EMB. ZVI MAZEL
Rachid Ghannouchi, líder del partido islámico Ennahda desde su concepción, arrojó una bomba en la asamblea general del partido en mayo. De ahora en adelante, Ennahda ya no sería definido como un “grupo islámico tradicional” sino como un “partido civil nacional.”
El 65% de los delegados aprobaron el cambio, y una proporción similar reeligió a Ghannouchi para otro mandato. Él prometió dirigir al partido a la moderación y al camino medio.
En su discurso de apertura, Ghannouchi afirmó que desde el inicio mismo el partido había luchado por avanzar con los tiempos y con los acontecimientos en Túnez. Ennahda está al tanto de los avances del país en los campos de los derechos de las mujeres, salud y educación, y promoverá esos avances en concordancia con las necesidades del pueblo y la constitución.
Él explicó que separar la dimensión política de la actividad religiosa no es una cuestión de oportunismo o de ceder ante la presión sino la medida coronadora de los procesos históricos, agregando: “Queremos distanciar la religión de las batallas y conflictos políticos, y llamamos a las mezquitas a permanecer completamente neutrales para que puedan ser un factor unificador y no uno divisivo.” Los medios de comunicación extranjeros elogiaron esta decisión, vista como una prueba más de lo que llamaron “la naturaleza moderada” de Ennahda.
Sin embargo, no debe haber ningún malentendido.
Ghannouchi no está interesado en enmendar las tendencias radicales en el Islam, que no están en consonancia con los tiempos modernos y han impedido el desarrollo de los países islámicos. Estas tendencias están en el núcleo del Islam y continúan inspirando el extremismo. Ellas trajeron organizaciones asesinas tales como al-Qaida, el Talibán, Boko Haram, Estado Islámico y una gran cantidad de grupos más pequeños que han retardado el desarrollo de los países árabes e islámicos tanto como la seguridad y la economía del mundo en general.
Él tampoco solicitó una separación legal de religión y estado, como fue hecha en los países europeos al principio del siglo pasado.
Parece que el líder tunecino está buscando desesperadamente una salida que ayudaría a su partido, sin tener que lidiar con los mismos principios del Islam que él luchó por imponer.
El Islam es inherentemente una religión total que abarca todos los aspectos de la vida personal, social, económica y política – desde la manera en la que el fiel tiene que lavarse a la conducta del estado. El Islam es a la vez religión y estado sobre la base del Corán y las Sunnas (enseñanzas de los profetas), las cuales constituyen la Shari’a (ley islámica) y han permanecido inamovibles desde el siglo XI. Se derivan del Profeta Mahoma, quien no sólo fue un líder religioso y político, sino también un líder militar, quien encarnó las virtudes que los fieles se esfuerzan por emular. Él impuso el Islam sobre las tribus árabes, creó el primer estado islámico y desplegó sus ejércitos para conquistar y convertir por la fuerza al Medio Oriente al Islam. Murió prematuramente, y sus herederos continuaron su misión.
¿Un cambio en Egipto?
El único líder actual que se ha mostrado dispuesto a hacer frente a esta cuestión compleja es el presidente egipcio. En un discurso drástico en la Universidad Al-Azhar ante el liderazgo religioso de su país en ocasión del cumpleaños del profeta, el 1 de enero del 2015, Abdel-Fattah al-Sisi afirmó valientemente que hay elementos radicales en el Islam que ya no están en consonancia con los tiempos modernos, elementos que habían convertido a los musulmanes en “una fuente de dolor, peligro, asesinato y destrucción” a los ojos del mundo.
Por lo tanto, dijo, “Tenemos necesidad de una revolución religiosa, y ustedes, hombres de la religión, son responsables ante Alá. El mundo entero está esperando que ustedes actúen porque la nación árabe está siendo arrasada en pedazos y está siendo destruida por nadie más que nosotros.”
Al-Sisi hizo hincapié en que depende de Al-Azhar iniciar una reforma que permita un diálogo y facilite el ingreso de la nación árabe en los tiempos modernos.
Pero Ghannouchi no es Sisi, y dada su historia personal y su lucha de toda la vida para imponer el Islam en Túnez, no será el que dé su espalda al Islam político. Él viene de una familia religiosa y conoce el Corán de memoria. Cuando estudiante, leyó los escritos de Hassan al-Banna, Sayyid Qutb y otros que predicaban un retorno a los valores del Islam y el restablecimiento del califato. Se impregnó de tendencias radicales islámicas que estaban en la base de la creación de la Hermandad Musulmana y, más tarde, otros movimientos extremistas. En 1972, Ghannouchi fundó un movimiento islámico que luchó para implementar valores islámicos. Se volvió un partido político islámico en 1981, y en 1989 se transformó en Ennahda, el espíritu de los Hermanos Musulmanes.
El hombre y el partido no sólo promovieron y predicaron sus opiniones, a menudo recurrieron a actividades violentas. El entonces presidente Zine el-Abidine Ben Ali arrestó a decenas de miles de miembros del partido y cerró su diario. Ghannouchi eligió abandonar el país y se estableció en Londres, desde donde continuó siendo activo en el movimiento mundial de la Hermandad Musulmana hasta que regresó a casa a raíz del levantamiento tunecino del 2011, que llevó a la caída de Ben Ali.
Navegando en la ola islámica que inundó los estados árabes después de la llamada Primavera Árabe y llevó a la victoria a los Hermanos Musulmanes en Egipto y en Marruecos, Ennahda anotó el 29% de la elección en la primera elección luego de la revolución. Pareció que los árabes creyeron que el Islam, siempre una parte importante de su identidad, pondría de hecho fin a la corrupción y dictaduras.
Ghannouchi había prometido no ser un candidato para la presidencia, y un presidente liberal fue electo, mientras Ennahda, siendo el partido más grande, formó un gobierno de coalición liderado por su secretario general, Hamdi Gebali.
Sin embargo, los movimientos salafistas, dejados fuera, fueron vocales en sus demandas de más y más leyes islámicas y recurrieron a la violencia. En la confusión que siguió, Ghannouchi fue acusado de tratar de “islamizar la modernización,” mientras que la gente quería “modernizar el Islam.”
Mientras tanto, se desarrolló una crisis política, la economía sufrió, llevando a más violencia. Ghannouchi ordenó a miembros de Ennahda que abandonaran el gobierno a fin de desactivar la situación, una decisión que probablemente salvó al partido de la suerte de los Hermanos Musulmanes en Egipto, quienes fueron echados del poder por una mayoría desilusionada ayudada por el ejército, con su partido proscripto.
En la elección del 2014 Ennahda fue “apenas” el segundo partido más grande, pero en gran medida una fuerza a ser tenida en cuenta. No tiene deseo de desaparecer de la escena, y tampoco lo tiene su líder.
Por lo tanto, la “bomba” de Ghannouchi no debe ser tomada como un deseo sincero de un Islam más moderado, sino como una herramienta para asegurar la supervivencia de su partido, mientras espera un tiempo más propicio. Las elecciones municipales a ser llevadas a cabo en el año 2017 y las elecciones presidenciales agendadas para el 2019 mostrarán cuán exitosa fue la estratagema.
Zvi Mazel se desempeñó como Embajador de Israel ante Suecia entre 2002-2004. De 1989 a 1992 fue Embajador de Israel ante Rumania y desde 1996 al 2001 Embajador de Israel ante Egipto. También ha tenido posiciones importantes en el Ministerio del Exterior de Israel como Director General Adjunto a cargo de Asuntos Africanos y Director de la División Europa Oriental y Jefe del Departamento de Egipto y África del Norte.
Fuente: Jerusalem Center for Public Affairs
Traducido por Marcela Lubczanski para Enlace Judío México
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