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domingo 22 de diciembre de 2024

El Talmud: una obra maestra del pensamiento humano (Parte II)

Este artículo es parte de una serie que cuenta con 4 partes. Si tienes ganas de leerlo desde el principio, puedes ver empezar por la Parte I


IRVING GATELL PARA AGENCIA DE NOTICIAS ENLACE JUDÍO MÉXICO – Seguimos con nuestro análisis de lo que es el Talmud, y en esta nota vamos a revisar qué es eso de la Torá Oral. Por supuesto, no desde una perspectiva religiosa tradicional, sino algo más técnico y ajustado al lenguaje y, sobre todo, a los conceptos modernos.

El relato tradicional dice que en el Monte Sinai, D-os le entregó la Torá a Moisés de dos maneras, una Escrita y otra Oral. La Escrita habría sido preservada de copia en copia hasta llegar a nuestras modernas Biblias, y la Oral habría sido enseñada de maestro a alumno y de generación en generación, hasta ser transcrita en el Talmud.

Es una idea que nos pone en contacto directo con un problema que han tenido TODAS las religiones que han desarrollado textos sagrados: ¿Hasta dónde llega la autoridad del texto, y dónde empieza la autoridad de quienes lo interpretan?

Siempre, inequívocamente, hay dos tendencias antagónicas al respecto. Una apela a que el texto es una fuente de información completa y cerrada, y su autoridad es –por lo tanto– absoluta. Por decirlo en una frase, es la postura que insiste en que “la Escritura se interpreta a sí misma”.

La otra postura, en contraste, apela a que el texto requiere de una interpretación y contextualización y, por lo tanto, la autoridad no reside únicamente en el texto, sino también en el trabajo del intérprete.

Vamos a poner un ejemplo que le resulta muy familiar al lector cristiano: el permanente debate entre católicos y protestantes sobre la “autoridad” escritural. Para el protestante, la Biblia es un hecho completo y no requiere de una “interpretación oficializada por una institución”; el creyente puede y debe, directamente, estudiar la Escritura y encontrar allí lo que necesita creer. Para el católico, en contraste, la Biblia no debe interpretarse de manera individualizada, sino de manera colegiada, y es el llamado “magisterio de la Iglesia” (integrado por los eruditos que se han preparado específicamente para ello) el que debe establecer el correcto modo de entender la Biblia.

Eso, en términos prácticos, se reduce a que cuando se confrontan ambos puntos de vista, el protestante siempre argumentará con frases como “la Biblia dice…”, y el católico le contestará con frases como “sí, pero la Iglesia explica…”.

Si nos atenemos a las frases coloquiales, la queja del protestante será algo así como “es que el católico vive engañado porque antepone su tradición a lo que dice la Biblia”, y la queja del católico será algo así como “es que el protestante vive engañado porque cree que todo es tan sencillo como encerrarse en su cuarto, agarrar su Biblia traducida al español, y esperar a que D-os lo ilumine y le revele milagrosamente la verdad…”.

No hay de qué espantarse. Es una tensión ideológica que ha existido en TODAS las religiones, y el Judaísmo no es la excepción.

Desde la antigüedad, el Judaísmo también tuvo tendencias que asumieron una postura muy similar a la del Protestantismo. En la época final del Segundo Templo (desde mediados del siglo II AEC hasta el año 70 EC), esa fue la postura de los Saduceos, que rechazaron cualquier complemento “tradicional” para la interpretación del texto bíblico, e insistieron en que la única base para la religión de Israel tenía que ser lo que estaba escrito, sin moverse hacia ningún lado.

Los Saduceos colapsaron como movimiento después de la destrucción del Templo, pero sus ideas sobrevivieron en el Judaísmo Rabínico, aunque en un nivel muy marginal. En el siglo VIII EC, en el marco de un conflicto relacionado con el liderazgo de la comunidad judía en Bagdad, se consolidó un movimiento que retomó esas posturas del Saduceísmo y las adoptó como su doctrina oficial. Se trata de los Karaítas, que apelan a que no es necesaria “la tradición”, sino que la única fuente de autoridad es la Escritura tal y como está dada.

Pero la postura mayoritaria en el Judaísmo, hasta la fecha, sigue siendo la otra, la que se heredó del Fariseísmo, según el cual –como ya se contó– la Torá Escrita está complementada con la Torá Oral desde el Monte Sinaí (naturalmente, los Saduceos en su momento y los Karaítas desde el siglo VIII han insistido en que eso sólo sería un mito fariseo al que no habría que creerle).

Por ello, muchos creen que en este aspecto el Judaísmo Rabínico (heredero del Fariseísmo en sus rasgos principales) tiene más afinidad con el Catolicismo que con el Protestantismo.

No es tan sencillo. Es una idea un tanto imprecisa.

El conflicto entre el Catolicismo y el Protestantismo se limita a quién debe interpretar la Biblia. El protestante cree que es un asunto que inicia en lo individual, basado en la relación personal entre D-os y el ser humano. El católico cree que es un asunto institucional, encargado a los maestros y doctores de la Iglesia, ya que son quienes se han preparado adecuadamente para ello.

En términos finales, no es que el católico crea que “la tradición de la Iglesia” es tan autoritativa como la Biblia (aunque no falte alguno que otro despistado que lo diga de ese modo). Para el católico, la última autoridad es la Biblia, exactamente igual que para el protestante. La diferencia es que el católico considera que la interpretación correcta no la puede dar el cristiano, sino que la tiene que dar el Cristianismo (es decir, la Iglesia por medio de sus maestros autorizados).

Para el protestante, el asunto de “entender lo que dice la Biblia” es personal; para el católico, es colegiado.

El Judaísmo Rabínico no está en ninguna de las dos frecuencias. Para la tradición de Israel, el asunto va más a fondo: la Torá no es nada más lo que está escrito, sino lo que se ha enseñado de manera oral desde Moisés y hasta la fecha. Es decir: lo que hay que interpretar no nada más es el texto escrito, sino también la tradición oral que lo complementa desde siempre.

Ahora dejemos de lado las posturas teológicas y dogmáticas, y veamos las cosas desde una óptica sociológica e histórica, porque sucede algo que hasta resulta simpático: en realidad, TODOS hacen exactamente lo mismo. En términos prácticos, no hay mucha diferencia entre los modos católicos, protestantes, karaítas o judíos rabínicos para interpretar la Biblia.

Empecemos por lo más práctico: ¿realmente se puede entender, interpretar y aplicar la Torá Escrita al pie de la letra?

Cualquiera que la conozca a detalle –católico, judío, protestante, karaíta– sabe que no. La normatividad de la Torá es la propia de un grupo de hace 3 mil años, inmerso en una realidad social y cultural muy distinta a la de nosotros.

Para la Torá Escrita la poligamia, el esclavismo, los sacrificios de animales, la condición de la mujer como propiedad del varón y la pena capital son cosas lógicas que suceden todo el tiempo. Además, se refleja que el grupo social en cuestión –los antiguos israelitas– viven en un contexto agrícola y ganadero, con claros resabios de nomadismo.

¿Cómo se pueden aplicar las ideas de este libro a la sociedad industrializada y tecnologizada del siglo XXI? Es obvio que cada grupo dará su respuesta, pero una cosa es definitiva: la aplicación literal es imposible.

Luego entonces, no queda más remedio que interpretar.

Los karaítas y los protestantes asumen que su interpretación es legítima porque “se basa exclusivamente en el texto”. Y, sin embargo, no deja de ser una interpretación. Alguna vez discutí el punto con un partidario del Karaísmo y me señaló que la única fuente de autoridad era la Escritura, no “las opiniones de los sabios”. Sin embargo, cuando lo confronté con los párrafos o temas de la Torá donde la aplicación literal es imposible, tuvo que admitir que para su interpretación los karaítas se basan en las opiniones de sus propios sabios. Es decir: operativamente hacen exactamente lo mismo que nosotros, los judíos rabínicos. La única diferencia es que no aceptan los criterios de nuestros sabios, y prefieren los de sus propios sabios (lógico, por supuesto).

Los católicos, por su parte, asumen que su interpretación es legítima porque está dada por quien la tiene que dar: la Iglesia como cuerpo. Los protestantes, a su vez, consideran correcta su interpretación porque pretenden que se basa en la “sola scriptura” (sólo la Escritura). Pero no deja de ser una interpretación, al grado de que el Protestantismo no es una religiosidad que promueva el esclavismo o la poligamia.

Como puede verse, son formas distintas de resolver el mismo problema. Pero recalco: es el mismo problema.

El Judaísmo Rabínico tiene una perspectiva diferente del asunto. Si el enfoque estuviera en la misma frecuencia que los del Catolicismo, el Protestantismo o el Karaísmo, la postura judía se podría reducir a que “la única interpretación válida de la Torá Escrita es la que encontramos en el Talmud, que es la recopilación de la Torá Oral”.

Pero no es así. Como ya se señaló en la nota anterior, en el Talmud podemos encontrar cualquier cosa menos una teología sistemática en la que se pretenda establecer una “interpretación oficial” y definitiva de la Torá Escrita. De hecho, aunque la Torá es la que genera todas las discusiones del Talmud, muchas de estas no están directamente basadas en algo escrito en la Torá, sino en algo dicho por algún sabio del pasado.

El punto de partida obligado para empezar a poner las ideas en su lugar es este:

La Torá Oral de la que habla el Judaísmo no es “la interpretación oficial de la Torá Escrita”, sino su complemento.

Dicho en sentido inverso, la Torá no fue dada por escrito con un aditamento oral para establecer una interpretación oficial. Fue dada de dos maneras: una escrita y otra oral. Pero es la mismá y la única Torá. Una no se puede entender sin la otra.

¿Es razonable esta idea propia del Fariseísmo primero, y luego retomada por el Judaísmo Rabínico?

Si nos atenemos a lo que sabemos de la religión como fenómeno social, no sólo es perfectamente razonable, sino absolutamente correcto, porque en toda religión de estructura compleja (es decir, con clero, rituales y texto sagrado), la oralidad y la escritura son inseparables.

De hecho, en TODAS las religiones en las que se ha llegado a confeccionar un texto sagrado, lo primero que ha existido ha sido la oralidad, y es de esta que ha surgido el texto. Nunca ha sido al revés. No es posible, y se demuestra en el hecho de que las religiones de bajo nivel de desarrollo se basan en su oralidad y no tienen un texto sagrado. Es decir: la autoridad oral puede existir y sobrevivir sin la autoridad escrita, pero no existe un solo caso donde sólo haya existido una autoridad escrita. Siempre, inequívocamente, esta ha sido la última fase en la evolución de una autoridad cuya primera fase fue oral.

Sorprendentemente, el texto bíblico asume esta realidad de un modo bastante claro.

Las primeras ordenanzas (mitzvot) fueron dadas a Adán y Eva desde el momento de su creación; luego, Noé, Abraham, Isaac y Yaacov recibieron otras ordenanzas de parte de D-os.

Son ordenanzas de la Torá, porque están claramente expuestas en la Torá.

Pero ¿son ordenanzas de la Torá Escrita, o de la Torá Oral? Cierto: están puestas por escrito, pero si nos atenemos a la lógica bíblica, son parte de la Torá Oral, porque la Torá Escrita fue dada hasta la época de Moisés, miles o cientos de años después.

Más aún: una de las frases más repetidas en la Torá Escrita es “vayomer Ad-nai el Moshé lemor…”. Es decir, “y habló el Señor a Moisés y le dijo…”. Se trata de instrucciones u observaciones que D-os dio a Moisés ORALMENTE, pero que luego fueron integradas al texto escrito. Sin embargo, su naturaleza original es oral, cien por ciento.

En todo esto podemos percibir dos ideas muy claras.

La primera es que la Torá Oral es anterior a la Torá Escrita en miles de años (desde Adán hasta Moisés).

La segunda es que, en realidad, no hay una diferencia entre una y otra. Lo que originalmente se da como Torá Oral, luego es puesto por escrito. En otras palabras, la Torá Escrita es, en muchos de sus pasajes, una recopilación de algo que se había preservado oralmente. Torá Oral.

Por ello, es un hecho objetivo que el Judaísmo Rabínico no puede ser más preciso al decir que en el Monte Sinaí Moisés recibió Torá Oral y Torá Escrita. La idea de que sólo recibió “escritura” es simplemente insustentable por las siguientes razones:

1. Ya conocemos la típica pregunta de “¿cómo pudo Moisés escribir su propia muerte?”. La respuesta más lógica siempre ha sido que alguien más fue quien agregó los párrafos finales de la Torá después de la muerte de Moisés. Parece banal, pero entonces hay que descartar que lo que conocemos como Torá Escrita fue dado en Sinai de manera íntegra.

2. El asunto va más allá de la muerte de Moisés. En realidad, aplica para todo lo que sucedió DESPUÉS del evento en Sinai. Suponer que lo que conocemos como Torá Escrita fue dado a Moisés en lo alto del Sinai equivale a decir que Moisés conoció con antelación TODO lo que sucedió desde ese punto y hasta su muerte. En realidad, sería más lógico suponer que Moisés lo fue escribiendo conforme fueron dándose los acontecimientos, y eso nos lleva otra vez a la misma conclusión: la Torá Escrita, tal como la conocemos, no fue dada íntegramente en Sinai, sino que se fue elaborando poco a poco durante el Éxodo.

3. Otra pregunta: ¿Los israelitas de la época de Moisés preservaban la memoria de lo que había sucedido antes? Concretamente, de lo que se cuenta en el Génesis. Si nos atenemos a lo que dice la Torá, la respuesta obligada es que sí. Por ejemplo, cuando Yosef está a punto de morir pide a su familia que cuando abandonen Egipto se lleven su cuerpo para que sea enterrado en la tierra de Israel. Eso, obviamente, fue antes de que Moisés recibiera la Torá Escrita en Sinai. Según el relato bíblico, la petición de Yosef fue cumplida por los israelitas al salir de Egipto. Pero nótese: la salida de Egipto fue, nuevamente, antes de que Moisés recibiera la Torá Escrita en Sinai. Entonces, si los israelitas cumplieron el deseo de Yosef fue porque habían preservado en su memoria oral esta petición. No había Torá Escrita todavía, pero sabían que tenían que llevarse el cuerpo de Yosef. Ello evidencia que sí existía una memoria histórica previa a la Torá Escrita.

4. Lo anterior nos obliga a plantear otra pregunta: ¿Moisés recibió en Sinai los relatos sobre la Creación, el Diluvio y los Patriarcas, o los elaboró después a partir de la memoria histórica que el pueblo de Israel había conservado oralmente?

No me voy a complicar la vida intentando contestar esta última pregunta. Lo que me interesa señalar en este artículo es otra cosa: el texto de la Torá, tal y como lo conocemos, es un texto DINÁMICO. Ya sea por el asunto de la memoria histórica de los israelitas antiguos, o por el hecho de que más de la mitad de la Torá se fue “escribiendo sobre la marcha”, el hecho evidente es que el texto tal como lo conocemos NO ES NADA MÁS LO QUE MOISÉS RECIBIÓ DIRECTAMENTE EN SINAÍ. La propia evidencia interna refleja que, aún en la perspectiva tradicional, fue elaborándose de manera paulatina durante la vida de Moisés.

Entonces, ni siquiera la Torá Escrita es un objeto monolítico y cuadrado que cayó del cielo envuelto en papel para regalo y con un moñito para adornarlo.

En cada parte de su gestación, la Torá Escrita estuvo íntimamente ligada a su complemento obligado: la oralidad.

Reitero: el gran acierto del Judaísmo Rabínico es la nítida conciencia, desde hace más de 2 mil años, de esta relación intrínseca entre una cosa y la otra: oralidad y escritura.

Entendido esto, estamos listos para analizar en qué sentido el Talmud es la transcripción de la Torá Oral pero por qué, al mismo tiempo, no es ni por asomo “una interpretación oficial” de la Torá Escrita.

Por supuesto, en la próxima nota.


Para leer la siguiente parte de esta hermosa serie de artículos, haz click aquí: Parte III

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