni siquiera de nosotros mismos”.

Y es cierto: el mundo de hoy, sin sentido y sin orden aparente, no puede definirse como marxista, freudiano, einsteniano y menos aún mahleriano.

Es, simplemente, kafkiano.

Estos cinco titanes judíos que le dieron forma al mundo actual murieron en condiciones muy distintas.

Marx, apátrida y refugiado en Londres, pasó los últimos dos años de su vida enfermo de los bronquios hasta que murió en marzo de 1883. Estaba totalmente aislado, y a su funeral sólo asistieron once personas.

Mahler murió en 1911, a pocos meses de cumplir los 51 años de edad. Su deceso se debió a problemas cardíacos provocados por ciertas malformaciones que hoy son tratables con antibióticos, pero que en ese tiempo eran prácticamente incurables y mortales. Durante una gira en los Estados Unidos comenzó a tener fiebres y severas indisposiciones, y su obligado regreso a Europa lo culminó internado en París y luego en Viena, donde falleció el 18 de Mayo.

La noticia de su muerte fue publicada por importantes diarios y a su entierro llegaron muchas de las grandes personalidades de la cultura europea de ese momento, como Arnold Schönberg y Gustav Klimt.

Kafka siempre tuvo una salud pulmonar frágil, y desde 1917 (a los 34 años de edad) se le diagnosticó tuberculosis, aunque inicilamente pudo recuperarse gracias a un tratamiento en un hospital. Sin embargo, los problemas regresaron en 1923. Curiosamente, en ese año había establecido una relación con Dora Diamant, y por ella había desarrollado un gran interés en los temas judaicos, al grado de que llegó a planear un viaje al entonces Protectorado Británico de Palestina, hoy Israel. Sin embargo, en diciembre de ese año comenzó con un cuadro de pulmonía que, para Marzo de 1924, se había convertido en tuberculosis. Falleció el 3 de Junio.

Freud, por su parte, se había consagrado como uno de los médicos más importantes de Viena. Sin embargo, su longevidad le puso frente a la amenaza del Nazismo, y en 1939 tuvo que huir a Inglaterra, tal como Marx hiciera varias décadas antes.

Para entonces, Freud ya tenía un cáncer de paladar muy avanzado y su vida fue volviéndose insoportable por el dolor. En septiembre de 1939 se aplicó la eutanasia con tres dosis de morfina administradas por su médico personal, Max Schur.

Einstein, en cambio, después de huir de la Alemania nazi y de establecerse en los Estados Unidos, tras una exitosa carrera como profesor y académico, tuvo problemas con la aorta abdominal y en 1948 requirió de una cirugía para reforzarla. Ello le arregló el problema durante varios años, pero en 1955 sufrió la rotura de un aneurisma allí mismo y ya no quiso regresar al quirófano. Declaró tranquilo que ya había concluido su labor, que estaba en paz y que quería irse de este mundo con elegancia y dignidad. Murió el 18 de Abril, sin poder dar el discurso que había preparado con motivo del séptimo aniversario de la refundación de Israel.

Con la muerte de Einstein culminó un proceso de casi un siglo y medio en el que cinco judíos le cambiaron la fisonomía al mundo. Desde el nacimiento de Marx (1818) hasta el fallecimiento de Einstein (1955), el mundo se transformó radicalmente en todo sentido.

¿Profetas de nuestro tiempo? En un sentido muy heterodoxo, sí. Sin duda.

Acaso la mejor manera de describirlos sea con la palabra inconformidad, y en eso es en lo que se asemejan a los profetas bíblicos: una profunda conciencia de que se puede hacer algo para mejorar a la humanidad.

Gracias a esa actitud, la filosofía, la ciencia, la música y la medicina cambiaron por completo.

Pero no se olvide: el más importante fue Kafka. Nuestro kafkiano mundo lo demuestra.

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Irving Gatell: Nace en 1970 en la Ciudad de México y realiza estudios profesionales en Música y Teología. Como músico se ha desempeñado principalmente como profesor, conferencista y arreglista. Su labor docente la ha desarrollado para el Instituto Nacional de Bellas Artes (profesor de Contrapunto e Historia de la Música), y como conferencista se ha presentado en el Palacio de Bellas Artes (salas Manuel M. Ponce y Adamo Boari), Sala Silvestre Revueltas (Conjunto Cultural Ollin Yolliztli), Sala Nezahualcóyotl (UNAM), Centro Nacional de las Artes (Sala Blas Galindo), así como para diversas instituciones privadas en espacios como el Salón Constelaciones del Hotel Nikko, o la Hacienda de los Morales. Sus arreglos sinfónicos y sinfónico-corales se han interpretado en el Palacio de Bellas Artes (Sala Principal), Sala Nezahualcóyotl, Sala Ollin Yolliztli, Sala Blas Galindo (Centro Nacional de las Artes), Aula Magna (idem). Actualmente imparte charlas didácticas para la Orquesta Sinfónica Nacional antes de los conciertos dominicales en el Palacio de Bellas Artes, y es pianista titular de la Comunidad Bet El de México, sinagoga perteneciente al Movimiento Masortí (Conservador). Ha dictado charlas, talleres y seminarios sobre Historia de la Religión en el Instituto Cultural México Israel y la Sinagoga Histórica Justo Sierra. Desde 2012 colabora con la Agencia de Noticias Enlace Judío México, y se ha posicionado como uno de los articulistas de mayor alcance, especialmente por su tratamiento de temas de alto interés relacionados con la Biblia y la Historia del pueblo judío. Actualmente está preparando su incursión en el mundo de la literatura, que será con una colección de cuentos.