IRVING GATELL PARA AGENCIA DE NOTICIAS ENLACE JUDÍO MÉXICO – Todo el mundo está debatiendo el hecho. Especialmente, los feroces opositores al Islam en cualquiera de sus formas contra los igualmente feroces opositores a la proliferación de armas en los Estados Unidos. Y, sin embargo, se trata de un debate falaz. Las soluciones no pasan por allí.
Empecemos por insistir en lo más importante: el problema no es el Islam. Tengo el gusto personal de conocer a musulmanes (líderes religiosos) que tienen una postura tan clara y definida en contra del terrorismo islámico como la mía; no le tienen miedo a llamar las cosas por su nombre, y son muy precisos cuando explican –con argumentos de sobra contundentes– que realmente es una tergiversación del Corán aquello que apela a una “guerra santa”. La única Yihad que ellos me han enseñado es la lucha contra la ignorancia.
Pero esta situación tiene otra faceta: el problema está en el Islam. Es terrible ver cómo Barack Obama sigue siendo incapaz de llamar las cosas por su nombre –terrorismo islamista– en un afán de “evitar que se radicalicen los sentimientos islamófobos”. Lo ha hecho durante siete años, y el resultado ha sido todo lo contrario: las posturas se han radicalizado.
¿Por qué? Porque al evadir el señalamiento directo y preciso hacia el problema real, ha generado la sensación de que ha “traicionado” a los amplios sectores conservadores en los Estados Unidos. Y ese es el peor error que puede cometer un presidente: dividir a su país. Estados Unidos no se está polarizando por culpa de Trump; en realidad, lo que sucede es que extremistas como Trump ahora tienen partidarios porque Estados Unidos ha sido polarizado por Barack Obama.
Hay que recalcar: el problema NO ES el Islam, pero ESTÁ en el Islam.
Se puede apelar a que el terrorismo es consecuencia de muchos factores, pero en lo que va del siglo XXI, el elemento en común a los principales ataques y los más importantes grupos terroristas ha sido una interpretación retorcida y extremista de la misma religión: el Islam. Luego entonces, en la abrumadora mayoría de los casos es un hecho que hay algo en esa religión que funciona como detonante para que se dé el extremismo terrorista.
Desde una fría perspectiva histórica, no parece ser un misterio qué es lo que sucede.
No tenemos muchos casos analizables en esta materia; en realidad, sólo tenemos uno: el Cristianismo. Pero nos aporta suficiente información. Cristianismo e Islam han sido las dos religiones más grandes de toda la Historia, porque han sido las únicas que han implementado ambiciosos proyectos expansivos (literalmente, de colonialismo espiritual). Son las únicas que han llevado hasta sus últimas consecuencias el objetivo “sagrado” de lograr la conversión del mundo entero.
En consecuencia, muchos de sus rasgos evolutivos –sociales, culturales, teológicos, artísticos– presentan muchas similitudes.
El Cristianismo es un poco más de 500 años más antiguo que el Islam. ¿En qué situación estaba el Cristianismo hace 500 años si nos referimos a violencia religiosa? A punto de entrar a su clímax. La “conquista espiritual” de América estaba dando inicio a lo que habría de ser el peor genocidio de la Historia (millones y millones de indígenas americanos asesinados directa o indirectamente), el Tribunal de Santo Oficio de la Inquisición española estaba a punto de comenzar la fase más vergonzosa, intolerante y criminal de su historia, y en 1517 inició la Reforma Protestante, evento que poco a poco sumió a Europa en una gran cantidad de conflictos bélicos motivados por la religión. Su punto más intenso llegó entre 1618 y 1638 con la llamada Guerra de los Treinta Años, y aunque después la violencia religiosa cristiana fue descendiendo, todavía en el siglo XX hubo conflictos célebres entre católicos y protestantes, como el caso de Irlanda. En algunas zonas rurales en América Latina, la intolerancia –mayoritariamente católica– sigue generando conflictos con adherentes a otras tendencias del Cristianismo. La semana pasada en la provincia mexicana de Puebla, once integrantes de una familia evangélica fueron asesinados por diferencias religiosas con católicos.
¿Qué fue lo que provocó que la violencia religiosa al interior del Cristianismo empezara a disminuir? Guste o no, la respuesta también es sencilla: la secularización de la sociedad cristiana. A partir de la Revolución Francesa, las iglesias empezaron a perder sus cotos de poder e influencia en todo nivel: político, económico, científico, artístico. Con ello, la violencia religiosa empezó a amainar.
Hoy en día, la sociedad occidental ya no se puede definir como una “sociedad cristiana” por el elevado porcentaje de personas que entienden lo civil como algo en lo que la religión no debe influir. Más bien, tendríamos que hablar de una sociedad post-cristiana.
Evidentemente, no es sino hasta que se comprende la necesidad de separar Iglesia y Estado, que una sociedad puede empezar a controlar realmente sus índices de violencia religiosa.
La condición a la que ha llegado la sociedad occidental tiene sus ventajas, si la comparamos con la situación que se da en el Islam, una cultura donde la idea de separación entre religión y estado todavía es tabú para la mayoría de sus feligreses. Pero también tiene desventajas, y estamos viendo sus consecuencias.
La peor de todas es la incomprensión que muchos occidentales tienen de este fenómeno. Atorados en su propio contexto post-religioso, muchos académicos o teóricos europeos y americanos insisten en que el terrorismo islámico tiene que explicarse bajo parámetros más o menos marxistas, poniendo siempre como principal motivación una cuestión económica o, en su defecto, polítca.
Falso. Dejar de lado la importancia de la motivación religiosa y limitarse a decir –por ejemplo– que “la religión sólo es el pretexto y la verdadera razón está en el petróleo…”, o más común todavía “la religión sólo es el pretexto y la verdadera razón está en la frustración palestina por la ocupación israelí…” es, simplemente, ingenuo. Y dicha ingenuidad ya ha dejado una secuela trágica: un problema que no se reconoce no puede ser resuelto, porque los problemas no se resuelven por suerte o chiripa.
¿Qué es lo que estamos viendo? De un lado, una sociedad islámica sumida en condiciones que los occidentales post-cristianos podríamos definir como “medievales”, y una sociedad occidental laica y más bien apática hacia lo religioso que simplemente no comprende (ni parece querer comprender) a los musulmanes.
En el fondo, los teóricos europeos siguen funcionando con la estúpida arrogancia colonial, sobre todo cuando dicen cosas que se pueden resumir en “oh, no, tú no eres terrorista por una motivación religiosa; eres un bruto incapaz de entenderte a ti mismo; mira, yo que soy europeo y de izquierda, te voy a explicar por qué eres terrorista…”.
La solución al problema pasa por comprenderlo, y para ello es obligatorio valorar el fenómeno religioso como lo que es: algo con vida propia, con motivaciones y dinámicas que responden única y exclusivamente a lo religioso, no a lo económico ni a lo político. Mientras no se entienda esto, occidente va a seguir fallando en su estrategia de contención del terrorismo.
Ahí está la evidencia: después del ataque terrorista a Charlie Hebdo, Francia tenía que estar preparada para evitar otro evento similar. Y no lo estuvo: vino casi de inmediato el ataque al supermercado kosher, y casi un año después el violentísimo atentado en el Bataclán.
Lo mismo con Estados Unidos: después de la matanza de San Bernardino, California, tenían que haberse tomado medidas extremas para evitar cualquier evento similar. Pero no se logró. Por el contrario, el evento en Orlando fue el peor ataque que se haya resigrado desde el 11 de Septiembre de 2001.
lamentablemente, dada la política displicente y poco realista que siguen líderes como Obama y Hollande, la única pregunta es cuándo va a ser el próximo ataque, y cuáles van a ser sus resultados.
Israel es la situación contraria: pese al asedio sistemático por parte de extremistas palestinos que no descansan ni un día en su afán por matar israelíes, la situación está bajo control. Incluso, en el reciente atentado en Tel Aviv, dos hombres armados abrieron fuego indiscriminado en un centro comercial y de todos modos el resultado estuvo muy lejos de lo que en Estados Unidos logró una sola persona.
¿Por qué? Porque la sociedad israelí está educada para lidiar con el terrorismo. Sabe qué hacer en casos de emergencia. Y lo sabe porque el gobierno les ha enseñado. Y el gobierno les ha enseñado porque reconoce el problema y su naturaleza.
Ahí es donde se desmonta la falacia de que la solución es imponer controles más estrictos a la venta de armas. La sociedad israelí es una de las más armadas del mundo; peor aún: la gran mayoría de los israelíes –hombres y mujeres– saben manejar armas porque el servicio militar es obligatorio para ambos sexos. Y, sin embargo, eso no incrementa los niveles de violencia en la calle. Al contrario: es lo que ha servido para detener y eliminar a muchos terroristas antes de que causen más daños.
Israel no es el único caso. El 9 de diciembre de 2007, Mathew J. Murray entró a una misión juvenil en Arvada, Colorado, y disparó indiscriminadamente; mató a dos personas e hirió a otras dos. Luego se trasladó a la New Life Church en Colorado Springs y comenzó a disparar de nuevo, matando a otras dos personas e hiriendo a tres. Esa iglesia no era “zona libre de armas”, y una de las voluntarias de vigilancia Jeanne Assam llevaba una pistola. Mientras Murray seguía su ataque, Jeanne le disparó en cinco ocasiones y lo derribó. Le exigió rendirse para no matarlo, pero Murray hizo un claro movimiento de que iba a detonar una granada. Jeanne disparó de nuevo y Murray murió como consecuencia de un disparo en la cabeza.
Dejémonos de ambigüedades: la masacre no fue peor porque una persona armada, aunque responsable, estuvo presente para evitarlo.
Ese es el riesgo de las armas: matan, pero también ayudan. Lo demás es retórica.
De nada sirven leyes estrictas de control de armas si un terrorista de todos modos puede conseguirlas en el mercado negro. California es el estado con mayores controles, y eso no evitó la masacre de San Bernardino. En ese caso, sería absurdo decirle a la familia de las víctimas que “el asunto no es tan grave porque las armas eran ilegales”.
Lo que hay que entender es que estos problemas no se resuelven por decreto. Se supone que eso ya se había entendido desde 1933, después del terrible fiasco de la llamada Ley Seca. En 1920, después de varios cabildeos por el llamado Movimiento por la Temperancia, se elevaron al nivel de leyes varias restricciones para la fabricación, venta y transportación de bebidas alcohólicas.
El senador Andrew Volstead dio un patético y ridículo discurso que, para ignominia suya, quedó registrado. He aquí la parte más terrible de su perorata en la víspera de la implementación de la Ley Seca: “Esta noche, un minuto después de las doce, nacerá una nueva nación. El demonio de la bebida hace su testamento. Se inicia una era de ideas claras y limpios modales. Los barrios bajos serán pronto cosa del pasado. Las cárceles y correccionales quedarán vacíos; los transformaremos en graneros y fábricas. Todos los hombres volverán a caminar erguidos, sonreirán todas las mujeres y reirán todos los niños. Se cerraron para siempre las puertas del infierno”.
Pues no. Lo que vino después fue el auge del gangsterismo, porque el alcoholismo no se resuelve por decreto. La Ley Seca se mantuvo durante trece años, al final de los cuales el número de reclusos en el sistema penitenciario estadounidense se había incrementado de 4 mil a casi 27 mil.
Quiero que quede claro un punto: no estoy en contra del control de armas. Sólo estoy señelando que esa no es la solución. Esa medida sería solamente cosmética, una aspirina para paliar un dolor de cabeza provocado por un tumor canceroso.
La solución pasa –como ya lo he señalado– por entender la verdadera naturaleza del problema, y apoyar a los amplios sectores musulmanes moderados en su lucha contra el enemigo que tienen al interior de su propia religión.
A los grupos terroristas no queda más remedio que combatirlos. Su perspectiva fanática proviene de la religión, no de una crisis económica. No se van a corregir si se les ofrecen buenos trabajos con buenos salarios. Ellos están luchando por el paraíso, no por una reivinidicación social o política. Mientras no se entienda esto, la sociedad europea y estadounidense va a seguir siendo porosa a los ataques extremistas, y será cuestión de tiempo para que otro desafortunado evento como el de Orlando vuelva a ser la nota del día.
La sabiduría judía dice que el problema –y, por lo tanto, la solución– es el ser humano.
Dice Rabí Akiva: “Todo está previsto, pero el hombre tiene el libre albedrío; el mundo es juzgado con benevolencia, pero todo depende de la mayoría de nuestras acciones” (Pirké Avot III, 19).
Cambiar las leyes no resuelve este problema. Satanizar al Islam, menos aún.
Conocer al ser humano, eso es lo que necesitamos. Lamentablemente, a juzgar por los debates y las acciones que pululan en todos lados, parece que es los que nos resulta más difícil.
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