Sacrilegio en Ramadán

ANA JEROZOLIMSKI

Este miércoles por la noche, en Tel Aviv, fue perpetrado un atentado terrorista que cobró la vida de cuatro personas y dejó a casi una decena de heridos, algunos de ellos de gravedad. Dos palestinos de la aldea Yata, aledaña a Hebrón en Cisjordania, primos entre sí, que estaban sentados en un café, al parecer haciéndose pasar por judíos religiosos, pidieron algo a los mozos y súbitamente sacaron armas automáticas de sus bolsos y comenzaron a disparar indiscriminadamente.

Fue en el concurrido mercado Sarona, junto a la calle Kaplan, una especie de “shopping” al aire libre, que especialmente en las noches de verano local, está repleto de gente haciendo compras, tomando algo….viviendo.

Las cámaras de seguridad de algunos locales de la zona captaron los momentos en los que comienzan a oírse los disparos y la gente corre despavorida para ocultarse y tratar de alejarse del peligro. Hombres, mujeres y niños. Muchos jóvenes. Algunas personas con niños en los brazos. Buscando refugio.

Finalmente, los dos atacantes fueron neutralizados. Uno de ellos, herido, recibió tratamiento en el mismo hospital al que fueron ingresados los israelíes que él hirió. Es parte de la alocada normalidad de Israel.

La confirmación del atentado comenzó a desatar la conocida dinámica: la red de llamadas, los mensajes en los grupos de WhatsApp, para saber cada uno que sus seres queridos están bien.

“Tzvika estaba cerca, oyó los disparos y se alejó”, me dice Eti, gran amiga, sobre su esposo, agregando luego lo que dudaba si contarme: “Yo también iba a ir, y por suerte, me demoré en casa. Me salvé”.

Gabriela, compañera de escuela y liceo en la Escuela Integral, cuenta en nuestro grupo de WhatsApp de la Generación 78 , donde compartimos alegrías y tristezas, que está en la sala de emergencias en el hospital al que llegaron varios de los heridos. Estaba allí muy cerca cuando ocurrió, vio las corridas, oyó los disparos, se tiró al piso temiendo lo peor, y le subió demasiado la presión. Ex compañeros, amigos siempre, que andamos desparramados por el mundo, aconsejamos desde varios puntos cardinales tratando de calmarla. Le sugieren tratar de desconectarse un poco de la corrida de los hechos….y yo la leo y me pregunto cómo se hace, cuando es la corrida la que lo busca a uno, y no al revés.

Mientras transmito desde mi escritorio, mi esposo y mis hijos, desde el comedor, sugieren con quién comunicarse y averiguan sobre el resto de la familia. “Mamá, llama a Orly”, me sugiere mi hija pensando en la prima que vive no lejos de allí. “Estamos bien, en casa”, dice ella apenas nos oye. “Es terrible”.

Me pongo a marcar a amigos que son como sobrinos, pero mi hija me interrumpe ganándome de mano:” Nati y Javi están bien”. Cuelgo, ya no los tengo que llamar.

Es que nunca se sabe…hace solamente dos días, estuve allí. Para lindos mandados, dos días antes del casamiento de mi hijo mayor. Y este miércoles, en la noche previa, cuando todo debería ser calma y sensación de feriado antes del gran día con tanta felicidad, heme aquí, respondiendo a la necesidad de contar y analizar.

Y también de plantear interrogantes, porque una cosa es la legítima discusión entre las partes sobre cómo proceder para volver a negociar y solucionar el conflicto pendiente, y otra muy distinta es la opción del asesinato porque sí. A mansalva. Entre civiles en medio de un café.

Y otra interrogante clave, que en realidad debería preocupar a mi criterio a los propios palestinos mucho más que a mí, es la reiteración de escenas conocidas de situaciones anteriores tras otros atentados: palestinos lanzando fuegos artificiales y repartiendo caramelos en Tulkarem, Gaza, Hebrón, en señal de celebración, al enterarse que había habido muertos y heridos en Tel Aviv.

Realmente, no me entra en la cabeza. No tiene nada que ver con ninguna discusión política, ni con derecha, izquierda, gobierno y oposición. Eso es celebrar la muerte.

Y para colmo…durante el Ramadán, el mes más sagrado del calendario musulmán, en el cual según la tradición islámica, se abrió el cielo y comenzaron a escribirse los primeros capítulos del libro sagrado: el Corán.

Este año, el Ramadán comenzó el 6 de junio. Dura un mes. Es un mes singular, durante el cual el musulmán se abstiene de comer y beber desde el amanecer hasta el atardecer, de fumar, de mantener relaciones sexuales, un mes de mucha dinámica familiar, de estudio del Corán y plegarias. No en vano, el saludo es “Ramadán karím” o “Ramadán mubárak”, palabras que destacan el respeto, el honor, lo bendito del mes sagrado.

Y aun así, hay quienes deciden celebrarlo con asesinatos. Son, seguramente, una pequeñísima minoría entre los 1,600 millones de musulmanes del mundo. También lo son los que repartieron caramelos y prendieron luces de bengala. El problema es cuando son los que dan el tono, los que hablan más fuerte, opacando a la mayoría silenciosa y tranquila que al parecer no se anima a condenarlos a viva voz.

 

Fuente: montevideo.com.uy

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