Palabras de la Escritora y Periodista Silvia Cherem durante la Noche de Gala de Chevrá Hatzalá México.
QUERIDOS AMIGOS TODOS:
El año que entra, 2017, Chevrá Hatzalá cumplirá veinte años de vida. Nuestros hijos, nuestros nietos, han crecido escuchando su sirena, su presencia, creyendo que esas nobles ambulancias con héroes rescatistas, que circulan por nuestros rumbos con letras en hebreo impresas en sus costados, son y han sido parte de nuestro milenario paisaje urbano, parte de nuestra insigne vida en comunidad. Y, sin embargo, los que peinamos canas, nuestros padres y abuelos aún más, reconocemos que la historia no ha sido fácil, que la construcción de una comunidad se ha ido tejiendo con tesón, penurias y creatividad para irnos reinventando paso a paso.
Hasta hace medio siglo parecía que todo se había ya edificado: panteones, sinagogas, escuelas, centros sociales, instituciones de asistencia, un deportivo, variadas comunidades, bitajón, Comité Central, Tribuna Israelita…, pero, nada está escrito, y en las últimas décadas, con el dinamismo que siempre nos ha caracterizado, nuevos líderes visionarios han encontrado espacios de crecimiento para enaltecernos como comunidad judía mexicana. En estos últimos veinte años surgió Kadima, y, por supuesto también Hatzalá, que hoy nos convoca.
Antes, si requeríamos apoyo en una emergencia médica, teníamos que cruzar fuertísimo los dedos para que una ambulancia de la Cruz Roja, o de alguna compañía independiente, llegara a tiempo, es decir, que llegara para atender la emergencia. Podía uno esperar una hora o más… y no porque la Cruz Roja no sea una institución loable, muy por el contrario, sino porque las carencias y las necesidades son crecientes y no hay dinero ni voluntad que alcance para responder a los apuros y fatalidades que acontecen día a día en una gran ciudad como la nuestra.
Hatzalá es sin duda un milagro. Chevrá Hatzalá se ha convertido, y eso lo digo yo, en la institución más importante y loable de nuestro yishuv. Me atrevo a decirlo así porque estos rescatistas y voluntarios, con su presencia inmediata, han sido el fiel de la balanza para dar vida cuando la muerte acecha, para ofrecer primeros auxilios y llevar a los pacientes a un hospital en tiempo récord, para dar su tiempo efectivo, su esfuerzo profesional y su bendición cuando más se necesita.
Los casos son múltiples: niños ahogados, úlceras que revientan, sangrados incontrolables, choques automovilísticos, quemaduras, desmayos, intoxicaciones, atragantamientos, fracturas, infartos, derrames cerebrales, depresiones e, inclusive, han tenido la dicha de atender a una parturienta y recibir al bebé en la ambulancia de Hatzalá. Recientemente dos jóvenes hallaron a una mujer de 28 años desfallecida en el gimnasio de su edificio, llamaron a Hatzalá, la revivieron con choques eléctricos y ella hoy puede seguir abrazando a sus hijos. No hay palabras suficientes en el idioma para agradecer esa vocación de servicio, la entrega efectiva en ese instante crucial y decisivo…
Todos tenemos una historia que contar. En mi caso, dos. Una de ellas, terminamos de cenar ocho personas en casa de la embajadora de Israel, reímos a carcajadas recordando anécdotas y congratulándonos del éxito de la FIL, con Israel como país anfitrión, y cuando ya nos despedíamos, Judith Bokser de Liwerant entró a la cocina a agradecer la cena, se resbaló y ahí, en la cocina de la casa de la embajadora, quedó tendida con la cadera rota. Gracias a la camilla de Hatzalá, gracias a que ella no se movió, la fractura no se desplazó y su cirugía fue muy menor. Aún hoy ella agradece.
La segunda fue determinante y seguramente algunos de ustedes leyeron el texto que escribí como un tributo de gratitud a Hatzalá, que fue publicado en Diario Judío y en Enlace Judío. El 20 de diciembre de 2011, a las seis de la tarde, mi hermano David iba circulando por Tres Picos cuando sintió un latigazo agudo y punzante en el corazón, un dolor que se fue extendiendo a su brazo. El lastre genético lo hizo saber que era un infarto. Él mismo llamó a Hatzalá, reclinó el asiento de su coche y se dispuso a esperar. Cuatro minutos, sólo cuatro minutos después, los paramédicos lo recogieron para depositarlo en manos del cardiólogo del hospital ABC. Diecisiete minutos después de que comenzó el infarto, David ya estaba siendo intervenido con un cateterismo en el quirófano del hospital.
El tiempo fue récord gracias a Hatzalá y a la disposición del Dr. Víctor Manuel Ángel que destapó las arterias, restableció la función cardiaca y revirtió absolutamente todo el daño del infarto masivo. La sincronía fue perfecta. En los infartos cada minuto equivale a músculo cardiaco, es decir a salvar o no el tejido del corazón que se necrosa irremediablemente. En el caso de David, como llegó al quirófano antes de una hora de haberse iniciado el infarto, su vida volvió a la normalidad absoluta. El éxito fue oportuno y puntual. Hatzalá fue su bendición, nuestra bendición para poder encender con él las velas de Janucá durante la semana de su recuperación, para vivir el milagro de ver a David cumplir años para conocer y abrazar nietos.
Hatzalá no sólo son ambulancias de primer mundo, los sistemas tecnológicos de punta, las mejores camillas o los monitores que también tiene el Air Force One, el avión de Obama. Hatzalá es, ante todo, vocación de servicio. Altruismo del más alto nivel para atender más de dos mil casos al año, en un tiempo de respuesta de 5 a 7 minutos. Ese es el tiempo desde que uno llama, hasta que llega la ambulancia a nuestros hogares.
A los jóvenes rescatistas nada los detiene. Estudian intensivamente durante más de un año, hacen prácticas en la Cruz Roja, se mantienen actualizados mediante cursos continuos y están dispuestos 24 horas del día, los siete días de la semana. Si han llegado a requerir un helicóptero o un avión privado lo han buscado, sin que los detenga el precio del traslado. Están incondicionalmente, están para salvarnos la vida, están para dar vida.
Estoy segura que hace veinte años, cuando cargaban a los heridos en sus coches para trasladarlos a un hospital, a ninguno de los fundadores les pasó por la cabeza a dónde llegarían. Los límites de su sueño han rebasado lo imaginable. Hoy hay ocho ambulancias, ocho centrales: dos en Polanco, dos en Tecamachalco, dos en Interlomas, una en Bosques de las Lomas y una en fines de semana o vacaciones en Cuernavaca.
Con base en la experiencia, sus sueños hoy son múltiples, y nos han convocado para pedirnos ayuda, para solidarizarnos con esta noble y muy loable causa. Sus retos a futuro se concretizan en cuatro puntos.
Uno: Mantener la atención pre hospitalaria con la última tecnología, sin menoscabo de la calidad. Es decir mantener las ambulancias con absolutamente todo lo necesario para tener el más alto estándar. Me contaba uno de los rescatistas que un benefactor quería donar una ambulancia, había ya donado una al ERUM que costó 900 mil pesos, alrededor de 48 mil 600 dólares, y casi se fue de espaldas cuando se enteró que la de Hatzalá costaba 200 mil dólares, más de cuatro veces más. Inclusive, hace un par de años, cuando un secretario de Estado volaba de Estados Unidos a México desahuciado, de Presidencia llamaron a Hatzalá a pedir que fuera una de sus ambulancias quien lo llevara a casa porque era la única institución confiable de esta índole.
Dos: Poder proveer a la comunidad de camas de hospital, máquinas de suero, sillas de ruedas y otros bienes que la gente quiere donarles y que no tienen el espacio, el personal ni la posibilidad de mantener en óptimas condiciones.
Tres: Quisieran tener el espacio para dar cursos continuos de primeros auxilios a toda la comunidad para tener agentes de vida que puedan comenzar la labor de salvar vidas a su paso. Escuché a Víctor Penhos, quien está en Hatzalá casi desde el inicio, decirme: “Toda la atención que brindé a otros durante más de una década, se pagó para mí en un instante”. Víctor pudo salvarle la vida a su hijo, a su pequeñito de entonces dos añitos, que se atragantó comiendo un kipe y entró en fallo respiratorio. Ellos desean que cualquiera de nosotros, con la instrucción adecuada, pueda ser un agente de cambio en ese instante de emergencia.
Cuatro: Hatzalá quisiera complementar los servicios que ofrece con máquinas de rayos X, posibilidades de atender fracturas y pequeñas suturas, para evitar gastos excesivos e innecesarios en las salas de Urgencias de los hospitales.
Queridos amigos, estamos hoy aquí reunidos para honrar una de las virtudes más excelsas: la generosidad. Generosidad de quienes brindan su tiempo con brillante vocación para salvar a otros, y generosidad de quienes hoy aquí nos encontramos, dispuestos a apoyar para que CHEVRA HATZALA se fortalezca aún más como la mejor institución comunitaria.
Muchas gracias y que esta campaña que hoy inicia sea un éxito.
SILVIA CHEREM
CHEVRA HATZALÁ, CENTRO CULTURAL MONTE SINAI, 21 DE JUNIO DE 2016.
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