ZVI BAR’EL
En tanto que Turquía se estabiliza en el frente diplomático, el ataque terrorista en el aeropuerto Ataturk de Estambul dejó claro una vez más cuál es el verdadero campo de batalla.
El atentado fue el segundo ataque terrorista en Turquía este mes y el séptimo en el último año. Al parecer, parte de ellos fueron perpetrados por el Grupo de los Trabajadores del Kurdistán (PKK), y otros por ISIS.
Desde su adhesión a la alianza militar occidental contra el grupo Estado Islámico, Turquía ya no puede insistir en que es inmune a los ataques del movimiento extremista. Un atentado como el del martes no es espontáneo. Esto demuestra que a pesar de la enorme inversión de Turquía en información de inteligencia para localizar a las células de ISIS, y luchar contra el PKK, una red terrorista eficiente logró mantenerse por debajo del radar de la inteligencia turca.
Sería demasiado atribuir el momento del atentado a la firma del acuerdo de reconciliación con Israel, o a la disculpa del presidente turco, Recep Tayyip Erdogan a Putin por haber derribado el avión ruso en noviembre.
Lo que sí logrará es frustrar la esperanza de Turquía de que la reconciliación podría traer nuevamente a los turistas. De hecho, desde hace algún tiempo, Turquía es considerado un país peligroso para los turistas, pero el ataque terrorista en uno de los aeropuertos más seguros, repleto de fuerzas de seguridad, demuestra no sólo la capacidad de los terroristas, sino una escalada en la elección de los blancos. El ataque fue dirigido contra Turquía, pero envía un mensaje al mundo, al igual que los bombardeos en el aeropuerto de Bruselas.
Hace sólo ocho meses, la situación de Turquía era diferente. Entonces, todavía se creía que iba de la mano con ISIS. El viceministro de Defensa ruso, Anatoly Antonov, afirmó tener pruebas de que Turquía derribó el avión ruso para proteger al Estado Islámico, y acusó a Turquía, a Erdogan y a su familia de hacer dinero de los acuerdos petroleros con la organización radical. “Turquía es el principal consumidor del petróleo robado de sus legítimos propietarios, Siria e Irak,” declaró Antonov en diciembre, y agregó: “Según los informes que hemos recibido, los líderes políticos del país – el presidente Erdogan y su familia – están involucrados en este negocio criminal.”
En respuesta, Erdogan prometió dimitirse si Moscú logra probar la participación de Turquía en el comercio petrolífero de ISIS.
En todo caso, el intercambio de gruñidos fue incrementado por las sanciones económicas rusas, que han sido de las más extremas que Turquía haya experimentado. Rusia revocó los permisos de trabajo a empleados turcos en su territorio. Las empresas turcas que operan en Rusia tuvieron que reducir sus operaciones. La fruta y la verdura de Turquía fueron confiscadas en la frontera, pero lo peor fue el cese del turismo ruso a Turquía, que arruinó cientos de hoteles, restaurantes y comerciantes que dependen de los 5 millones de turistas rusos a Turquía cada año.
La pérdida de ingresos derivados por la disminución del turismo en Turquía podría ascender a 15 mil millones de dólares en 2016, según predijo la Asociación de Inversores del Turismo hace dos semanas. Esto explica la urgencia de Erdogan para disculparse ante Putin e incluso escribirle una carta disculpándose por haber derribado el avión, en un intento de restaurar la amistad entre Rusia y Turquía.
Pero las cuestiones en juego no son sólo económicas. Rusia se ha aliado con los rebeldes kurdos en Siria – que Turquía acusa de terrorismo y de colaborar con el PKK, considerado por Ankara como una organización terrorista.
El temor de que el enclave kurdo en Siria se extienda creando continuidad territorial que podría servir como base para un territorio autónomo protegido por Rusia, preocupa a Turquía tanto como las consecuencias económicas.
Turquía logró convencer a Washington de no ayudar directamente a las milicias kurdas. Pero no ha mantenido relaciones diplomáticas con Moscú en los últimos ocho meses. Sólo hoy, miércoles, Erdogan conversará con Putin por teléfono por primera vez en todo este tiempo. Además, el ministro de Asuntos Exteriores turco Mevlüt Cavusoglu se reunirá próximamente con su homólogo ruso, Sergey Lavrov, en una conferencia en Sochi.
¿Acaso Erdogan podrá sonreír a Egipto nuevamente?
Una clara señal de las intenciones de Turquía de modificar su política exterior llegó poco después de la designación de Binali Yildirim como primer ministro, tras la ruidosa destitución de su predecesor, Ahmet Davutoglu.
Yildirim indicó que Turquía desea restaurar sus lazos de amistad con las naciones de la región, tras su vergonzoso aislamiento en Oriente Medio.
Davutoglu, que había chocado con Erdogan al oponerse a su régimen presidencial-sultánico, abogó por la estrategia de “cero problemas con los vecinos”, que se derrumbó con la guerra en Siria. Davutoglu diseñó el acuerdo de refugiados con la Unión Europea y es considerado el sensato arquitecto de política exterior frente al impredecible Erdogan.
Podemos especular que el deseo de Erdogan de apoyar a Yildirim, y posicionarse como el líder que hizo que Turquía recuperara su lugar “natural” de superpotencia regional, ahora juega un papel importante en el reposicionamiento diplomático.
Como tal, Turquía necesita mejor sus relaciones no sólo con Israel, que controla el acceso de Turquía al entorno palestino, sino también con el mundo árabe, del que se ha distanciado desde hace años. La profunda ruptura de Ankara con Egipto, tras la expulsión del presidente Mohamed Morsi, un miembro de los Hermanos Musulmanes y el ascenso de Abdel-Fattah el-Sissi, hizo que Turquía fuese marginado en el Golfo, particularmente en Arabia Saudita.
La muerte del rey saudí Abdalá y la coronación de Salman fue una oportunidad para los turcos, ya que Salman decidió formar una coalición sunita contra Irán, e incorporó a Turquía como miembro honorario.
En su visita a Turquía en abril, el rey de Arabia Saudita procuró lograr una reconciliación con los egipcios, e intentó persuadir a Erdogan a reconocer a Sissi como el presidente legítimo de Egipto. Eso no funcionó.
Tal vez ahora, tras la reconciliación con Israel y con Rusia, Erdogan cambie el tono con Egipto, que puede volver a ser un importante puente comercial entre Turquía y África. Ese puente existió en el pasado, pero se desplomó con un ensordecedor estruendo cuando Egipto canceló la mayor parte de sus acuerdos comerciales con Turquía, declarándolo una entidad hostil – a tal grado que la reconciliación entre Jerusalem y Ankara motivó a Sissi a pedir a Israel aclaraciones y garantías de que la reconciliación no será a costa de Egipto.
Sin embargo, la necesidad de una nueva política de Erdogan se extiende más allá de la región. Erdogan está irritado por la lentitud de las negociaciones para el ingreso de Turquía a la UE, las exigencias europeas de cambiar la draconiana ley del terrorismo y asegurar la libertad de expresión como condiciones para cancelar la obligación de visado para los turcos; por otro lado están los cambios previstos en la Unión Europea tras el Brexit. Todo esto motiva a Erdogan a reconstruir un nuevo círculo de países amigos de Turquía. Los nuevos vínculos con Rusia (que suministra más de la mitad del consumo de gas de Turquía) y con Israel (que podría disminuir la dependencia de Turquía sobre Irán y Rusia) proporcionaría a Turquía la influencia regional necesaria para aclarar a la UE que no depende del bloque, que no está aislado, y que puede volver a desempeñar un papel importante en la región, pese a haber fracasado una y otra vez.
Fuente: Haaretz
Traducción: Esti Peled
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