Respuesta de Irving Gatell a Etgar Keret.
IRVING GATELL PARA AGENCIA DE NOTICIAS ENLACE JUDÍO MÉXICO – El destacado escritor israelí Etgar Keret acaba de publicar una carta en donde explica su postura respecto al conflicto, señalando –de manera bastante acertada– que es injusto e inexacto acusarlo de ser “anti-israelí”.
Y me parece que tiene razón. Es evidente su orientación hacia lo que podemos definir como la izquierda israelí, y no es un secreto que muchos izquierdistas israelíes son –paradójicamente– anti-israelíes. Pero también es cierto que Etgar Keret no asume este tipo de posturas. De una manera bastante concisa, explica cómo un asunto tan complejo como el conflicto con los palestinos tiene muchos matices, y es totalmente inadecuado pensar que sólo hay pro-israelíes y anti-israelíes. Keret, de un modo bastante eficaz, demuestra que hay muchas posturas intermedias. A partir de ello, él mismo opta por definirse como un “ambi”, haciendo referencia a que se puede ser ambiguo en el sentido de que no se es ni “pro” ni “anti”.
Hasta allí está bien. De hecho, me parece que bastante bien. Pero en el último párrafo pierde por completo el piso al hacer alusión al eterno caballito de batalla de la propaganda que sí es, abierta y conscientemente, anti-israelí. Dice: “Los términos ambi-israelí o ambi-palestino simplimente indicarán lo complejas que son nuestras opiniones acerca de los asuntos del Medio Oriente, mientras son resueltos. Aquellos con posturas ‘ambi’ podrán apoyar el fin de la ocupación mientras también condenan a Hamás; creerán que el pueblo judío merece un Estado pero también mantendrán que Israel no debe ocupar territorios que no le pertenecen”.
Oh. El asunto de la “ocupación”. Ese que no se sustenta ni legal ni históricamente.
La “ocupación” no es un concepto abstracto ni subjetivo. Es algo definido con toda propiedad en el artículo 42 de las Regulaciones de La Haya de 1907, y presupone como requisito obligatorio que el lugar “ocupado” posee su propio gobierno en el momento de la ocupación (el cual es desplazado del poder por el gobierno ocupante), y que el control político, económico o militar de la “potencia ocupante” se da sin el consentimiento del gobierno depuesto.
Ninguna de esas dos condiciones esenciales se cumplen en el conflicto israelí-palestino. Cuando Israel tomó el control de Cisjordania y Gaza, los gobiernos desplazados fueron los de Jordania y Egipto, respectivamente. No existía nada remotamente similar a una “autoridad palestina”. Por lo tanto, los únicos países que tendrían cierto derecho (cuestionable, además) para hacer reclamos a Israel serían esos dos. Nadie más.
Hay otro detalle: las condiciones según las cuales Israel mantiene cierto control militar y económico en algunas zonas, fueron debidamente acordadas en 1993 por el gobierno israelí, las autoridades palestinas y los terceros que colaboraron en la firma de los Acuerdos de Oslo. Por lo tanto, los palestinos no pueden apelar a que Israel ejerce ese control “sin su consentimiento”. Hay un tratado firmado. Cualquier objeción es inválida.
Y hay más: Israel y Palestina no tienen fronteras oficiales. Una “ocupación” se da, por definición, en el momento en el que un poder político, económico o militar se impone más allá de sus fronteras. Pero los palestinos se han negado, sistemáticamente, a negociar fronteras oficiales y definitivas con Israel (y más adelante explicaré por qué). Por lo tanto, y en conformidad con las resoluciones de la ONU, la realidad es que estamos hablando de un territorio en litigio, no de una ocupación de un país por otro.
Se podría apelar a un razonamiento un tanto subjetivo, pero basado en hechos históricos, para intentar defender la idea de una “ocupación israelí”. Para ello, habría que demostrar que a lo largo de la Historia existió un “territorio palestino” claramente vinculado con un “pueblo palestino”, y que en algún momento Israel invadió y tomó el control de “ese territorio” (sometiendo a “ese pueblo” a su propio dominio).
Pero es imposible. De hecho, el simple análisis del trasfondo histórico nos revela una situación más compleja y, por cierto, atroz.
El territorio conocido históricamente como Palestina fue creado artificialmente por el emperador Adriano en el ao 135. Es decir: no se trata de un territorio histórico vinculado con un grupo histórico, como lo podía ser en ese tiempo la provincia de Fenicia, la Galia, Macedonia o el Ponto. Se trató de una medida administrativa eminentemente punitiva, aplicada como castigo a la nación judía después del segundo levantamiento armado (años 132-135). Para crear Palestina, Roma eliminó las fronteras de lo que previamente había sido Judea, Samaria, Galilea.
Dicho en otras palabras, el nacimiento de Palestina fue un cuestión administrativa, sin que existiera un grupo identificable como “pueblo palestino”. En consecuencia, el apelativo de “palestino”, desde su origen, designó al habitante de una región, no al integrante de un “pueblo”. Es decir: era palestino cualquiera que tuviera su cuna en Palestina, sin importar si era judío, idumeo, nabateo, árabe, fenicio o descendiente de los griegos allí establecidos en tiempos de Herodes el Grande.
Estos grupos se mantuvieron en la zona en condiciones más o menos estables hasta la invasión árabe en el siglo VII, con lo cual todos, salvo el grupo judío, se homogeneizaron hasta ser identificados simplemente como “árabes” (definición más válida por el idioma que hablaban que por el origen étnico cultural que tenían). Desde entonces, en términos generales la “población palestina” estuvo integrada por judíos y árabes (estos últimos, cristianos o musulmanes).
Después de ser provincia del Imperio Romano, Palestina fue provincia de los Imperio Romano de Oriente y Bizantino, Califato Omeya, Reinos Cruzados, Califato Mameluco, Imperio Otomano e Imperio Británico. En todas estas etapas, sin excepeción, su demografía conservó las mismas características: baja población, la mayoría fluctuante, integrada por árabes y judíos.
El último antecedente legal previo a la creación del Estado de Israel fue el Protectorado Británico de Palestina, vigente desde 1917 hasta 1946, y que abarcó el territorio que hoy ocupan Israel, los llamados “territorios palestinos” y Jordania.
Basta consultar cualquier publicación de la época para corroborar que todos los habitantes de esa zona, judíos o árabes por igual, eran llamados “palestinos”.
Tomando en cuenta ese hecho histórico objetivo e inobjetable, se puede entender por qué lo que actualmente se denomina “pueblo palestino” y “territorio palestino” es una falacia histórica sin fundamento en la realidad.
Empecemos por el territorio: si algo podría ser llamado “territorio palestino” no es sólo las actuales Franjas de Cisjordania y Gaza, sino todo el territorio que abarca Gaza, Israel, Cisjordania y Jordania.
Y respecto a la población, los “palestinos” son los descendientes de todos aquellos que estaban viviendo en el Protectorado Británico de Palestina en 1946. Esto incluye a los gazatíes, a los israelíes, a los hoy llamados “palestinos” y a los jordanos.
En 1946 comenzó el proceso de desmantelamiento de la estructura colonialista inglesa en la zona. El primer paso fue la creación de Jordania como Estado independiente (aunque sus fronteras ya se habían delineado –en realidad, inventado– desde 1922, aunque sin darle una independencia real a lo que entonces se le llamó “Reino Hachemita de la Transjordania”). El proceso tenía que haber concluido en 1948 con la creación del Estado de Israel y la de otro Estado árabe cuyo nombre nunca se especificó.
Con ello, la antigua Palestina tenía que haber desaparecido del mismo modo que nació (por decreto), y entonces estaríamos hablando de territorios post-palestinos (Israel, Jordania y otro Estado árabe) y de poblaciones post-palestinas (israelíes, jordanos y los ciudadanos del otro Estado árabe).
¿Qué religión o a qué grupo étnico cultural debería pertenecer la población post-palestina de cada uno de estos tres Estados? A NINGUNO. La ciudadanía de un Estado no se define por una vinculación “nacional”, étnica-cultural o religiosa. Actualmente hay alrededor de 50 mil judíos en México, y no por el hecho de ser judíos dejan de ser mexicanos. Lo mexicano –al igual que lo palestino en 1946– es una condición jurídica que vincula a una persona (sin importar su origen o credo religioso) con una entidad jurídica (el Estado Mexicano).
El proceso no concluyó. La negativo árabe a aceptar los términos del Plan de Partición de 1947, que señalaba las fronteras de un Estado judío, derivaron en una guerra que al final de cuentas ganó el recién creado Estado de Israel, y el tercer Estado proyectado no se consolidó. Su territorio quedó repartido entre Israel, Jordania y Egipto.
¿Se puede hablar de una “ocupación israelí” a partir de ello? No. Al no implementarse la Resolución 181 de las Naciones Unidas –la que establecía las fronteras de Israel y de un nuevo Estado árabe–, simplemente no existió la única base jurídica para hablar de una ocupación. Es decir: la resolución quedó obsoleta.
Al caso, sería igualmente procedente hablar de una “ocupación jordana y egipcia” de “territorios” que correspondían a otro Estado. Obviamente, nadie en ese momento se expresó en dichos términos. Ninguna organización internacional o ningún país hablaron del “territorio ocupado”, ni por jordanos, ni por egipcios, ni por israelíes.
Más aún: no apareció ningún “pueblo palestino” a quejarse de una “ocupación jordana y egipcia” de “sus territorios”. Lo único que sucedió fue que los gobiernos jordano, sirio, libanés y egipcio movilizaron a grandes contingentes de desplazados de guerra (concretamente, a todos los que no habían quedado en el territorio jordano desde 1946) y los colocaron en campamentos de refugiados.
Por eso resulta del todo improcedente hablar de una “ocupación israelí y jordana” de los “territorios palestinos”. En realidad, sólo fueron dos colectividades post-palestinas, cuyos integrantes eran todos igualmente post-plaestinos, enfrentándose en una guerra y tomando posiciones en territorio post-palestino.
Y aquí empieza la parte atroz: el discurso palestino que habla de “una lucha contra la ocupación israelí” se basa en una noción RACISTA del fenómeno: el judío y el israelí deben disociarse de lo “palestino”. Es decir: al judío, y desde 1948 al israelí, se le niega su vínculo histórico con la antigua provincia de Palestina y se le declara, arbitrariamente, un invasor.
Esa noción sería válida si todos los judíos que le dieron forma al Estado de Israel en 1948 hubieran llegado en ese momento. Pero la realidad es que en 1947 ya había una población judía superior a los 600 mil en el Protectorado Británico de Palestina, por lo que el Estado de Israel fue fundado con población judía local. Si en los tres años siguientes la población judía prácticamente se duplicó, fue debido en gran medida a que los países árabes, en uno de los gestos racistas y xenófobos más grotescos de la Historia, expulsaron a sus poblaciones judías locales.
Israel es un Estado palestino en el verdadero sentido de la palabra: es una entidad jurídica en la que evolucionó la antigua provincia de Palestina. Esa misma lógica aplica para Jordania.
Por lo tanto, el grupo hoy autodenominado “pueblo palestino” ha usurpado el término y el concepto para poder justificar su noción de “ocupación israelí”.
Y allí es donde hay que ver qué es lo que ellos mismos entienden por “ocupación israelí”.
Keret nos dice que “se puede estar en contra de la ocupación, pero también en contra de Hamas”. Bien, resulta que Hamas nos ha dado el mejor ejemplo de cómo se entiende la “ocupación israelí” entre los palestinos.
En 2005, el gobierno de Ariel Sharón procedió a la desconexión total y unilateral, de tal manera que Gaza quedó bajo control palestino absoluto. En esa zona no quedó un solo judío, un solo israelí.
Sin embargo, Hamas declaró que “continuarían con la lucha contra la ocupación israelí” hasta que Tel Aviv y Eilat también fueran “liberadas”.
Supongo que Keret es otro de tantos israelíes que, cuando hablan de “terminar la ocupación”, se refieren a que Israel deje de entrometerse en ciertos territorios a los que identifican como “palestinos”, y se repliegue hacia sus propias fronteras.
Primer problema: no existen fronteras todavía. Se tienen que negociar.
Segundo problema: eso no es lo que los palestinos entienden por “ponerle fin a la ocupación”. Esa idea implica, por definición, que existe un Estado de Israel al cual los poderes israelíes (militar, económico y político) se tienen que replegar para dejar a los palestinos “vivir libres en Palestina”.
Pero no. NINGUNA autoridad palestina, ni de Al Fatah ni de Hamas, ha reconocido la existencia ni la legidimidad del Estado de Israel. Por lo tanto, en su visión de las cosas no existe la posibilidad de que “los israelíes se replieguen hacia Israel”.
La idea de Hamas de que “hay que liberar a Tel Aviv”, repetida íntegramente por Yasser Arafat y Mahmoud Abbas, nos dice sin posibilidad de equivocarnos, qué significa “ponerle fin a la ocupación”.
Significa, simple y llanamente, destruir a Israel.
Sólo así se explica las inconsistencias en las “legítimas reivindicaciones de los palestinos”. Por ejemplo, que nunca se hablara de una “ocupación jordana y egipcia de territorios palestinos”, pese a que durante 19 años esos dos países mantuvieron un control militar y político absoluto sobre los territorios que hoy justifican la idea de una “ocupación israelí del territorio palestino”.
Otro ejemplo: el hecho de que Hamas tenga el control absoluto de Gaza, pero siga hablando de “luchar hasta ponerle fin a la ocupación israelí”.
Otro más: el hecho de que los logotipos oficiales de la Autoridad Palestina presentan un mapa donde no existe Israel; situación que se repite en los libros de texto de educación primaria que usan todos los niños en Cisjordania, en los que los mapas nunca le dan espacio a Israel. Para ellos, TODO es Palestina.
Este sesgo proviene de la naturaleza racista, xenófoba y judeófoba que ya hemos señalado en el ideario palestino: la negación de Israel y lo israelí como parte integral de la identidad palestina histórica. La verdadera identidad palestina histórica.
Su máxima expresión se logra en que el “palestino” es el único proyecto de nación abiertamente racista y descaradamente solapado: propone sin ningún recato que el Estado Palestino tiene que estar “libre de judíos”. Y el mundo lo considera normal y hasta correcto: sí, el Estado Palestino tiene que estar libre de judíos.
Lamentablemente, Etgar Keret compra este discurso de un modo ingenuo. Es obvio que él estaría en contra de estas, las expresiones más radicales. Pero al aceptar e integrar en su discurso el tema de “la ocupación israelí”, deja abierta la puerta a todo lo demás.
Porque recordemos: “terminar la ocupación” no significa que Israel se repliegue hacia su Estado y deje a los palestinos de Cisjordania en paz. Significa que deje de existir.
Si Israel se retira de Cisjordania, LOS PALESTINOS NO VAN A DECLARAR EL “FIN DE LA OCUPACIÓN”. Van a seguir atacando. Van a seguir agrediendo. Van a seguir luchando por “liberar el resto de Palestina”. Van a seguir trabajando por una Palestina en la que no haya cupo para Israel.
Esa es la molesta realidad.
Comprar ese discurso, como ya he señalado, no hace de Etgar Keret alguien “anti-israelí”. Pero sí hay que decir que evidencia que es ingenuo en su percepción del conflicto en general, y en su percepción de las motivaciones de los líderes palestinos, en particular.
Israel no es una potencia ocupante. Es la estructura jurídica –junto con Jordania– en la que evolucionó la antigua provincia de Palestina.
Los judíos y los israelíes no somos ajenos a la verdadera Palestina. Somos, de hecho, verdaderos palestinos por derecho histórico.
Los hoy llamados “palestinos” son, por definición y de principio a fin, usurpadores de una identidad que les queda demasiado grande. Tan grande, que son los únicos capaces de inaugurar un museo de “historia palestina”, aunque sin ninguna exhibición que ofrecerle al público. Un museo vacío.
Tan vacío como su historia sesgada, tan vacío como su usurpación de la verdadera identidad palestina, tan vacío como su proyecto racista de nación.
Diablos. No sé cómo es que Etgar Keret no lo quiere ver.
@IrvingGatell
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