Estimado señor Mario Vargas Llosa:
Con el debido respeto que se merece como tan reconocido escritor y Premio Nobel, me dirijo a usted después de haber leído su artículo “Los justos de Israel” (aparecido en México en el periódico Reforma el domingo 26 de junio de 2016 y en Argentina en el diario La Nación https://www.lanacion.com.ar/1912838-los-justos-de-israel).
En él menciona, quizá, un poco de la situación real que existe entre los palestinos e israelíes pero no toda, aunque sé que un buen escritor, periodista, corresponsal, etcétera, no debe tomar partido de un solo lado de la situación para emitir un juicio real y debe referirse a ambas partes del conflicto por pequeño que sea. O como dice la tan trillada frase: “Para lograr un buen juicio hay que ponerse en los zapatos del otro” y pienso que a usted le faltó un poco de esta empatía.
Obviamente, es triste y dolorosa la situación que viven los palestinos, no tanto por su propia culpa o por la del Estado de Israel, sino por la de sus líderes, presidentes, representantes que desgraciadamente han obligado a Israel a tomar mayores precauciones para proteger a sus ciudadanos.
Voy a resumir:
Comienzo con Arafat, quien recibió millones y millones de dólares del exterior (ONU, diversas organizaciones, etcétera) para construir casas, escuelas, hospitales… y que no hizo nada al respecto, sólo acumuló esos cientos o miles de millones de dólares que heredaron su esposa e hija.
Posteriormente, y en palabras del afamado escritor Marcos Aguines, después de la victoria israelí en la Guerra de los Seis Días, Israel ofreció negociaciones de paz a sus enemigos, que incluían la devolución de territorios. Se les ofreció más de lo que ellos pedían tal como lo hicieron Isaac Rabin y Ehud Barack. Sin embargo la Autoridad Nacional Palestina decidió y pronunció -y lo sigue haciendo hasta ahora- las arrogantes y famosas tres frases: NO AL RECONOCIMIENTO, NO A LAS NEGOCIACIONES Y NO A LA PAZ CON EL ESTADO DE ISRAEL, y aún ahora persiste la misma decisión: hacer desparecer al pequeño Estado de Israel de la faz de la tierra, ante lo cual creo, y espero, que usted esté de acuerdo en que no es una solución nada pacifista.
Israel ayuda a la población palestina de varias maneras y le expongo un solo ejemplo: en sus ya famosos hospitales se reciben heridos graves palestinos, atendiéndolos antes que a sus propios ciudadanos cuando el estado de salud de ellos lo requiere (de esto casi nadie habla en los medios publicitarios que, como ya se sabe, están pagados con millones de dólares a favor de los palestinos).
Usted acertadamente habla de las horas que debe esperar el trabajador palestino para entrar a trabajar a territorio de Israel, pero a pesar de ello sigue habiendo atentados contra civiles en dicho país
¿De qué otra manera pudieran evitarse esos actos terroristas?, como comúnmente se dice es más fácil emitir una opinión cuando no se ha perdido a un hijo(a), a un familiar cercano o que cuando alguien tiene a su familia completa en buenas condiciones, en un país que está en paz y que no tiene que temer día a día por la vida de sus familiares.
Respecto a las fotografías en los medios publicitarios palestinos, la moral del estado de Israel prohíbe que salgan a la luz fotografías de muertos, heridos o partes desprendidas de algún cuerpo humano muerto, ya sea de judíos, palestinos o de cualquier otro origen.
Ojalá esta ética la consideraran también otras religiones y otros países que publican tantas fotos arregladas, tan morbosas y sangrientas que dan la vuelta al mundo para promover mayor odio israelí y mayor morbo y compasión hacia los palestinos.
Termino diciéndole, estimado señor Vargas Llosa, que siendo usted una de las personas más famosas del mundo yo le pediría que si se lo propone y en compañía de amigos y tanta gente que lo conoce físicamente o a través de sus obras, tratara de hacer algo para lograr una verdadera paz entre Israel, los palestinos y otros países árabes.
Créamelo, sinceramente se lo agradeceríamos todos los judíos del mundo y muchos no judíos también, ya que así, además, lograría el mayor triunfo de su vida, amén de su larga y bien cimentada carrera literaria.
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