La esposa de un empresario judío secuestrado y torturado en 1972, da su testimonio: “un lugar triste en la historia uruguaya”
AGENCIA DE NOTICIAS ENLACE JUDÍO MÉXICO – “Mi nombre es Silvia Rozental de Wegbrait. He ocupado un lugar triste en la historia uruguaya”.
Así decía el mensaje que recibí por Facebook.
La historia que la señora Rozental tenía para contarme ocurrió en 1972, en uno de los períodos más negados de la historia reciente: la tregua entre el Ejército y el Movimiento de Liberación Nacional Tupamaros.
La tregua tuvo varias etapas. En la primera se negoció una rendición con ciertas condiciones del MLN, que no prosperó. En una fase posterior, los líderes capturados del MLN acordaron colaborar con los militares y ordenaron a algunos tupamaros que trabajaran junto con sus captores en la elaboración de planes de gobierno y en el combate a los “ilícitos económicos”. Tal tarea llevó a que, al margen de la justicia competente, empresarios y profesionales acusados de corrupción fueran secuestrados. Ellos eran la causa de la pobreza y de la guerrilla, sostenían ambos bandos.
En muchos casos, los detenidos por “ilícitos económicos” fueron torturados en los cuarteles. En un giro paradójico e irónico de la historia, algunos tupamaros que antes habían sido torturados se prestaron a colaborar en la tortura de los “ilícitos”. Los libros Ecos revolucionarios, de Enrique Vescovi, y Milicos y tupas (escrito por el autor de la nota) aportan testimonios.
Silvia Rozental fue protagonista involuntaria de “la tregua”. Vive en Buenos Aires desde hace décadas. Su fallecido marido, Jaime Wegbrait, fue uno de los secuestrados bajo la acusación de realizar “ilícitos económicos”. Era dueño de la fábrica APSA, representante en Uruguay de la empresa estadounidense RCA Víctor. “Quiero contar mi historia para que nunca más vuelva a repetirse”, dijo.
“A mi unidad trajimos a Wegbrait y al contador Buka, dos judíos, grandes cagadores”, recuerda en Milicos y Tupas el coronel retirado Luis Agosto, que en aquel entonces era capitán en el cuartel de artillería conocido como La Paloma, en el Cerro de Montevideo.
“Fue ahí cuando descubrimos las famosas empresas fantasmas, igual que las SAFIs de ahora. Descubrimos libros contables de empresas con sellos de Panamá. Los tipos tenían un abogado en Panamá y un cofre fort. Hacían los giros a Panamá, que eran ficticios, y metían esos dólares en los cofres y luego en el mercado negro de acá”.
Un ministro de 1972 que habló para el libro con la condición de que no se publicara su nombre dijo: “Los militares consideraban que la corrupción era una especie de entendimiento entre el gran capital y el gobierno, por el cual se saqueaba el país. Esto era así sobre todo para los mandos bajos, los capitanes y mayores, que eran los que estaban en los cuarteles, influenciados por los tupas. Entonces comenzaron a investigar las actividades comerciales pensando que era una forma de saqueo que se estaba haciendo al país. Para darle una idea: yo era ministro y un día me avisan que en el aeropuerto de Carrasco estaban revisando a la gente que salía para ver si se llevaban dólares. Llamé al jefe de Carrasco y me dijo que la operación estaba a cargo de militares del Estado Mayor Conjunto. Entonces llamé al Esmaco y le dije a un general que eso era una barbaridad. ‘¿Usted cree que tiene alguna importancia que alguien saque cuatro vintenes en dólares? Si alguien quiere sacar dólares en serio alquila una avioneta y lo hace por Melilla. Esto hay que pararlo, lo único que hace es correr a la gente’. Andar con dólares era poco menos que un delito”.
¿Antisemitismo económico?
Por haber pertenecido al MLN, el contador Carlos Koncke estuvo en el cuartel de La Paloma, donde durante la tregua llegó a dictar clases de economía marxista a los oficiales del cuartel. “Buka era un gordo bueno, un simple contador como hay miles”, relató en Milicos y tupas. “Lo detuvieron porque lo denunció un tupa de veintipocos años, un estúpido, un débil mental, que lo hizo solo para estar bien con los milicos. ¿De qué lo acusaban? ¡De nada! ¡En aquel momento no existía el blanqueo de capitales, porque no había impuesto a la renta! Pero los milicos no entendían nada de nada”.
Koncke contó que a Buka “lo torturaron de manera brutal. Yo sentía la necesidad de consolarlo, de acercarme y decirle, ‘mire que esto va a pasar’, pero no lo pude hacer. Todo ese episodio fue una estupidez de última categoría”.
Entrevistado por teléfono desde Israel cuando aquella investigación, Buka dio la impresión de ser alguien que, por una lógica cuestión de salud mental, endulzó un poco sus recuerdos. “A pesar de que me hicieron el submarino, como a todos los tupamaros que tenían allí, se puede decir que en general me trataron con respeto”. Negó las acusaciones de Agosto. Dijo que era un simple contador, que no cometió delitos. Muchos de los detenidos de esa campaña contra los “ilícitos económicos” fueron judíos. Consultado Buka respecto a si creía que hubo un componente de antisemitismo en todo el asunto, respondió: “No sé. Uno me dijo una vez: ‘Ahora, judío de mierda, te vamos a sacar todo’. Pero pienso que fue la expresión de un individuo aislado”.
“Chiche, sácame de acá”
Silvia Rozental tiene otra visión. “A Jaime lo llevaron en agosto del 72. Golpearon la puerta. “Somos las Fuerzas Conjuntas”, anunciaron y me dijeron que se iban a llevar a Jaime para interrogarlo. Les dije que era un industrial reconocido, una persona que daba empleo. Me pidieron que les diera una frazada y me dijeron que al día siguiente lo iban a traer. Estuvo tres meses secuestrado”.
-¿De qué lo acusaban?
-Un día antes habían allanado el estudio del contador Buka y encontraron un cheque en dólares, librado contra un holding panameño, en el que figuraba el apellido Wegbrait. Estaba prohibido operar en dólares en ese momento. Lo tomaron como un “ilícito económico” sobre el cual le correspondía a las Fuerzas Conjuntas hacer justicia por cuenta de ellos mismos. Poco tiempo después, el gobierno autorizó a operar en dólares.
-¿Se lo acusaba de sacar el dinero del país?
-No, era un tema contable. Los Wegbrait siempre invirtieron el dinero que ganaban en sus industrias. En esa época, diez o doce fábricas pertenecían al grupo Wegbrait: APSA, Reciplast, Cuerygom, Productos Proteicos Uruguayos… De todo eso ya no queda nada. Mis tres hijos tuvieron que empezar cada uno por su cuenta.
-¿Habían tenido alguna advertencia previa?
-No. Pero un tiempo antes nos habían llamado de la policía para decirnos que habían allanado un local tupamaro y nosotros figurábamos en una lista de objetivos.
-¿Los militares que lo tenían secuestrado se comunicaron con usted?
-Cuando Jaime ya llevaba 10 o 15 días preso, un oficial me llamó. Me dijo que si yo quería hacerle llegar comida y cosas, él lo podía hacer. Me citó en la puerta del cine Plaza, en la plaza Cagancha. Yo le decía: yo no sé quién es usted, ¿cómo lo voy a ubicar? Él me dijo: “Yo la conozco”. Nos tenían fichados a todos.
-¿Se encontró con ese oficial?
-Sí. Yo le daba chocolates y galletitas para Jaime y él me traía cartas de mi marido. Pero estaban todas tachadas, con la mitad de las cosas tapadas de negro. Solo podía leer lo que ellos querían.
-¿Ese oficial actuaba así por razones humanitarias o le pidió dinero?
-Yo le di algo de plata. Tuve que hacer muchas cosas que nunca pensé que iba a llegar a hacer.
-¿Pudo ver a su marido alguna vez?
-Sí. Me autorizaron a verlo en el Día del Perdón, la fecha judía más sagrada. Me dijeron que fuera a la sede de Región Militar Número 1, en la avenida Agraciada. Fui sola. Cuando entré me temblaban las piernas, estaba embarazada, tenía solo 30 años. Era una casa muy grande, antigua, fría, con unos escritorios muy bellos. Me hicieron esperar media hora. Luego me recibió el general Esteban Cristi, que era el jefe. Se mostraba ostentoso y orgulloso del papel que estaba desempeñando. Me trajeron a Jaime. Estaba con una capucha negra, parecía un delfín. Me abrazó y me dijo: “Chiche, sácame de acá lo antes posible”. No resistía más. Lo torturaban.
-¿Qué torturas recibió?
-Le hicieron el submarino, le dieron picana y lo encerraron en una celda de un metro por uno cincuenta. Querían que diera nombres de dirigentes de organizaciones judías. Decían que los judíos tenían la culpa de la situación en la que estaba Uruguay, porque sacaban divisas del país al donar dinero a Israel. Jaime no dio nombres, prefirió ser torturado por los militares. No sé si había tupamaros presentes.
“Me trajeron a Jaime. Estaba con una capucha negra, parecía un delfín. Me abrazó y me dijo: “Chiche, sácame de acá lo antes posible”. No resistía más. Lo torturaban”
-¿Pudo verlo otra vez mientras estuvo secuestrado?
-Pude visitarlo algunas veces en el cuartel de La Paloma. Lo tenían en el patio, tirado entre fardos, junto con otros prisioneros. Una vez que fui a verlo con Luisito, mi hijo mayor que entonces tenía 4 años, vi un ejemplar de Main Kampf sobre el escritorio de un coronel.
Entonces lo miré y le dije: “Veo que ustedes actúan de acuerdo a las enseñanzas de Hitler”. “No”, me respondió. “Tenemos un ejemplar de Main Kampf pero no somos antisemitas. Somos antisionistas”, me respondió. A mi marido y a Buka los militares constantemente los tildaban de “judíos de mierda”.
-¿A su esposo lo dejaron salir del cuartel en algún momento, como le permitieron a otros prisioneros?
-Sí, dos veces. Yo había pedido que cuando fuera a tener a mi hijo, él pudiera venir. Cuando salí de casa para tener al bebé, avisé a la Región Militar Número 1. En pleno trabajo de parto, a las cinco o seis horas de estar internada, trajeron a Jaime y lo dejaron estar dos horas conmigo. Pero siempre acompañado de un capitán del Ejército, que no se despegaba de nosotros. La situación era tan tensa que tuve una crisis de nervios. Me tuvieron que dar calmantes. Después de dos horas, antes de que naciera mi hijo, se lo volvieron a llevar. Mi hijo nació con depresión nerviosa como consecuencia de los calmantes que me habían dado, pero por suerte se recuperó. A Jaime lo trajeron un rato al día siguiente, otra vez acompañado del mismo oficial. Luego pedí que lo dejaran participar del briz milá (la ceremonia de circuncisión) de mi hijo. Lo trajeron, pero otra vez con el mismo capitán, que no se despegó de su lado. Salió en todas las fotos.
Decían que los judíos tenían la culpa de la situación en la que estaba Uruguay, porque sacaban divisas del país al donar dinero a Israel. Jaime no dio nombres, prefirió ser torturado por los militares. No sé si había tupamaros presentes
-¿Cuándo lo liberaron?
-Al mes de haber nacido el niño me llamaron por teléfono y me dijeron que podía pasar a recoger a Jaime por APSA, en avenida Italia. Fui en mi Fiat 850 y ahí estaba, muy flaco. Poco después el gobierno sacó una ley para regular los “ilícitos económicos”. La ley decía que era legal tener un holding. Tuvieron que asociar a dos militares a APSA para seguir funcionando. Ahí la cosa se calmó un poco.
-¿Cómo afectó esta historia a su marido?
-Como consecuencia de que se lo torturó de forma sangrienta, nunca recuperó su salud mental. A los pocos meses de haber salido cayó en una crisis de nervios muy grande. No dormía o tenía pesadillas terribles. Tuvimos que internarlo en la clínica psiquiátrica del doctor García Badaracco, en Buenos Aires, donde nos habíamos mudado. Estuvo con un tiempo chaleco de fuerza. Los primeros dos meses no lo pudimos ver. Luego de un año salió, pero al tiempo tuvo otras internaciones. Fue muy difícil para mí y para los chicos.
-¿Volvieron al Uruguay?
– Después de unos años comenzamos a ir en verano a Punta del Este. En 1986 se publicó un libro llamado “El poder económico en Uruguay”. Ahí se hablaba del grupo Wegbrait. Un gerente de la fábrica de Jaime, le dijo: “este año no vengan”. Pero Jaime no le hizo caso. Nosotros alquilábamos una casita en la parada 18. Y entraron dos personas, que nunca pudimos identificar. Se robaron algunas cosas de valor. Después del robo, empecé a recibir amenazas por teléfono de gente que decía ser tupamara: “¿Vio lo que les pasó por venir a donde no les corresponde?”. Los policías que vinieron a investigar el robo se reían. Al día siguiente, volví con los chicos a Buenos Aires.
Profesor de matemáticas
El oficial del Ejército que aparece en las fotos de la ceremonia de circuncisión del hijo de Jaime Wegbrait y su esposa Silvia, es el hoy coronel retirado Ruben Atilio Sosa Tejera, según confirmó el propio oficial.Luego de la dictadura, Sosa se desempeñó como profesor de matemática. En 2006 fue denunciado como “torturador” por la Federación Nacional de Profesores de Educación Secundaria y otras organizaciones sociales y se realizó un escrache frente a su domicilio. En 2007 la justicia desestimó una denuncia en su contra presentada por este motivo.Sosa prefirió no hacer declaraciones.
Los nazis de azul y blanco
Fui a buscar a al ex ministro de Economía de la dictadura, Alejandro Vegh Villegas para tratar de chequear una información que recogí durante la investigación realizada para Milicos y tupas, que finalmente no incluí en el libro.
Seis años atrás, un dirigente de la colectividad judía me dijo que en 1974 se entrevistó con Vegh Villegas, para informarle de una campaña de recolección de fondos para ayudar a Israel en la guerra de Iom Kippur. En esa oportunidad, Vegh le habría relatado que los militares le habían pedido que desarrollara acciones contra la colectividad judía, algo que él no había aceptado. El dirigente de la colectividad se entrevistó luego con un funcionario de la embajada de Estados Unidos que le dijo que ellos tenían la misma información.
La persona que me relató esta historia falleció meses atrás. Busqué a Vegh para ver si podía ser más preciso al respecto. Lo ubiqué en un bar al que concurre a diario, y al que jocosamente llama “mi oficina”. Estaba por almorzar, charlaba con un colega más joven y se acompañaba con una copa de vino blanco. Sobre la mesa estaba el libro que está leyendo: una biografía de Hitler.
Me dijo que no recordaba haber tenido esa conversación con mi fuente, seguramente por el paso de los años. Pero creía que la historia bien podía ser cierta. “Es cierto que había militares muy antisemitas”, dijo.
“Algunos de ellos creían que yo era nazi. Y tan errados no estaban, porque yo tenía cierta simpatía con el nazismo y con la tradición alemana. Algunos civiles -amigos sociales- y algunos militares pensaban que yo podía ser una ayuda para ellos en este tema. Me invitaron a participar de una reunión de una agrupación llamada Azul y Blanco, que era nazi. Yo fui, fue en Colonia, pero después de ver lo que era no fui nunca más. Ahí estaba Acosta y Lara, había también algunos militares, más coroneles que generales. Yo tenía cierta simpatía pero cuando me propusieron participar de Azul y blanco claramente lo rechacé. Debo haber decepcionado con mi conducta a mucha gente de esta tendencia, que simpatizaba con este tipo de pensamiento, el general Cristi, los hermanos Zubía, y algunos otros. Había militares que estaban más a la derecha que yo, que no es fácil (Vegh se ríe) ¡Yo era una especie de bolchevique para ellos!”. Los generales a los que alude Vegh son Esteban Cristi y los hermanos Eduardo y Rodolfo Zubía, importantes figuras de la dictadura militar, hoy fallecidos.
Armando Acosta fue subsecretario del Ministerio del Interior y director interventor de Secundaria en el gobierno de Jorge Pacheco Areco. Fue asesinado por el MLN el 14 de abril de 1972, acusado de ser parte del Escuadrón de la Muerte, una organización paramilitar que asesinaba militantes izquierdistas. Azul y Blanco fue también el nombre de un periódico de ultraderecha que se publicó entre 1971 y 1973.
Fuente: El Observador
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