Eduardo Caamaño, autor de la biografía completa del mago en español, rompe con los mitos sobre el escapista en el 90 aniversario de su muerte.
MÓNICA ARRIZABALAGA
No hay que ser vidente para predecir que en la próxima noche de Halloween el espíritu de Houdini será invocado en sesiones de espiritismo en todo el mundo. El 31 de octubre se cumplirán 90 años del fallecimiento del más célebre escapista de todos los tiempos que, como todo mortal, no escapó de su final. Desde aquel frío lunes de 1926, no ha transcurrido un Halloween sin que personas sentadas alrededor de una mesa y con las cortinas echadas no hayan intentado contactar con el mago pese a que Houdini, paradojas de la vida, lideró una feroz cruzada contra el espiritismo.
«Es una tradición, una manera de recordar a Houdini», explica Eduardo Caamaño, autor de «Houdini» (Almuzara, 2016), la primera biografía en español completa sobre el mago. El propio Caamaño asistió a una de estas sesiones la víspera de Todos los Santos de 2013, en la habitación 3110, precisamente, de un hotel de Barcelona. Entre aquella sesión de espiritismo y el relato de cómo fue el último intento de contactar con Houdini por parte de su viuda se desarrollan las 500 páginas de un libro que narra todas vicisitudes del gran maestro del ilusionismo, sus trucos y desafíos. Medio millar de páginas en los que, armado con la documentación más actual, Caamaño rompe buena parte de los mitos que le acompañaron en vida… y aún después de su muerte.
«Él mismo se creaba muchos mitos para publicitarse. Hay muchas cosas que se dicen de él que no son verdad», asegura el escritor gallego.
No, Houdini no murió en la celda de tortura acuática como se rumoreó años después de su muerte. Tampoco nació en Appleton (Wisconsin), como el propio mago decía. Erik Weisz, como en realidad se llamaba Houdini, nació el 24 de marzo de 1874 en Budapest (Hungría). «Muchos de sus seguidores solo supieron que su ídolo era húngaro treinta y tres años después de su muerte», con la publicación de «The Man Who Walked Trough Walls» de William Lindsay Gresham en 1959, explica Caamaño en la biografía.
Era el cuarto hijo de un matrimonio judío que emigró a Estados Unidos en busca del sueño americano. Los primeros años fueron difíciles. Ehrich, como le llamaron en tierras americanas, apenas fue a la escuela y desde su más tierna infancia tuvo que trabajar para contribuir a la economía familiar. Tenía once años cuando el espectáculo «Palingenesia» del doctor Lynn despertó su interés por la magia y comenzó a ejercitarse en trucos de cartas, monedas y acrobacias con los que ganó algún dinero antes de que sus padres le enviaran a trabajar en la cerrajería del señor Hanauer.
El rey de las esposas
A Ehrich siempre le habían interesado los cierres y allí aprendió los mecanismos internos de todo tipo de candados, cerraduras y esposas que tan útil le serían cuando a los 17 años se convirtió en Harry Houdini. Harry, por una similitud con el sonido de su propio nombre, y Houdini, por admiración hacia el prestidigitador Robert-Houdin. «Su amigo Hayman le explicó, erróneamente, que el agregado de la “i” al nombre final del nombre equivalía a escribir en francés “igual que”», explica Caamaño.
«Antes de actuar en una ciudad, entraba en comisarías de policía y desafiaba a los agentes a que le encerraran en los calabozos. Lo metían en una celda y a los cinco minutos salía. Era su forma de hacerse publicidad», relata el biógrafo de «El rey de las esposas». Así desafió a Scotland Yard y catapultó su carrera. En aquellos primeros años del siglo XX recorrió Europa y se presentó ante los Romanov y Rasputín. «Había fabricantes de cajas que aprovechaban para publicitarse desafiando a Houdini con sus cierres», apunta su biógrafo.
«Puedo desbloquear una esposa común simplemente golpeándola contra el suelo. Conozco cada detalle de sus mecanismos y por lo tanto sé exactamente cómo hacer para abrirlas sin dificultades (…) No hay fraude ninguno. Soy capaz de abrir cualquier cierre; así de sencillo», explicó el propio Houdini en una ocasión.
El truco estaba en dónde escondía la llave. Caamaño relata en su libro cómo a principios del siglo XX tan solo había un centenar de llaves para todas las cerraduras del mundo y Houdini viajaba con ellas a todas partes. Utilizaba un sistema de clasificación de llaves y ganzúas en bolsitas de piel. «¿Cómo sabía la llave exacta que necesitaba si un sargento le colocaba determinado tipo de esposas? Nadie lo sabe realmente y quizá estos misterios son lo que le hicieron ser tan grande», señaló el mago y actor Patrick Culliton.
El bidón de leche y la cámara de tortura acuática
Sus desafíos se volvieron cada vez más atrevidos. En 1908 presentó su famoso truco del bidón de leche. Houdini se metía dentro y colmaban el bidón de leche antes de taparlo y cerrarlo con candados. Se bajaba el telón y cuando de nuevo se levantaba, el mago estaba libre mientras que el bidón seguía cerrado. Otro de sus trucos célebres era la celda de tortura de agua en la que le sumergían boca abajo, encadenado y esposado. ¿Cómo lograba liberarse? Caamaño conoce sus trucos, pero no ha querido revelarlos en su libro por respeto a Houdini, que luchó con ahínco para que nadie los descubriera, y a los magos actuales que aún hoy los practican. Solo con las esposas su biógrafo desliza alguna que otra clave al lector.
«Houdini se convirtió en el mago más célebre de todos los tiempos porque fue capaz de identificar una laguna en la magia que nadie había explotado», según Caamaño. Sabía publicitarse como nadie (hasta como actor de cine mudo) y era extremadamente inteligente, además de arrogante. «Se creía que era mejor de los demás, y en realidad lo era», apunta el escritor que detalla cada reto al que se enfrentó frente a otros magos del momento. «A todos ganó», añade Caamaño, recordando al famoso Argamasilla, que presumía de poder ver a través de los objetos, como, por ejemplo, la hora en un reloj de bolsillo cerrado. Su fama le llevó hasta Estados Unidos, pero no pudo con el de Houdini.
«Era el gran maestro del ilusionismo y nadie lograba engañarle», resalta. Tampoco los médiums que se cruzó en su camino.
Cruzada contra el espiritismo
«La relación de Houdini con el espiritismo fue una constante que le persiguió toda su vida«, escribe Caamaño, recordando la admiración que despertaban estas creencias en su época. A juicio de su biógrafo, «no era escéptico», pero no logró encontrar ningún médium que lograra establecer contacto con su madre, fallecida de forma repentina y por la que el mago sentía devoción. «Él creía, pero solo se encontraba estafadores», continúa Caamaño.
Houdini y su amigo Arthur Conan Doyle mantenían enconadas diferencias sobre este asunto. Mientras el mago recelaba, el autor de Sherlock Holmes creía ciegamente en los poderes sobrenaturales. Hasta llegó a escribir un ensayo sobre hadas. Una sesión el 17 de junio de 1922 acabó por romper su amistad e impulsar a Houdini a su cruzada antiespiritista.
Los Doyle habían invitado al matrimonio Houdini a pasar un fin de semana en Atlantic City y una vez allí, Conan Doyle le dijo al mago que su esposa, conocida por sus arrebatos de escritura automática, sentía que podía establecer contacto con su madre. «A Houdini no le parecía bien que se jugara con sus sentimientos, y especialmente con su relación con su madre», pero decidió arriesgarse confiando en la honestidad de los Doyle, relata Caamaño.
La carta de la discordia
En la sesión, Jean Doyle comenzó a escribir frenéticamente una carta de quince páginas supuestamente dictada por la madre de Houdini, pero cuando entregó la misiva al mago, éste «no esbozó ni la más mínima reacción. Su rostro denotaba total seriedad», relata Caamaño. Era una carta muy genérica, con frases sin trascendencia, que podía haber sido escrita por cualquier madre y con errores de bulto. Estaba escrita en inglés, un idioma del que la madre de Houdini apenas aprendió unas pocas palabras. Judía devota y esposa de un rabino, tampoco resultaba creíble que hubiera garabateado una cruz al principio del mensaje. «No digo que Lady Doyle sea una estafadora, sino una ilusa, posiblemente bajo el influjo de su engañado marido», escribiría después Houdini, a quien le invadió en aquel momento la rabia y la frustración.
Houdini sabía que a su muerte surgiría una legión de espiritistas con mensajes supuestamente suyos, así que ideó un código en clave para que su esposa Bess supiera si eran falsos. Desconocía entonces que su final estaba más próximo de lo que podía imaginar.
A los 53 años falleció de apendicitis en el hospital Grace de Detroit. Caamaño cree que ya arrastraba un cuadro de apéndice inflamado antes de que los puñetazos de un admirador, que quiso comprobar su legendaria resistencia al dolor, la agravaran con una peritonitis aguda.
En 1926, sin antibióticos, aquella era una sentencia de muerte. Sin embargo, Houdini aún completó una actuación de dos largas horas y a pesar del intenso dolor que sufría, se negó a ir al hospital, convencido de que remitiría. «Houdini estaba muy acostumbrado a convivir con el dolor. Sus desafíos eran sesiones de tortura diarias. Se sentía un superhombre y creía que podía con todo», explica el biógrafo.
«Su propio ego fue el único desafío que perdió», añade el escritor, convencido de que Houdini no fue envenenado con el suero experimental que le suministraron en el hospital, como se ha llegado a sospechar. «Murió por un cúmulo de circunstancias y por su cabezonería», sostiene Caamaño. Sus familiares quisieron exhumar el cuerpo en 2007 para aclarar si había restos de arsénico, pero su petición fue denegada.
A Houdini le enterraron en un cementerio judío en Queens (Nueva York), en el mausoleo que él mismo había dispuesto en vida y con el que demostró una vez más su ingenio. El busto del célebre mago es el único que sobresale de entre las sencillas lápidas judías cuando nieva en invierno. «Es un efecto calculadísimo», a juicio de Caamaño, que «muestra cómo incluso en la muerte, Houdini ganó a todos». ¿Por qué el mago se hizo enterrar con todas las cartas de su madre bajo su cabeza a modo de almohada? Es un misterio, pero esta documentación inaccesible es desde entonces «objeto de interés de muchos historiadores».
No se equivocaba Houdini al prever que su esposa vería desfilar a multitud de médium con supuestos mensajes suyos. Uno de ellos proporcionó la codificación correcta que llevaba al mensaje de «Rosabelle cree», pero no hubo contacto alguno con el espíritu de Houdini. La propia Bess había desvelado el código a un periodista un año antes. En la noche de Halloween de 1936, ésta llevó a cabo un último intento, con una sesión de espiritismo en la azotea de un hotel de Hollywood. Todo fue inútil. Bess se levantó con dificultad de la silla y con patente resignación dijo: «Diez años son suficientes para esperar por cualquier hombre. Todo ha terminado. Buenas noches, Harry».
No tuvo hijos, pero sí amantes
Houdini no tuvo hijos porque «Bess podría haber padecido los síntomas de una amenorrea primaria», según revela Caamaño de forma inédita en España. Solo tuvieron un hijo imaginario del que hablaban en sus cartas «hasta que ganó las elecciones presidenciales de EE.UU.», apunta el biógrafo tras relatar el momento en el que su esposa encontró una caja con cartas de las amantes de Houdini, al ordenar sus libros tras su muerte. «Bess las leyó, localizó a las mujeres y las invitó a merendar té y pastas. Al salir, les regaló una caja a cada una. Dentro estaban sus cartas. Fue su manera de decirles que sabía que habían sido las amantes de su marido», cuenta Caamaño.
Fuente:abc.es
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