Las limitaciones que tiene la ONU para tomar resoluciones congruentes con el espíritu y la misión que dice sostener, han sido siempre evidentes.
ESTHER SHABOT PARA ENLACE JUDÍO MÉXICO – El juego de poderes que actúa en su seno es fundamental para determinar sus decisiones, con lo que es más frecuente que excepcional que esta organización intervenga en los asuntos que le competen de acuerdo a la línea que le imponen los intereses de las entidades más poderosas que la conforman. Uno de los ejemplos recientes que lo ilustran es el de la controversia armada hace unos días por la intención de la ONU de incluir a la coalición militar encabezada por Arabia Saudita que combate en Yemen, en una lista negra en la que se le responsabiliza de la muerte de 510 de los 785 niños que perdieron la vida, lo mismo que de cerca de 600 infantes heridos.
La reacción saudita a esto fue especialmente airada: su embajador ante la ONU, Abdallah al-Muallimi, protestó enérgicamente, exigiendo que de inmediato se borre a su país de la susodicha lista de países y organizaciones que han afectado a niños durante conflictos militares. Al parecer, la forma de presionar fue mediante la amenaza de Riad de dejar de aportar su contribución anual a la ONU, cuyo monto es de muchos millones de dólares. Y el resultado fue que el secretario general de la ONU, Ban Ki-moon, decidió por lo pronto dejar el asunto pendiente hasta que no haya una nueva revisión de los datos acerca de las víctimas infantiles que se le atribuyen.
Ya hace un mes se había registrado una situación similar de parte del reino saudita, no con la ONU, sino con Estados Unidos. Se trató de la aprobación, en el Senado de Washington, de una iniciativa de ley por la que víctimas de los atentados del 11 de septiembre estarían en posibilidad de demandar a las autoridades sauditas exigiendo indemnizaciones. En este controversial caso, el ministro de relaciones saudita advirtió que si dicha ley llegara a ser aprobada, Riad retiraría de Estados Unidos sus gigantescas inversiones calculadas en 750 mil millones de dólares. De inmediato las cosas se detuvieron mediante la introducción de una enmienda que, como en el caso de la ONU arriba descrito, echó para atrás, por un tiempo indefinido, la iniciativa en cuestión.
Este tipo de presiones son las que también explican cómo es que Arabia Saudita fue elegida en septiembre pasado para encabezar el Consejo de Derechos Humanos de la ONU a pesar de ser el país con el mayor número en el mundo de decapitaciones por condenas a muerte, tener a sus mujeres en perpetuo sojuzgamiento, reprimir ferozmente a la disidencia política e impedir la libertad de expresión y de creencias religiosas. Por supuesto que el reino saudita no es el único que usa su riqueza para chantajear u obtener tratos preferenciales, es lo común en las relaciones internacionales donde los poderosos política y económicamente tienen la sartén por el mango en muchas cuestiones. Aunque eso no quiere decir que siempre se pueden salir con la suya. Está, por ejemplo, el reciente caso de los chantajes turcos para evitar el reconocimiento del genocidio armenio perpetrado hace un siglo por el imperio otomano, reconocimiento que hace unos días hizo el Parlamento alemán no obstante las fuertes presiones que recibió de Ankara. Habrá que ver así hasta cuándo, en el caso saudita, existirán condiciones y voluntad para neutralizar su poderosa presión.
Fuente: Excelsior – Esther Shabot
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