DARIO TEITELBAUM
Ayer desde la mañana, el lema “la vida debe continuar” fue desgastado y reducido a sentarse en el lugar donde pocas horas antes se registró un acto de terrorismo cruento. Tomarse un café y/o un chocolate se transformó en un acto de “resistencia”.
Inclusive mis buenos amigos y compañeros de causas nobles del Movimiento Reformista en Israel condujeron un Kabbalat Shabat en la escena del crimen.
Políticos desfilaron con sus mediáticamente diseñadas condenas, fingiendo “contener la furia” por medio de “declaraciones moderadas”, tomaron café y reclutaron efímeras empatías.
“Show (do not) must go on”.
La vida también continuó en Gaza, donde gente sin corazón festejó el atentado, y en la Cisjordania en la cual se escucharon débiles condenas que son mejor que fuertes festejos o estruendosos silencios. La vida de ocupación y opresión continuó.
Sea en Ramallah , donde se vive un relativo clima de normalidad. Sea en los asentamientos más extremistas donde se ajan huevos de los cuales emergen serpientes de odio racial judío.
Sea en la Calle Shohada de Hebrón, donde se espera que los negocios se puedan abrir.
Sea en los bloques de población judía, que tienen toda seguridad que en todo acuerdo de Paz futuro podrán mantener sus hogares y nivel de Vida.
Sea en la Mukattah, residencia de Mahmud Abbas, una Babel de lenguas e intenciones, pero aun única alternativa viable no solo al dialogo, sino también en la lucha por los intereses conjuntos de Israel y la ANP contra el Hamas, Isis y otros organizaciones terroristas.
Por dentro, donde residen nuestros temores más profundos y nuestras esperanzas más preciosas, muy en lo profundo de lo que somos, queremos ser o no queremos ser, sabemos que la vida no debe continuar. No asi, en la no-vida.
En la no-vida de poblaciones civiles presas y cautivas del conflicto más largo en estos últimos dos siglos, En la no-vida de los pobladores de los arreadores de Gaza (Vuestro Servidor), que temen de misiles y de túneles que parten desde casas en medio de población civil inocente.
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