La historia de Stanislawa Leszczynska
La notable historia de Stanislawa Leszczynska. La siguiente es una versión abreviada de un estudio realizado por el profesor historiador polaco Maciej Giertych que proporciona algún indicio de los horrores a los que algunos católicos, polacos y otros en toda Europa, estuvieron sometidos durante la Segunda Guerra Mundial.
SILVIA SCHNESSEL PARA AGENCIA DE NOTICIAS ENLACE JUDÍO MÉXICO
Las fábricas de esclavos para el Reich
Auschwitz tenía todo tipo de instalaciones, tales como dormitorios, oficinas, cocinas y letrinas. También tenía un “ala de enfermos”, donde, en condiciones atroces, los presos enfermos eran atendidos por médicos que eran los propios prisioneros. Quien tuviera un aspecto poco saludable moría. Así que los médicos constantemente ocultaban los casos graves falsificando informes para permitir una estancia más larga a los que de otro modo habrían sido enviados al crematorio. Casi todos los supervivientes de Auschwitz sufrían de fiebre tifoidea, una enfermedad que reunía los requisitos internos para ser liquidados, pero nunca se informó gracias al valor de los médicos. Arriesgaban sus vidas ya que el castigo por romper cualquier regla en el campo de concentración era la muerte. Auschwitz también tenía una “sala-maternidad”. Muchas de las mujeres que llegaron al campo estaban embarazadas. Ellas eran necesarias para el trabajo; sus bebés no. Una de las parteras que trabajó en la sala era Stanislawa Leszczynska.
La vida de Stanislawa
Nacida Stanislawa Zambrzyska en 1896, se casó con Bronislaw Leszczynski en 1916 y juntos tuvieron dos hijos y una hija. En 1922, se graduó de una escuela para parteras y comenzó a trabajar en los distritos más pobres de Lodz. En Polonia antes de la guerra, los bebés normalmente nacían en casa. Stanislawa estaba disponible en cualquier momento, caminaba muchos kilómetros a los hogares de las mujeres a las que ayudaba. Sus hijos recuerdan que a menudo trabajaba por las noches, pero nunca dormía durante el día.
Después de la guerra, regresó a su trabajo en Lodz. Su marido había muerto en el levantamiento de Varsovia de 1944, pero todos sus hijos sobrevivieron e, inspirados por el ejemplo de su madre, se hicieron médicos. Stanislawa sufragó su educación, ganando el sustento de la familia gracias a su servicio dedicado a dar a luz.
En marzo de 1957, acercándose a su retiro, se organizó una recepción para conmemorar sus 35 años en la profesión. Su hijo, el Dr. Bronislaw Leszczynski, le comentó antes de la recepción que podían llegar a preguntarle por Auschwitz. Hasta ese momento, no había dicho nada de su trabajo en el campo de concentración. Su hijo comenzó a tomar notas y más tarde, durante la recepción cuando todos los discursos habían terminado, se levantó y contó la historia de su madre. Lo que sigue es tomado de Amor maternal de la Vida: textos sobre Stanislawa Leszczynska, editado por el obispo Bejz de 1988.
Entrada al Infierno
Stanislawa fue detenida en Lodz el 18 de febrero de 1943, con su hija y dos hijos. Los hijos fueron enviados al campo de trabajo en Mauthausen y Gusen para trabajar en las canteras de piedra. Ella y su hija Silvia fueron enviadas a Auschwitz donde llegaron el 17 de abril de 1943. Les dieron los números 41335 y 41336, tatuados en sus antebrazos. Quedarían como recuerdo del campo.
Les quitaron todas sus posesiones, fueron desnudadas, afeitadas, y recibieron ropa de los campos – un mono de trabajo rayado y algo de ropa interior. Sylvia recuerda que recibió dos zapatos del pie izquierdo y un slip. Toda la ropa estaba infestada con piojos. Stanislawa pasó dos años en las instalaciones de las mujeres en Auschwitz, trabajando como partera en tres bloques diferentes. La “sala de enfermos” en todos ellos era idéntica: barracas de madera de 40 metros de largo al descubierto calentadas por una sola estufa de ladrillo. Dado que el campamento estaba situado en una zona de tierras bajas, los cuarteles se inundaban con frecuencia con 2-3 pulgadas de agua. En la sala de enfermos había tres capas de literas, recubriendo ambos lados del edificio. Hasta tres o cuatro mujeres a la vez dormían en las literas llenas de excrementos. Los “colchones” de paja plagados de bichos, hacía mucho tiempo se habían reducido casi a polvo y por lo tanto ofrecían poca comodidad. La mayoría de las mujeres simplemente yacían en meros tablones de madera.
Stanislawa recuerda las condiciones de los presos enfermos que tenía que tratar: “En invierno, cuando las temperaturas eran muy bajas, se formaban carámbanos en el techo por la respiración y la transpiración – una línea plateada junto a otra. Cuando, en la noche, se encendían las luces brillaban muy bien. Parecían una gran araña de cristal. Pero bajo estos carámbanos, dormía la gente y mujeres enfermas daban a luz”.
La estufa de ladrillo, dice Stanislawa, “servía como el único lugar para los partos, porque no había otro… a ese efecto disponible. El horno sólo se encendía un par de veces durante el año… Las treinta literas más cercanas al horno constituían la así llamada sala de maternidad”.
Stanislawa describe la miseria de la vida en el campo: “En general, el bloque estaba dominado por infecciones, mal olor y todo tipo de bichos. Las ratas eran abundantes. Las víctimas de las ratas no eran sólo las mujeres enfermas, sino también… los niños recién nacidos”. Había de 1.000 a 1.200 pacientes de media en la sala de enfermos. De ellos, al menos, una docena morían cada día.
“En estas condiciones”, explica Stanislawa, “el destino de las mujeres en situación de parto era trágico, y el papel de la comadrona extremadamente difícil. No había antisépticos, ni vendas, no había medicamentos, salvo un pequeño contingente de aspirinas”. La comida, principalmente, consistía en “verduras podridas hervidas”. Al principio, Stanislawa tuvo que arreglarse sola, con la ayuda ocasional de su pequeña hija. “Los médicos alemanes de los campos – Rhode, Koenig y Mengele – no podían, por supuesto, “por su vocación de médicos, dar ayuda a los no alemanes …” Más tarde, la ayudaron doctoras que estaban prisioneras. Como prueba de la profunda humildad de Stanislawa, ella puso poco énfasis en su notable trabajo. Más bien, habló de la “grandeza de los médicos, su devoción, [que] congelada en los ojos de aquellos que, atormentados por la servidumbre del sufrimiento, nunca hablaron de nuevo…. Los médicos no trabajaban allí por la fama, aprobación, ni por cumplir con sus aspiraciones profesionales. Todos estos motivos quedaban de lado. Sólo quedaba el deber médico de salvar la vida en cada caso y en cada situación, agravada con la compasión por el sufrimiento humano”.
La enfermedad que afectaba a la mayoría de los internos era la disentería. El tifus también se extendió por el campamento y, por un tiempo, Stanislawa fue víctima ella misma de la enfermedad. “La incidencia de la fiebre tifoidea, en la medida de lo posible, se ocultaba al Lagerarzt [el médico de campo de las SS] por lo general escribiendo en la lista de enfermos que el paciente tenía la ‘gripe’, ya que los enfermos de fiebre tifoidea eran inmediatamente liquidados… “.
Pequeños milagros en medio de la miseria
Durante su encarcelamiento, Stanislawa ayudó a dar a luz a más de 3.000 bebés. Pero había algo aún más notable que tratar de superar estas condiciones hostiles. Como explicó a su hijo, el Lagerarzt le ordenó hacer un informe sobre la tasa de infecciones y la mortalidad de las madres y los recién nacidos. Ella respondió: “No he tenido un solo caso de muerte, ni entre las madres ni entre los recién nacidos”. La respuesta del Lagerarzt fue una mirada de incredulidad. “Dijo que ni las clínicas más perfectamente dirigidas de las universidades alemanas podían reclamar ese éxito. En sus ojos leí la ira y la envidia”. De un modo autocrítico, Stanislawa lo atribuyó a que “los consumidos organismos eran un medio demasiado estéril para las bacterias”. Sin embargo, sus hijos y compañeros de prisión atribuyen este registro milagroso a algo más que lo natural.
Crianza prevista en Auschwitz
Cuando se acercaba el tiempo del parto, la madre ya muerta de hambre tenía que renunciar a su ración de pan durante un tiempo para conseguir una sábana que se utilizaba para hacer los pañales y ropa para el niño. Huelga decir que los nazis no proporcionaban este tipo de cosas. Para empeorar las cosas, no había agua corriente en los cuarteles por lo que lavar los pañales se convertía en una experiencia arriesgada ya que los internos no podían moverse libremente por el bloque. Cualquier limpieza tenía que hacerse subrepticiamente. Por último, no se asignaba más comida o leche para los bebés. Pero aparentemente la simple negligencia no satisfizo a los administradores del campo. Por lo que emplearon presos criminales para disponer de los bebés problemáticos.
Hasta mayo de 1943, todos los niños nacidos en Auschwitz fueron ahogados en un barril. Estas operaciones eran realizadas por la Schwester [hermana] Klara, una comadrona alemana encarcelada por infanticidio. “Como Berufsverbrecherin (culpable de crimen ocupacional), tenía por lo tanto prohibido ejercer su profesión”, dice Stanislawa, “y así se le encargó una función para la que era más adecuada”. Más tarde, Klara tuvo la ayuda de una prostituta alemana, la pelirroja Schwester Pfani. “Después de cada parto, las madres podían oír el gorgoteo característico y los chapoteos de agua” de que sus bebés fueron desechados.
La situación cambió un poco en mayo de 1943. Los niños “de aspecto ario” , con ojos azules y pelo rubio, se salvaban del tratamiento de Schwester Klara y eran enviados a un centro en la ciudad de Naklo para ser “desnacionalizados”. Algunos terminarían en orfanatos, otros fueron entregados a padres alemanes. “Con la esperanza de que en el futuro fuera posible recuperar a estos niños, para devolverlos a sus madres”, Stanislawa explica, “organicé un método para marcar a los niños con un “tatuaje” que no fuera reconocido por los guardias de las SS. Más de una madre se consoló con la idea de que algún día podría encontrar su felicidad perdida”. Mientras tanto, el destino de los que se quedaron apenas mejoró. Los niños morían de desnutrición lentamente. Entre las innumerables tragedias presenciadas por Stanislawa, destaca una en particular.
“Recuerdo perfectamente a una mujer de Vilna, enviada a Auschwitz por dar ayuda a los partisanos. Inmediatamente después de dar a luz a un niño se oyó llamar su número en voz alta… Fui a excusarla. No sirvió, simplemente intensificó la ira. Me di cuenta que estaba siendo llamada al crematorio. Envolvió al niño en un sucio trozo de papel, lo apretó contra su pecho… sus labios se movían sin hacer ruido. Trataba de cantar una canción a su bebé, las madres lo hacían con frecuencia, murmurando a sus hijos diferentes canciones de cuna con la que trataban de compensarlos del hambre y el frío penetrantes, de su miseria. Sin embargo, no tenía fuerza… era incapaz de emitir un sonido… sólo grandes y copiosas lágrimas caían de sus párpados, fluyendo por sus mejillas inusualmente pálidas y cayendo sobre la cabeza del bebé condenado a muerte”.
Stanislawa Leszczynska concluye sus breves pero terribles memorias con las siguientes observaciones: “Todos los bebés nacieron vivos. Su propósito era vivir”. De los bebés que permanecieron en Auschwitz, “apenas treinta sobrevivieron al campo. Varios cientos fueron enviados a Naklo…. Unos 1.500 fueron ahogados por Schwester Klara y Pfani. Más de 1.000 murieron de hambre y frío”. Estas cifras abarcan el período comprendido entre abril de 1943, cuando llegó Stanislawa, a la liberación del campo en enero de 1945.
Otros relatos
En vista de la reticencia de Stanislawa, fueron miembros de la familia y compañeros de prisión los que dieron una imagen más completa de sus actividades heroicas. Su hijo, Bronislaw, informa que a su llegada al campamento trató de ocultar su tarjeta de comadrona. “Con esto en la mano, paró a un médico alemán en el campo, lo cual era un acto de valor en sí mismo que se castigaba con la muerte. Le mostró su documento… Pensó un rato y decidió que realizaría la función de matrona en la llamada ‘sala de maternidad’, Allí se encontró con la ya mencionada Schwester Klara quien le informó de que cada niño nacido debía ser declarado “feto” dejándole a ella la manera de “disponer” del bebé. Dice Bronislaw, “Luego pegaba a mi madre en la cabeza… por no cumplir sus instrucciones… Ella llamaba entonces al Lagerarzt y él le ordenaba realizar el infanticidio si quería sobrevivir. Se sorprendió cuando esta pequeña débil mujer, a la que podía aplastar con su bota, respondió: “No, nunca”. ¿Por qué no la mataron, no se sabe”.
Su hijo recuerda el encuentro de Stanislawa con el famoso Dr. Mengele (que realizaba experimentos médicos con los presos). A pesar del espantoso escenario, el siguiente relato no está exento de cierto humor. “Cuando mi madre se opuso a Mengele, quien le ordenó matar a los bebés que nacían en Auschwitz, se puso furioso. Describiendo esto, mi madre dijo: ‘Yo sólo vi sus botas largas saltando hacia atrás y hacia delante y le oí gritar:…’ Befehl ist Befehl ‘[una orden es una orden]. “Recordando estas palabras muchos años más tarde, me di cuenta que mi madre era bastante pequeña y en efecto tenía la costumbre de mirar hacia abajo cuando pensaba en algo. . . se puso de pie con los ojos bajos y vio sus largas botas saltando con nerviosismo delante de ella …. ¿Este terrible asesino (era médico después de todo) trataba de explicar su orden de matar a los bebés recién nacidos? En cualquier caso, ni entonces ni en ningún otro momento, pudo levantar la mano asesina contra mi madre”. En otra ocasión, el Dr. Mengele entró en la sala de maternidad. Al ver a Stanislawa ocupada con los partos, dijo: “Mutti [madre], usted ha ganado mucho dinero hoy. Se merece una cerveza”. “¿Cómo entiende uno esta broma?”, pregunta su hijo. “Mengele sin duda sabía que los internos que sufrían trataban a Stanislawa Leszczynska como madre y comúnmente se referían a ella como “madre”. Si consciente, o inconscientemente, se refirió a esto, al mismo tiempo, mostró respeto al amor materno y la fuerza moral que Stanislawa personificaba allí”.
Una de las presas más afortunadas, María Saloman, da sus impresiones de Stanislawa: “Durante semanas no tenía oportunidad de acostarse. A veces se sentaba cerca de un paciente en el horno, se dormía un momento, pero pronto daba un salto y corría a una de las mujeres que gemían…. Cuando la señora Leszczynska se me acercó por primera vez, supe que todo estaría bien. No sé por qué, pero fue así. Mi bebé consiguió durar tres meses en el campamento, pero parecía condenado a morir de hambre. Yo estaba completamente sin leche. “Madre” de alguna manera encontró dos mujeres nodrizas para mi bebé, una estonia y una rusa. A día de hoy no sé a qué precio [hizo esto]. Mi Liz debe su vida a Stanislawa Leszczynska. No puedo pensar en ella sin que me vengan lágrimas a los ojos”.
Stanislawa representó tanto sentido común como valor. Uno de los supervivientes cuenta cómo les procuraba agua y, en ocasiones, un brebaje de hierbas utilizado para lavar a los bebés. Teniendo que utilizar la misma agua para todos los bebés, Stanislawa lavaba a los niños sanos seguidos de los enfermos para no infectar a los primeros. Kazimera Bogdanska explica que ella era incapaz de cuidar a su pequeña. Sin embargo, Stanislawa le informó que aún así debía dar al niño un pecho vacío “porque las glándulas no dejarían de funcionar”. “Madre tenía razón”, dice Kazimera, “qué afortunada fui que le creí. Cuando llegó la libertad en enero de 1945 y me llevaron a un hospital de verdad (tenía fiebre tifoidea) el médico me permitió continuar dándole a mi hijo mi pecho sin leche. Al cabo de un tiempo recuperé la leche. Mi hija comenzó a ganar peso…. Se puso redonda con las mejillas sonrosadas…. la sabiduría y la fe de Madre salvaron a mi único hijo”.
Fuente: Seattle Catholic – Traducción: Silvia Schnessel – Reproducción autorizada con la mención: ©EnlaceJudíoMéxico
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