SHIMON POSNER
Un soldado, especialmente un soldado israelí, parado frente al Muro de los Lamentos significaba para mí: orgullo, virilidad, valentía y todo lo que puede resultar atractivo para un muchacho. Sigue significando lo mismo, pero ahora, cuando miro a uno de esos soldados, la imagen que surge ante mis ojos es la de su madre.
En realidad es la paradoja del orgullo por el ejército, por la juventud. Incluso cuando somos jóvenes sabemos cuán vulnerable es nuestra posición; después de todo, crecemos sabiendo que hay héroes que han caído. E incluso a medida que vamos envejeciendo, seguimos alentando su orgullo y capacidad y el trabajo que llevan a cabo. Y sabemos que son ‘cool’. Pero… pero… Ima. Y Savta. Y la hermanita. Y la tía favorita. Y Aba. Y el primito. ¿Y no podrán mandarlo pronto a casa?
Me encuentro con soldados. Hablo con ellos, me río con ellos, discuto con ellos, concuerdo con ellos, me pongo los tefilín con ellos y, cuando nos despedimos, la mayoría de las veces también lloro con ellos. Nunca olvidaré el abrazo que me dio un muchacho de Acre antes de volver al cumplimiento del deber.
Nacido en Rusia, dueño de una sonrisa fácil y con un aire arrogante que podía llegar a gustar. Insistía en que no era para nada religioso y comentaba que simplemente asiste a Jabad en Acre. Y el rabino que oficia allí, ese rabino ¡es sensacional! (Carraspea un poco y después ríe nerviosamente). Una vez, cuando volví del frente, el rabino interrumpió el servicio religioso, dejó el servicio religioso en la mitad y vino a darme un abrazo (Ahora se sonríe, y en realidad ya no es a mí a quien está hablando. Un momento después vuelve al presente). Yo me puse los tefilín. El rabino me pidió y me los coloqué algunas veces. Empezó a gustarme. Ahora extraño si no lo hago.
Esta semana recibí más de cuatro mensajes de correo con las fotografías de soldados orando. Hay algo especial cuando uno ve soldados rezando. Muestra que la oración surge de un lugar de fuerza; muestra que la oración viene de un lugar de vulnerabilidad. Muestra que la oración viene de un lugar que no queremos que nadie vea; y de un lugar que tenemos necesidad de compartir.
Y recordemos a los profetas. ¡Cómo les hablaban a los pecadores cuando veían que estaba sucediendo una tragedia y todo el mundo miraba hacia otra parte! Los despreciábamos o, si éramos devotos, resentíamos sus palabras. Con sus mensajes de tristeza y desesperanza, como Jeremías, eran unos aguafiestas. En las sinagogas de todo el mundo estas semanas leemos sus palabras en las haftarot.
Un anciano muy inteligente una vez me dijo que él nunca le decía a sus hijos adultos: “Te lo dije…“ Tampoco lo hacían los profetas. Cuando sobrevenía la tragedia, el profeta estaba allí solamente para brindar consuelo. Y llorar. Y, a veces ya no quedaban lágrimas, de modo que el profeta simplemente se limitaba a estar allí. Silenciosamente. Y algunos observan el silencio y piensan que implícitamente el profeta está diciendo: “Te lo dije…” Pero en realidad está diciendo “ahora sabes porqué estaba llorando”.
Cada soldado sabe que su misión está por encima de todo lo demás. Y no lo dudo. Su misión es vital, para todos. Para todo judío. Para toda persona libre. Para toda persona que no es libre. El enemigo debe ser derrotado de una manera tan definitiva como lo fueron los nazis y eso solamente puede ser logrado por el ejército. Y ni por un momento lo pongo en duda o le quito importancia.
Pero, cada vez que me dispongo a rezar por su triunfo veo a sus madres. Mujeres marroquíes con pañoletas, mujeres kurdas (sí, hay judíos kurdos en Israel, una cantidad de ellos) sin pañoletas. Mujeres ashkenazíes, estoicamente de pie, exigiendo las cosas sin importancia que siempre piden las madres cuando sus hijos van a un lugar peligroso, porque deben hacerlo; “¡No te vayas a desabrigar!”
Espero que no me consideren un agitador por ir a Belén. A la tumba de la madre, la madre que reza para que sus hijos vuelvan sanos y salvos a casa. Que sus plegarias sean oídas en lo alto. Siempre lo son. Espero que me deje escuchar.
Fuente:unitedwithisrael.org
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