JAMES GLANZ-RAMI NAZZAL
Cada vez hay menos permisos para trabajar de manera legal y eso impulsa el negocio de quienes ayudan a los palestinos a cruzar por arriba, por abajo, a través o alrededor de la barrera de seguridad con Cisjordania.
A las 4:15 de la madrugada en un callejón sin salida, un palestino de 33 años salió corriendo de entre las sombras de unos edificios con una escalera de madera desvencijada. La colocó contra el enorme muro de concreto y subió. Tuvo que escalar los últimos dos metros porque la escalera era demasiado corta.
El muro, que Israel empezó a construir hace más de una década para impedir los ataques suicidas de la segunda Intifada, está hecho para evitar que los palestinos de los territorios ocupados de Cisjordania entren a Israel sin pasar por sus controles militares.
Pero el palestino se posó en un hueco del alambre de púas que se encuentra en casi toda la parte superior del muro, que serpentea a lo largo de 643 kilómetros. Le hizo señas a un sedán blanco marca Daewoo que había llegado a un alto y uno a uno salieron cuatro hombres del auto, subieron la escalera y pasaron por una cuerda hacia el otro lado.
En cuestión de minutos, otro auto llevaba a toda velocidad a los hombres a obras en Israel, donde muchos palestinos no tienen permiso de trabajo, y el hombre con la escalera los dejó para buscar a más trabajadores que estuvieran dispuestos a pagar para escalar el muro.
“En Cisjordania hay estafadores”, dijo el hombre, que, como el resto de los más de 25 palestinos entrevistados para este artículo, habló con la condición del anonimato porque estaba infringiendo la ley. “O los llamas ‘estafadores’ o los llamas ‘comerciantes’”.
Este tipo de cruces de madrugada es parte de una industria de paso ilegal de personas que permite que una cantidad incalculable de gente pase por arriba, por abajo, a través o alrededor de lo que los israelíes llaman la “barrera de seguridad”; todo por un precio.
Esa actividad económica ofrece beneficios para todos los involucrados: los trabajadores palestinos ganan el doble o el cuádruple de los salarios que recibirían en Cisjordania; los contratistas israelíes y los dueños de los restaurantes pagan menos por trabajo ilegal que a los palestinos con permiso, y los pasadores ganan entre 65 y 200 dólares por cada persona que pasan. El castigo para quienes son descubiertos generalmente es enviarlos al otro lado.
Esto crea un agujero en el sistema que regula el acceso a los palestinos que trabajan dentro de Israel, y tiene implicaciones de seguridad: agresores como los dos palestinos que asesinaron a cuatro personas a balazos este mes en un café de Tel Aviv también se escabullen por ahí.
Los dos hombres vivían en Yatta, un pueblo al sur de Cisjordania, cerca de donde la barrera inconclusa consiste solo en una malla de metal. Micky Rosenfeld, un portavoz de la policía israelí, dijo que habían entrado a Israel de manera ilegal, “lo más probable es que haya sido por una de las zonas que están abiertas o no han sido terminadas”.
El Shin Bet, la agencia de seguridad interna de Israel, dijo que desde el primero de octubre del año pasado al primero de febrero de este, más de veinte palestinos que han atacado en Israel estaban en el país de manera ilegal.
Desde el último ataque en Tel Aviv, el Ministerio de Defensa de Israel ha prometido ampliar de manera más efectiva la barrera hacia el sur, una zona muy transitada por los pasadores del muro.
Pero otra respuesta del gobierno ante la matanza fue la cancelación de 83.000 permisos especiales para que los palestinos cruzaran durante el mes sagrado del Ramadán, lo cual puede revelar lo complicado que será detener el flujo de personas.
La rentabilidad del contrabando
El viernes después del ataque, en el control militar de Qalandia, a las afueras de la ciudad de Ramala, hombres parados al borde de una multitud intranquila que ya no pudo pasar gritaban “Tahreeb, tahreeb” (“Paso, paso”, en árabe).
“Debemos entender que nunca se resolverá el problema”, dijo Nitzan Nuriel, un general israelí retirado, exdirector de la agencia antiterrorista del gobierno. “Siempre que hay trabajadores ilegales, constituyen una parte de la realidad, una parte de la economía”.
Nuriel, que ahora trabaja en el Centro Interdisciplinario de Herzliya, dijo que el reto es hacer un filtro para diferenciar a los terroristas de los trabajadores. “Hay que decidir”, agregó, “cuáles son los peces que se debe atrapar y cuáles lo que se debe dejar nadar”.
El desempleo de los palestinos en Cisjordania es casi del 20 por ciento, e incluso es mayor entre la gente joven. Según Khalil Shikaki, director del Centro Palestino para la Investigación Política en Ramala, los salarios diarios rondan los 20 dólares. Varios palestinos que trabajan ilegalmente en sitios de construcción israelíes dicen que ganan entre 80 y 100 dólares al día.
Esa cantidad sigue siendo un gran negocio para las empresas israelíes, que tienen que tratar a los palestinos con permisos de trabajo de forma similar que tratan a los trabajadores israelíes, en términos de salarios y prestaciones, cubriendo días de permiso por enfermedad, vacaciones, seguro médico y pensiones.
En la actualidad, hay cerca de 55,000 palestinos que trabajan legalmente en Israel, y un estimado de 20.000 en las colonias, según el Ministerio de Trabajo de Palestina. Este número está debajo del pico de 140.000 que había antes de la segunda Intifada el año 2000, explica el ministerio (cuando la población era cerca de dos tercios del tamaño actual).
La estimación de la cantidad de trabajadores ilegales varía bastante. Shikaki mencionó que 30.000 era una cifra probable; Nuriel dijo que era cerca de 60.000, dependiendo de la época del año. La mayoría trabaja en construcción, agricultura o restaurantes.
Rosenfeld, el portavoz de la policía, dijo que recogían cientos de trabajadores ilegales cada semana, pero que las autoridades “se estaban enfocando en arrestar a los que intentaban meter ilegalmente a los palestinos”.
En Israel, un trabajador ilegal con un casco amarillo a quien llaman Abu Khalid calculó que había cruzado el muro más de diez veces solamente en el último año. Como muchos otros entrevistados, dijo que su rutina era cruzar el muro, trabajar dentro de Israel unos días o unas semanas y después regresar a Cisjordania para descansar un poco. Algunos empleadores albergan a los trabajadores en remolques, algunos trabajadores se quedan con familiares o amigos y otros, como Abu Khalid, acampan al aire libre.
A sus 50 años, tiene el rostro arrugado y muy curtido por el sol. Abu Khalid dijo que un paquete que incluya saltar el muro y el transporte al sitio del trabajo cuesta alrededor de 800 séqueles por un viaje solo; cuando van tres hombres juntos, contó, pueden cruzar tal vez por 300 séqueles cada uno.
“Es mucho dinero”, dijo Abu Khalid.
Los trabajadores “marcan su tarjeta” en cuanto llegan al sitio de trabajo, agregó, y tanto los contratistas israelíes como los palestinos saben que no tienen permiso. Al final del día, continúa Abu Khalid, “vamos a buscar una manguera de agua para bañarnos y después buscamos un buen árbol para dormir bajo la sombra”.
El terrorismo es malo para el negocio
El paso no siempre es tan sencillo como subir por una escalera y bajar por una cuerda. Dos trabajadores jóvenes —Ahmad, de 19 años, y Bassem, de 21— sentados en una terraza en su pueblo al norte de Ramala, se reían de la ocasión en que las fuertes medidas de seguridad los obligaron a pasar por debajo del muro, y no por encima.
“Pasamos por una cañería como serpientes”, dijo Bassem.
El padre de Ahmad, que también habló desde el anonimato por miedo a las consecuencias legales, dijo que su hijo era una fuente primaria de ingresos para la familia. Sin embargo, Ahmad también es una fuente de ansiedad profunda por cómo se va al trabajo.
“Cuando va y vuelve, tengo la mano en el corazón por miedo de que algo le pase”, dijo el padre.
Ningún lugar de paso es más peligroso que el sur de Cisjordania, por donde es más probable que hayan cruzado los sospechosos del ataque en Tel Aviv, que además, son primos.
“No sabes con quién vas caminando”, dijo Mahmoud Khalil, de 19 años, un palestino que estuvo trabajando en un sitio de construcción israelí pero no tenía permiso.
Khalil es de Yatta, como los sospechosos, pero dijo que no conocía a los primos y llegó a Israel a ganar dinero para su familia solo. Mencionó que pagó 250 séqueles para pasar de manera segura a través de un gran hueco en el muro cerca del pueblo de Dahriya, al sureste de Yatta.
Un chofer que trabaja para los pasadores en Dahriya, que habló con la condición de ser identificado solo como Abu Ramzi, dijo que él y sus colegas alertan a las fuerzas de seguridad palestinas al primer indicio de que un cliente intente cometer actos de violencia en Israel. Se quejó de que el Ejército israelí haya redoblado el número de patrullas en la parte sur del muro desde los ataques de Tel Aviv.
“Antes del último ataque, el ejército hacía como si no pasara nada: cruzaban juntos 30 o 40 trabajadores a Israel”, dijo Abu Ramzi, de 34 años. “Este último ataque ha complicado temporalmente nuestra operación”. Aunque, dijo, “siempre hallaremos la forma de meter a esos trabajadores”.
Fuente:nytimes.com
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