La increíble y olvidada historia de los judíos que lucharon en la Guerra Civil española

MIGUEL AYUSO

La participación de los judíos  palestinos en la Guerra Civil española ha sido ignorada tanto por sionistas como por comunistas.

La historia de las Brigadas Internacionales es bien conocida. Casi 60,000 voluntarios extranjeros de 54 países participaron en la Guerra Civil española para luchar contra el avance del fascismo en Europa. Lo que poca gente sabe es que entre 4,000 y 8,000 judíos participaron en la guerra y, de estos, casi 200 hombres y mujeres abandonaron Palestina –un lugar al que habían llegado huyendo del creciente antisemitismo de Europa– para luchar por los ideales comunistas y detener el avance de una ideología que amenazaba su misma existencia sobre la faz de la tierra.

La participación de los judíos palestinos en la Guerra Civil –que incluso se unieron a otros hebreos en su propio batallón, la Unidad Botwin–, fue sistemáticamente ignorada tanto por sionistas, que querían retener a los jóvenes en Palestina de cara a la formación del futuro estado de Israel (el 99% de los voluntarios tenían menos de 33 años), como por comunistas, que se oponían a la ocupación judía en la región. Sólo en años recientes han visto la luz un buen puñado de cartas que los brigadistas judíos enviaron a sus seres queridos. Y éstas ofrecen una nueva perspectiva de su experiencia en España.

El doctor Raanan Rein, profesor de historia española y latinoamericana y vicepresidente de la Universidad de Tel Aviv, acaba de publicar un estudio en la revista ‘European History Quaterly’, en el que, a través del testimonio de los brigadistas, narra la verdadera historia de estos voluntarios que dieron su vida por defender el orden democrático en España.

Comunistas de corazón

La mayoría de los 200 voluntarios que abandonaron su recién estrenada vida en Palestina –sólo tres de ellos habían nacido en la región– eran miembros del Partido Comunista de Palestina (PCP). Una cifra nada despreciable teniendo en cuenta que en esta época sólo había 400.000 colonos judíos en todo el actual estado de Israel.

El origen de los brigadistas era muy variado: alemanes e italianos que habían huido del fascismo, polacos que escaparon de la dictadura de Pilsudki, rumanos que abandonaron su país perseguidos por la Guardia de Hierro… Pero todos tenían algo en común: España representaba una segunda oportunidad para volver a Europa, el continente que consideraban su verdadero hogar, que el fascismo les estaba arrebatando.

Los voluntarios eran además comunistas convencidos que vieron cómo su nueva sociedad en Palestina estaba reproduciendo las mismas desigualdades de clase que habían vivido en sus antiguos hogares. Según Rein los brigadistas palestinos abandonaron el proyecto sionista porque se sentían alienados en la floreciente sociedad judía de Palestina.

“Sólo pasé unos meses en el kibutz”, narra en una de sus cartas Dora Levin, que llegó a Palestina desde Polonia en 1933, con sólo 22 años. “No estaba preparada para la vida allí así que empecé a trabajar en todo tipo de empleos manuales: servicio doméstico, construcción… Vi como los árabes que vivían allí eran explotados. Lo que más me preocupaba es que estábamos tratando de quitarles los trabajos que tradicionalmente eran suyos. Era algo que no podía soportar”.

Desde finales de los años veinte, los líderes sionistas de Palestina establecieron la política de que “un judío solo daba trabajo a un judío”, destinada a dar empleo a la creciente población semita de la zona y, poco a poco, ir expulsando a los árabes de los territorios colonizados. Esta decisión entró en conflicto directo con los ideales del PCP, al que pertenecían la mayoría de brigadistas.

Por si estos jóvenes comunistas tuvieran pocos conflictos ideológicos, en 1934 el militante árabe Radwan al-Hilu fue elegido presidente del PCP y estableció como prioridad del partido luchar contra el imperialismo británico y sionista, lo que dejó a los militantes judíos en una posición comprometida.

Como explicó en una entrevista otro de los brigadistas, Arie Lev, era muy difícil pensar en dividir el partido, así que España se convirtió en una opción atractiva: “Podríamos luchar allí y, al mismo tiempo, escapar del lío que teníamos en casa”. Además, no era muy difícil alcanzar la Península Ibérica.

Desde 1923 las autoridades británicas de Palestina podían deportar a cualquier persona acusada de comunista. A partir de 1936 los ingleses, conscientes de que muchos judíos comunistas estaban interesados en luchar en la Guerra Civil española, comenzaron a deportarles de buena gana a Francia. Y la gran mayoría de los brigadistas se dejaron “atrapar”: el Gobierno de su Majestad pagaba los costes del viaje.

Francia, paraíso de la libertad

Cuando dejaron Palestina la mayoría de los voluntarios no tenían ni idea de lo que en realidad estaba ocurriendo en España y, menos aún, de qué papel iban a jugar ellos en “la lucha contra el fascismo”. Fue en París donde entraron en contacto con otros voluntarios de las Brigadas Internacionales y fue allí donde, por vez primera, gozaron de algo parecido a la libertad.

“Me dijiste que volvería [a Palestina] en unos años”, comenta el brigadista Luba Mamut en una carta que envío a su hermana al poco de llegar a Francia. “Dices que los judíos son oprimidos en todo el mundo, la URSS incluida. Bien, no tengo que decir mucho sobre el asunto porque no me he sentido oprimido en ningún sentido. El único sitio en el que me sentía oprimido era en Palestina, donde trabajaba durante horas mientras mi supervisor estaba todo el rato en la cafetería gastando el dinero que había ganado conmigo”.

Sentimientos similares se encuentran en una misiva que envío a su familia Pinchas Cheifetz, uno de los pocos brigadistas que había nacido en Palestina: “Como sabes, aquí hay un gobierno del Frente Popular. No es un régimen capitalista clásico, pero queda un largo camino por recorrer para que podamos llamarlo un régimen proletario. Los trabajadores siguen siendo explotados y las diferencias de clase son evidentes. Pero la única cosa de la que todo el mundo disfruta aquí es la libertad. Alguien como yo, que he sido encarcelado y he tenido que ocultar mis verdaderas opiniones, nada más bajar del barco en Marsella quería correr por las calles y gritar: ‘Soy comunista y no le tengo miedo a nadie’”.

Visto lo visto, los voluntarios vivieron sus días más felices en la capital francesa. Al llegar a España tuvieron que enfrentarse a la cruda realidad.

“¿Dónde están los fascistas?”

Como explica el historiador Michael Jackson en su libro ‘Fallen Sparrows’, uno de los principales objetivos de las Brigadas Internacionales era proveer al ejército Republicano un modelo de eficacia militar. Pero la realidad es que la gran mayoría de los voluntarios no había cogido un arma en su vida y no fueron más que carne de cañon. En los tres primeros meses de actividad, murieron 400 de los 600 voluntarios de habla inglesa. En las tres semanas que duró la batalla del Jarama murieron 750 de los 1000 voluntarios alemanes. El destino de los palestinos no fue muy distinto.
Cualesquiera fueran las habilidades militares de los brigadistas judíos, estás las adquirieron en España. “Cuando empecé con el entrenamiento las balas alcazaban la diana sólo por pura suerte”, reconoce Shmulik Segal. “Pero aún así decidieron que iba a convertirme en francotirador”.

Lo cierto es que el ejército republicano mandó a los entusiastas soldados de las Brigadas Internacionales a los peores destinos. David Karon resumió muy bien la situación de la mayoría de brigadistas: “Eramos voluntarios así que, en principio, podían mandarnos donde hubiera un agujero que llenar, donde se necesitara ayuda, donde hubiera un problema y un vacío… En cualquier sitio donde la gente tuviera que morir”.

Los brigadistas se enfrentaron con crudeza a los horrores de la guerra y descubrieron, además, que en la lucha fratricida en la que habían decidido participar nadie era tan idealista como ellos. Los voluntarios andaban buscando al “enemigo fascista”, pero eran incapaces de distinguirlo entre la población española.

“Siempre me preguntaba a mi mismo ‘¿dónde están los fascistas?”, reconocía Segal en una carta. “Sabía que no crecían de la nada, pero la gente era siempre muy amistosa. En un pueblo, por ejemplo, nos dijeron que el dentista era monárquico. Pero él y su familia eran encantadores. No podía creerme que fueran fascistas”.

El idealismo de los voluntarios se fue mitigando al ver que gran parte de los conflictos de la guerra nada tenían que ver con la política, sino con la toma del poder económico y político en una comunidad dada. Y el conflicto en el seno del ejército republicano tampoco ayudaba. Los brigadistas alucinaban con la falta de conciencia política de los españoles, algo que, pensaban, se debía a una falta de formación. Lo que no alcanzaban a entender es que gran parte de los republicanos no se identificaban con el comunismo y, menos aún, con la posición del Comintern. Los republicanos troskistas, anarquistas y liberales apreciaban la ayuda militar de las Brigadas Internacionales, pero no aprobaban su rígida doctrina.

Orgullosos de ser judíos y marxistas

Aunque para la mayoría de los brigadistas era mucho más importante su condición de comunista y obrero que su procedencia hebrea, muchos de los voluntarios quisieron lavar en las Brigadas Internacionales la mala fama que, incluso en muchos círculos izquierdistas, tenía el pueblo judío.

Como ha explicado el doctor Rein a El Confidendial, “los voluntarios judíos que lucharon en las Brigadas Internacionales fueron a defender una serie de valores e ideales, con la intención de frenar la ola fascista que amenazaba a toda Europa. Pero al mismo tiempo, eran bien conscientes de la historia y les era importante mostrar la valentía judia en tierras ibéricas”.

Según reveló en una carta uno de los brigadistas, Shmuel Stamler, la mayoría de los soldados españoles tenían ideas antisemitas: “Un soldado español que servía en mi unidad me dijo que antes de la guerra pensaba que todos los judíos eran mercaderes y ladrones. Y ahora que ha visto a los voluntarios judíos luchar por la libertad hombro con hombro con los soldados españoles está orgulloso de ser nuestro compañero”.

Muchos de los voluntarios también eran conscientes de la penosa historia de los judios en nuestro país pero, como cuenta el autor de la investigación, tenían sentiemientos encontrados: “La actitud de muchos judíos hacia España en los siglos XIX y XX se caracterizaba por la ambigüedad. Por un lado existía un rechazo hacia el país que los había expulsado y donde había imperado la odiada Inquisición; por otro lado existía también una cierta nostalgia colectiva hacia un periodo de esplendor, prosperidad y creatividad judía durante la España medieval”.

Por desgracia, ser judío y comunista en aquella época era una doble identidad que acarreaba un sinfín de dificultades. Como ha explicado el autor de la investigación a El Condidencial, la suerte que corrieron muchos de los brigadistas judíos dependió de distintos factores: “Algunos siguieron la lucha antifascista durante la Segunda Guerra Mundial y murieron en los campos de batalla o en campos de concentración; otros pudieron volver a sus países de origen, donde durante la Guerra Fría a menudo fueron considerados como traidores comunistas; varios se fueron a la Union Soviética, donde su imagen heroica cambió a los pocos años y su experiencia en España a menudo levantó sospechas acerca de su posible contaminación por conceptos liberales o capitalistas; y varios encontraron el camino hacia el Estado de Israel por distintas razones”.

La historia de estos luchadores, explica el doctor Rein, aporta hoy una importante lección: “fue una expresión de solidaridad transnacional que nos alimenta de una esperanza para un futuro mejor”.

Fuente:elconfidencial.com

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