IRVING GATELL PARA AGENCIA DE NOTICIAS ENLACE JUDÍO MÉXICO – Continuamos con el análisis de los ganadores y los perdedores en el conflicto que hay en Medio Oriente.
7. Israel
La nación hebrea tiene una de las más grandes ventajas posibles para un conflicto tan complejo: muchos enemigos ansisos de atacarle, pero todos ellos peleados a muerte entre sí. Sanguinarios, además.
Netanyahu ha manejado excepcionalmente bien la delicada situación, y ha logrado mantener a Israel fuera del conflicto, pese a que en la frontera entre Israel y Siria hay conflictos entre tropas sirias rebeldes, tropas del Estado Islámico, tropas sirias leales a Assad, y tropas de Hizballá.
De todos modos, Israel se ha dado el lujo de recordarle a Hizballa –con mucho, su peor enemigo directo– que por el momento todas las cartas juegan a favor de Israel, destruyendo una gran cantidad de armamento sofisticado para la guerrilla chiíta, y eliminando a muchos de sus más altos mandos militares. Como ya se señaló, Hizballá está demasiado consciente de esa realidad y no ha reaccionado a ninguno de los ataques israelíes. No puede.
El frente con Irán no ha sido distinto. Aunque Irán logró imponer su acuerdo con Estados Unidos, Israel sabe que la situación del país persa es muy frágil. De hecho, Irán dejó de ser el tema más recurrente en el discurso de Netanyahu, y eso es muy revelador. Los altos políticos en Jerusalén saben que el poderío de Irán se está desgastando, y que cuando termine el conflicto, ese país habrá ganado una enorme deuda, que será más grande mientras más tarde en llegar la solución al conflicto.
Naturalmente, no todo salió bien para Israel. Algo se ha perdido en este proceso, y es la confianza que se tuvo en los Estados Unidos durante varias décadas. En términos objetivos, Barak Obama es un enemigo abierto de Israel.
Pero no hay mal que por bien no venga, y lo que nadie esperaba fue que todo este desastre en la zona norte del Medio Oriente hizo que se estrecharan los lazos de Israel con Jordania y Egipto, e incluso que se empezara a consolidar una sorpresiva alianza de facto con Arabia Saudita. No es de extrañarse: los dos países más peligrosos, beligerantes y fanáticos de la zona –Irán y el Estado Islámico– son un enemigo en común para los cuatro, así que tampoco había mucho que dudar. Juntos lo pueden hacer mejor que separados.
La coordinación entre El Cairo, Jerusalén, Ammán y Ryad ha sido tan efectiva, que hasta el momento han logrado mantener a raya el conflicto en Siria. Jordania, el país más expuesto por cercanía geográfica, se mantiene seguro y estable.
Podríamos decir que Israel perdió a Estados Unidos, pero ganó al vecindario. Y no es un vecindario despreciable, especialmente por Arabia Saudita y todos los emiratos que vienen detrás de ella.
Y, como cereza que corona el pastel, Israel acaso haya encontrado un nuevo socio para muchos negocios: Rusia. Es obvio: en este mundo, todo espacio de poder que pierda Rusia o Estados Unidos, será inmediatamente copado por el otro. Y Estados Unidos casi lo ha perdido todo con Israel, lo que significa que Rusia tal vez lo pueda ganar todo en ese mismo lugar.
8. Arabia Saudita, Egipto y Jordania
Estos tres países representan al mundo sunita moderado, y saben que sus principales enemigos son el Estado Islámico (sunita también, pero extremista) e Irán (chiíta).
Hasta el momento, el conflicto no ha llegado hasta ellos gracias a que, salvo por Jordania, se encuentran geográficamente muy lejos de las zonas más inestables y problemáticas. Pero de todos modos han tenido que tomar sus precauciones. Egipto, con las ramas del Estado Islámico que se habían infiltrado al Sinai; Arabia Saudita, contra la guerrilla chiíta de los Huthies que quería tomar el control del Yemen. En ambos casos, la situación está bajo control.
Arabia Saudita tiene una carta extra en su añejo conflicto con Irán: Pakistán, una nación sunita, aliada histórica de los saudíes, y con armas nucleares. Durante la última visita oficial del rey saudí a Pakistán, su Primer Ministro no se tocó el corazón para amenazar a Irán y advertirle que cualquier acción que tome contra Arabia Saudita será inmediatamente respondida por Pakistán. Y eso, entendido en el contexto inmediato, puede considerarse una amenaza nuclear.
Junto con Egipto y Jordania, Arabia Saudita ha descubierto los beneficios de ser amigo de Israel. La colaboración en cuestiones de inteligencia y tecnología militar fue el inicio, y es un hecho que poco a poco se va a extender a la esfera económica.
A esos tres países les urge: el petróleo es un negocio que va en picada, y ninguno de ellos le ha apostado demasiado a la innovación tecnológica, el nuevo oro del siglo XXI. En contraste, Israel es uno de los países más desarrollados en la materia. Una alianza entre Israel como innovador tecnológico y Arabia Saudita y los Emiratos Árabes, en este momento en que todavía son países muy ricos, puede convertirse no sólo en un foco de desarrollo regional, sino también en un nuevo y poderosísimo mercado.
Y Rusia lo sabe.
Acaso, ese fue el más grande error de Barak Obama: no darse cuenta que la promesa de prosperidad estaba allí, en Israel, Egipto, Jordania y Arabia Saudita, y apostar por los países que sólo tenían cabeza para la guerra.
Por eso Rusia midió muy bien sus movimientos: le convenía mantener a Assad en el poder para hacer de esa guerra un pingüe negocio, pero le conviene no conflictuarse con Israel y Arabia Saudita porque allí van a estar los grandes negocios en los próximos años. Notoriamente más sensato que Obama, Putin hizo una carambola de tres bandas y dejó listo el panorama para que cuando se acabe su jugoso negocio que es la guerra civil en Siria, pueda seguir haciendo jugosos negocios con sus nuevos amigos, esos que van a traer la estabilidad a la zona.
Y es que, en serio, la estabilidad es garantía de buenos negocios.
Al igual que Israel, Arabia Saudita, Egipto y Jordania están aprovechando bien las oportunidades que han surgido del actual conflicto.
9. Turquía
Erdogan sueña con reconstruir la gloria del Imperio Otomano y convertirse en un nuevo sultán, pero todo lo hace mal.
El gran error de Turquía fueron sus juegos dobles, especialmente aquellos en los que se involucraron apoyando al Estado Islámico, pese a que la política oficial de la OTAN –de la que Turquía es miembro– era la contraria.
Siempre hubo una guerra de baja intensidad entre los objetivos iraníes y turcos, y Siria vendría siendo el territorio en disputa. Por eso, cuando comenzó el conflicto actual, Erdogan calculó que era el momento para desplazar a Irán a Assad, para que Siria pasara a quedar bajo control turco.
Pero falló, especialmente por su capacidad para pelearse con todos. Sus descarados apoyos al Estado Islámico lo pusieron en confrontación con el resto de la OTAN, y la imprudencia de derribar un avión ruso estuvo a punto de causar una catástrofe. Es evidente que fue un error de cálculo terrible por parte de Erdogan, que debió suponer que al pelearse con Rusia, la OTAN entraría a defenderlo.
Pues no. Lo dejaron solo. Debido a ello, el papel de Turquía se ha ido eclipsando poco a poco y es totalmente improbable que mejor en los próximos meses o años.
Acaso, lo único que ha conseguido por parte de Estados Unidos y Europa es la promesa de mucho dinero para que Turquía absorba a los refugiados –millones– que vienen de Siria. Pero es un logro amargo: ciertamente va a ser mucho dinero, pero aparte de abandonar sus sueños de ser sultán, Erdogan va a tener que hacerse cargo de millones de Sirios que, definitivamente, ya no van a llegar a Europa. Se van a quedar en Turquía.
10. Los palestinos
Siempre hay alguien que tiene que perder de todas, todas. Y, para no perder la costumbre, otra vez ese papel le corresponde a los palestinos. Son el ejemplo de cómo hacerlo todo mal y sin sentido.
Los palestinos han lanzado una fuerte ofensiva anti-israelí en muchas esferas diplomáticas, y se han anotado varios éxitos (simbólicos) en muchos frentes. Pero ¿a dónde quieren llegar con eso? Se supone que el objetivo es la fundación formal del Estado Palestino, pero la realidad es que los palestinos no van a dar ese último paso.
¿Por qué? En primer lugar, por instinto de supervivencia: en el momento en que se declare el Estado Palestino, Hamas y Al Fatah van a entrar en guerra civil para ver quién se hace con el poder (naturalmente, exterminando de la manera más cruel posible al otro). Ya sucedió en Gaza: apenas quedó bajo control absoluto palestino, los eventos se desencadenaron para terminar en la masacre de los militantes de Al Fatah.
Por cierto: quien más tiene posibilidades de imponerse en el conflicto es Hamas –igual que en Gaza–, y quien más posibilidades tiene de acabar masacrado es Al Fatah –igual que en Gaza–. Y quien tiene que continuar con la negociación para la fundación del Estado Palestino es Al Fatah. Conclusión: no se van a dar un balazo en el pie y otro en la cabeza para que todo el pastel se lo quede Hamas (pastel muy relativo, porque es obvio que Israel se vería obligado a intervenir, y allí acabaría la efímera existencia del Estado Palestino).
Hay otro tema que hace que la proclamación real del Estado Palestino esté muy lejos: la corrupción. El tema de los refugiados palestinos es un gran negocio. Cada año, los jerarcas panzones de Al Fatah reciben millones de dólares en ayudas para los “refugiados palestinos”; dinero que, por cierto, no se traduce en mejoras para el nivel de vida de la población, sino en cuentas de banco más gordas en algún paraíso fiscal vaya usted a saber a nombre de quién.
En el momento en que se declare el Estado Palestino, todos esos refugiados van a dejar de serlo y se van a convertir automáticamente en ciudadanos. Y los países que sueltan dinero para los refugiados van a sentarse a negociar sus apoyos –y no se diga las condiciones para darlos–, así que sería el fin de un muy buen negocio.
A todo ello hay que añadir otro problema: los palestinos cada vez llaman menos la atención, y las razones son obvias. En primer lugar, la guerra civil en Siria ha venido a demostrar que es una absoluta mentira que “el conflicto israelí-palestino pone en peligro al mundo entero”. Ahora, mejor que nunca, se puede contemplar este conflicto en su verdadera dimensión: se trata de uno de los conflictos más pequeños del mundo.
Simplemente, véanse las cifras: para este momento, han muerto más palestinos en Siria que en combates con Israel, pese a que las confrontaciones con el Estado Judío datan desde 1979, y la guerra civil en Siria sólo tiene cinco años.
Por eso han incrementado su teatro diplomático, pero al final de cuentas es sólo eso: un teatro. Mientras tanto, muchos países siguen dándoles dinero que no se convierte en nada bueno, y por ello se les empieza a agotar la paciencia.
Los palestinos han sido un pésimo negocio que ha costado casi 32 billones de dólares (imagínense: Alemania, después de la II Guerra Mundial, sólo recibió 1.2 billones, y con eso tuvo para convertirse en la potencia que mantiene de pie a Europa), y que –por seguir con el símil– ni siquiera ha abierto sus puertas al público (como su Museo de historia palestina: se inauguró sin exposición alguna, porque no hay contenidos que exponer).
Y si todo esto no fuera suficiente, los palestinos tienen otro problema: abiertamente, tienden a simpatizar con el Estado Islámico, justo en el momento en que los principales países árabes están en abierto conflicto con eso.
Los palestinos son sunitas, pero la influencia de Hamas ha provocado que se decanten hacia el sunismo extremista, cuyo mejor paladín fue Al Qaeda durante mucho tiempo, y ahora lo es el Califato Islámico que tantos problemas está causando.
Es obvio que eso no le resulta del agrado a casi ningún jerarca árabe, así que ninguno ve a los palestinos como un socio relevante a futuro.
Los países árabes van a tener muchos problemas en las próximas décadas como consecuencia del fin del negocio del petróleo y del calentamiento global. Y en los últimos años, los palestinos no han hecho ningún esfuerzo por convertirse en un factor propositivo, pese a los 32 billones de dólares. Por el contrario: se han consolidado como un problema más. Si Arabia Saudita y otros van a tener el lío de ya no recibir tanto dinero como antes, los palestinos van a seguir siendo otro rubro de egresos que no va a producir nada. Absolutamente nada.
Es cuestión de tiempo para que los países árabes dejen abandonados a los palestinos a su suerte.
Paradójicamente, como si el Medio Oriente no fuera ya suficientemente irreal, es probable que el rescate de esos 4 o 5 millones de árabes casi inútiles venga de Israel, el país al que más le conviene –a fin de cuentas– que los palestinos se estabilicen.
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