La construcción del euroyihadismo

SHLOMO BEN AMI

Europa debe mirar hacia adentro para hacer frente con eficacia al radicalismo islámico gestado en el interior de su propia casa. Entre otras cosas, debe garantizar un ‘sueño europeo’ que permita a todos mejorar sus vidas.

El historiador belga Henri Pirenne vincula el nacimiento de Europa como continente cristiano en el siglo VIII a su ruptura con el islam. Pirenne probablemente nunca hubiese esperado que surgiera un gueto musulmán en Bruselas, y mucho menos que esta ciudad se convirtiera en un centro del yihadismo, donde viven jóvenes musulmanes marginalizados y enojados, quienes se sublevan en contra de Europa desde dentro de sus propias fronteras.

El divorcio con el yihadismo no es una opción viable en la actualidad. Pero tampoco lo es el tipo de matrimonio que propugna el académico islámico Tariq Ramadan. Ramadan, nieto del fundador de los Hermanos Musulmanes en Egipto y ciudadano suizo con residencia en Reino Unido, sostiene que la ética y los valores islámicos deben inyectarse en el sistema europeo. Europa, en ese caso, no solo toleraría el islam, sino que, de hecho, lo acogería como una parte integral de su propia esencia.

El problema con la visión de Ramadan es que Europa es un continente mayoritariamente laico, con un enfoque que tiene una profunda visión de futuro con respecto a la ética. Las sociedades islámicas, por el contrario, son, a la vez, profundamente religiosas y se encuentran hondamente incrustadas en el pasado. Cuando los islamistas hablan de la reforma política o social, normalmente están mirando hacia el pasado, con la esperanza de resucitar una época en la que los principios fundamentales de la Europa actual —que van desde la igualdad de género hasta el matrimonio homosexual— se repudiaban. Incluso los musulmanes que apoyan la modernización del islam, en su mayoría, no se convertirían en seguidores de la visión ética de Europa.

Las fallas con la solución al euroyihadismo que propone Ramadan reflejan los fallos en la explicación que brinda sobre el fenómeno, que atribuye esencialmente a la participación de Europa en las guerras en Oriente Próximo, en una supuesta confabulación de Europa para la supresión de los palestinos por parte de Israel y al supuesto apoyo del continente a los árabes autócratas. “No podemos”, escribe, “apoyar dictaduras… no podemos estar en silencio cuando los civiles son masacrados al sur de nuestras fronteras, y no podemos tener la esperanza de que no vamos a recibir una respuesta a la injusticia y humillación que hemos provocado”.

Sin embargo, es Estados Unidos el país que lanzó guerras en Irak y Afganistán. Es este país el que ofrece su apoyo incondicional a Israel, y es quien ha apoyado en repetidas ocasiones a los autócratas árabes. Y es Europa la que ha criticado sistemáticamente dichas políticas, a menudo con mucha dureza. Sin embargo, EE.UU. no experimenta un importante aumento del sentimiento yihadista dentro de sus fronteras.

Puede haber ayudado el hecho de que el presidente Barack Obama se alejara de algunas de estas políticas. Cuando comenzaron la primavera árabe, por ejemplo, se apresuró a cortar el apoyo al presidente de Túnez Zine el Abidine Ben Ali y al presidente egipcio Hosni Mubarak, permitiendo que los manifestantes —inspirados en el modelo occidental de democracia— forzaran los cambios de regímenes. El posterior retorno a la autocracia a Egipto en 2013, a través del golpe de Estado de Abdel Fattah al Sisi, ciertamente no recibió la ayuda de Estados Unidos ni de Europa, que apoyaron a la democráticamente elegida Sociedad de los Hermanos Musulmanes. Europa ha ofrecido aún más ayuda directa a los países árabes en los últimos años. Si no fuera por la intervención militar de Europa, los libios todavía estarían viviendo sometidos por el tirano Muamar el Gadafi.

En términos más generales, a pesar de que Occidente —sobre todo EE.UU— ha cometido graves errores de política en el mundo árabe durante el transcurso de los últimos 50 años, no se le puede atribuir toda la culpa por la debacle de la región a las potencias externas. Y si la política exterior de Europa no es responsable por la actual agitación en el mundo árabe, desde luego que no puede ser la razón del surgimiento del yihadismo dentro de sus propias fronteras. El verdadero problema reside en casa: un déficit desastroso de políticas eficaces relacionadas con la justicia social, la educación, la vivienda y el empleo para los jóvenes musulmanes europeos. La marginación genera frustración, que a su vez es alimentada por una creciente islamofobia y el ascenso de estridentes movimientos de derecha en todo el continente.

Este vínculo es evidente en el hecho de que la mayoría de los yihadistas europeos proceden de entornos desfavorecidos. Esencialmente, no son personas bien versadas en las verdaderas enseñanzas del islam, y debido a que carecen de oportunidades para mejorar sus vidas, se convierten en presas fáciles para los extremistas. El yihadismo, con su certeza absoluta y su gran misión, ofrece propósito, orgullo e identidad —sin llegar a mencionar aventura— y una salida para la ira que sienten estas personas contra el lugar que llaman su “hogar”.

La historia de los musulmanes de Estados Unidos sirve de medida para evaluar el fracaso que se vive en Europa. Al igual que la mayoría de los estadounidenses, los musulmanes en EE.UU. mantienen una cierta dosis de fe en el sueño americano. Ellos pertenecen, en su mayoría, a la clase media, y no han renunciado a la creencia de que, en Estados Unidos, se recompensa el trabajo duro y la iniciativa. EE.UU. es un país de inmigrantes, con una economía dinámica que ha habilitado, repetidas veces, a los recién llegados para que alcancen grandes éxitos. En Europa, por el contrario, siempre ha sido muy difícil mejorar la propia posición social; y, en un momento de estancamiento económico y de desempleo extraordinariamente alto, esto no se hace más fácil en lo absoluto.

Asimismo, en lo social, Estados Unidos ofrece algo a los musulmanes que Europa no ofrece. La fundamentalmente religiosa cultura estadounidense permite que los musulmanes conserven su identidad en mucho mayor grado respecto a lo que ocurre en la Europa laica. De hecho, pueden digerir con mayor facilidad los valores fundamentales de EE.UU. —responsabilidad personal y patriotismo constitucional— en comparación con la forma de liberalismo más agresivamente laico de Europa.

Todo esto sugiere que Europa debe mirar hacia adentro para hacer frente con eficacia al yihadismo gestado dentro de su propia casa. Esto no quiere decir que debería moderar su esencia laica, y mucho menos sus valores liberales. Por el contrario, Europa tiene que dar vida a su propio sueño europeo, garantizando que todas las personas tengan acceso a las oportunidades reales para mejorar sus vidas. De lo contrario, se enfrentará a una generación perdida de millones de jóvenes europeos, ya sean estos musulmanes o no.

Shlomo Ben-Ami, exministro israelí de Asuntos Exteriores, es vicepresidente del Centro Internacional de Toledo para la Paz. Es autor del libro Cicatrices de guerra, heridas de paz: la tragedia árabe-israelí.

Fuente:elpais.com

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