IRVING GATELL PARA AGENCIA DE NOTICIAS ENLACE JUDÍO MÉXICO – Pese a la abierta oposición de distinguidos miembros del gabinete –como Avigdor Lieberman, Ayelet Shaked y Naftalí Bennett–, Netanyahu tiene un proyecto que incluso a la mayoría de la población israelí le parece extraño: reconciliarse con Turquía. Según los sondeos de opinión, más de la mitad de los israelíes están en contra de semejante movimiento político.
¿Por qué Netanyahu, un político con mucha experiencia y una elevada capacidad de previsión, insiste entonces? Pareciera una locura o imprudencia, pero al empezar a rascarle al asunto, se asoma otro panorama.
Es lógico que haya una marcada animadversión política por parte de Israel hacia Turquía. La hostilidad del país heredero del Imperio Otomano hacia Israel ha sido notable; durante muchos años, el presidente turco Erdogán no ha tenido empacho alguno en apoyar a grupos terroristas abiertamente comprometidos con destruir a Israel, como Hamas. En su descontrol sin límites, ha exigido en repetidas ocasiones que Israel cancele el bloqueo militar a Gaza, e incluso que permita que Turquía se haga cargo de ese enclave costero actualmente gobernado por terroristas. Muchos dirigentes de Hamas han establecido su residencia en Estambul, y se sabe que desde allí se organizó el secuestro de tres jóvenes israelíes en 2014, situación que detonó la última guerra entre Israel y Gaza.
También están los casos de las flotillas de “activistas” que intentan romper el bloqueo a Gaza. El caso más famoso fue el del Navi Marmara, hace seis años, interceptado por tropas israelíes cuando intentaba acercarse a Gaza, y cuyos tripulantes agredieron a los soldados judíos intentando matarlos. En la confrontación que se dio cuando las tropas israelíes se defendieron, murieron diez turcos. De hecho, este fue el evento que llevó al máximo deterioro posible las relaciones entre Turquía e Israel, que terminaron con el retiro mutuo de embajadores.
Desde entonces, la exigencia turca para una posible reconciliación ha sido que Israel ponga fin a su embargo contra el grupo terrorista Hamas, y que se pague una indemnización a los familiares de los muertos del Navi Marmara.
Turquía no sólo se ha peleado con Israel. En realidad, esa misma actitud beligerante y poco mesurada le ha llevado a ponerse en pleito con prácticamente todos.
El problema ha sido, fuera de toda duda, que Erdogán perdió el piso hace mucho. Prácticamente enloqueció. Vive obsesionado con el sueño de convertirse en el nuevo Sultán Otomano, y su arrogancia le ha llevado a tratar con la punta del pie a cualquier cantidad de grupos, personas y hasta países. Primer Ministro entre 2003 y 2014, y Presidente desde entonces, su agresividad ha ido en aumento al mando del país con el ejército más poderoso de la OTAN, salvo por el de Estados Unidos.
Pero tanta imprudencia no puede quedar sin consecuencias. En el marco de la guerra civil en Siria, Erdogán ha logrado lo que nadie se hubiera imaginado en otros tiempos: dejar a Turquía en el aislamiento político casi total.
Erdogán sueña con reconstruir la gloria del Imperio Otomano. Desde que comenzó la guerra civil en Siria hace cinco años, calculó que podría ser el momento para desplazar a Irán del control de Siria. Por ello, desde Turquía se empezó el apoyo hacia grupos extremistas islamistas alzados en armas contra Bashar el Assad.
La llegada del Estado Islámico vino a complicar el panorama sirio e internacionalizó el conflicto. Poco a poco y además de Turquía e Irán, otros países como Rusia, Estados Unidos y varios miembros de la Unión Europea se unieron al conflicto, aunque no de manera unificada. La consecuencia inevitable fue que la confrontación, lejos de resolverse, empeoró.
Turquía no tuvo empacho alguno en apoyar abiertamente al frente Al-Nusra, uno de los grupos rebeldes islamistas más radicales del conflicto; además de brindar su apoyo velado pero significativo al propio Estado Islámico.
Esa situación puso, poco a poco, a Erdogán en abierto conflicto con Rusia –que está apoyando a Bashar el Assad justo porque no quiere que se cree un vacío de poder que sea inmediatamente capitalizado por el Estado Islámico– y con los Estados Unidos y la Unión Europea –que apoyan a los grupos rebeldes no radicales y que desean la deposición de Bashar el Assad para que se pueda establecer un nuevo gobierno en Siria–.
El panorama se complicó más cuando se hizo pública la evidencia que demostraba que el hijo de Erdogán hacía negocios en beneficio del Estado Islámico. Con ello, el presidente turco vio muy comprometida su imagen ante el resto de la OTAN, y las fricciones en la frontera con Siria e Irak se incrementaron.
Aparte de ello, está la vieja disputa que Turquía tiene con la minoría kurda. Erdogán ha tratado de aplastarla, infructuosamente. Pero el problema ha ido más lejos, debido a que los kurdos son la principal oposición al Estado Islámico en términos prácticos, y los ataques de Erdogán hacia las milicias kurdas sólo han empeorado su imagen ante los países involucrados en el conflicto en Siria.
El clímax de su imprudencia se dio el año pasado, cuando la artillería turca derribó un avión ruso en la frontera con Siria. De hecho, fue en un momento en el que Turquía estaba particularmente desprestigiada y en franco deterioro de sus relaciones con Rusia. Es muy probable que Erdogán haya intentado generar una fricción extrema, incluso con riesgo de una confrontación abierta con Vladimir Putin, para presionar a la OTAN a ponerse a favor de Turquía.
Pero la OTAN no reaccionó. En términos prácticos, dejó sola a Turquía en su pleito con los rusos, y Erdogán se vio aislado como nunca en el panorama internacional. Había logrado enemistarse con todos.
Rusia mantenía varios negocios con Turquía, especialmente en materia de energéticos. De inmediato, muchas de estas transacciones se cerraron por órdenes del gobierno de Moscú. La consecuencia fue que, además de la debacle diplomática, Turquía también vio comprometida su estabilidad económica, en un marco donde ningún país vecino mostró ninguna disposición a ayudar (sobra decir que Turquía también tiene problemas con Grecia y con Chipre).
Por eso llama la atención la postura de Netanyahu. ¿Para qué quiere reconciliarse con un país que todo lo ha hecho mal en los últimos años? Cierto que ya logró que Erdogán renuncie a sus exigencias de que se levante el embargo a Gaza, y de que esa zona quede bajo control turco. Pero ¿eso justifica el nuevo acercamiento israelí? O dicho de otro modo: ¿Realmente Israel necesita mejorar sus vínculos con Turquía?
Netanyahu sabe perfectamente bien que en política, al igual que todo en la vida, las cosas cambian.
Hace cinco años era impensable un acercamiento entre Israel y Arabia Saudita. Y, sin embargo, los conflictos derivados de la guerra civil en Siria ya provocaron ese “milagro”. El mapa geopolítico de Medio Oriente se ha redefinido, y un nuevo bloque de aliados integrado por Egipto, Israel, Jordania y Arabia Saudita (con todos los Emiratos Árabes detrás) ha tomado forma y promete ser el bastión de estabilidad en un futuro no muy lejano.
Otra situación que hace cinco años nadie hubiera previsto es que esos países, tradicionalmente aliados de Estados Unidos, cambiaran su prefrencia sin ningún recato y optaran por acercarse a Rusia. Claro, hace cinco años nadie se imaginaba que la política exterior de la administración Obama fuese a resultar tan desastrosa.
Del mismo modo, nadie hubiera calculado que Irán se metería en tantos problemas y además perdería el control absoluto sobre Siria, arrastrando con ello a Hizballá a una guerra que no le ha dejado nada bueno, y que sólo ha servido para destruir por completo su reputación en el mundo musulmán.
Sin embargo, la visión política de Netanyahu permitió que Israel se anotara varios puntos a favor en medio de toda esta convulsión que nadie predijo.
Contrario a las amenazas de la izquierda israelí, según las cuales Israel quedaría aislado por culpa de la política “intransigente” de Netanyahu, la realidad es que si un país está cómodamente posicionado en todo este conflicto es Israel.
Por ejemplo: Rusia se involucró hace un año directamente en la guerra, y lo hizo con el definido objetivo de defender a Bashar el Assad y evitar que los grupos rebeldes apoyados por Estados Unidos y la Unión Europea, además del Estado Islámico, lo tumbaran del poder. Eso, en apariencia, lo puso del lado de Irán, enemigo abierto de Turquía, Arabia Saudita e Israel. Muchos consideraron que con esa nueva estrategia, el país que más vería afectada su fuerza e influencia política y militar en la zona sería, precisamente, el Estado Judío. Incluso, no faltaron los antisemitas que de inmediato celebraron que “iban a poner a Israel en su lugar”.
Pero no. A la larga, sucedió todo lo contrario: Rusia e Israel se han coordinado de tal manera que ambos han podido defender sus propias agendas militares sin interferir uno con el otro. De hecho, la percepción obligada a estas alturas es que las dos naciones se han acercado al punto en que, más bien, ahora son aliados.
Cierto: Rusia está defendiendo a Bashar el Assad, pero también es cierto que Israel prefiere que Assad siga en el poder. Y es que ambos están conscientes de que cualquier vacío de poder en la zona sería inmediatamente copado por grupos islamistas como el ISIS o Al-Qaeda. Assad, a fin de cuentas, es un dictadorzuelo mediocre y predecible, fácil de controlar. Hasta el inicio de la guerra civil en Siria, Israel mantuvo a raya todas las coyunturas conflictivas que se dieron con Siria, incluyendo la destrucción de una planta de desarrollo nuclear.
También es cierto que Rusia hace demasiados negocios con Irán, y eso pareciera ir en contra de los intereses de Israel. Pero no es tan simple. En realidad, Rusia está justamente haciendo eso: negocios. Putin sabe que Irán está obsesionado con recuperar el control geopolítico que tuvo alguna vez en Siria, y para ello necesita asesoría militar y armas. Y sabe que Estados Unidos acaba de levantar una serie de sanciones contra Irán que han permitido que el país de los Ayatolas disponga de cerca de 100 mil millones de dólares en efectivo. Y, sobre todo, sabe que Irán es lo suficientemente imprudente como para gastarse ese dinero en armas rusas.
Por eso a Rusia le conviene que el conflicto en Siria sea lo más largo posible. Va a ser una fuente de dinero fresco justo en los momentos en que la caída en los precios del petróleo ha puesto en crisis a la economía rusa.
Todo ello deja en claro por qué Putin no tiene interés alguno en confrontarse con Israel. Consciente de que la ineptitud de Obama ha dejado a Estados Unidos fuera de la jugada, en el Kremlin saben que la estabilidad de Medio Oriente vendrá de Israel, Egipto, Jordania y Arabia Saudita. Y estabilidad significa negocios en una zona donde está el país con mayor inovación tecnológica per cápita (Israel) rodeado de aliados que todavía gozan de mucho dinero en los estertores de la era del petróleo (como Arabia Saudita).
Es obvio que Rusia no se quiere pelear con ellos. Todo lo contrario: mientras mejores posibilidades haya de fortalecer los vínculos económicos y comerciales, más beneficios reales habrá para Rusia, un gigante en crisis desde hace casi 30 años. Llegado el momento, Irán va a ser fácilmente desechable para Putin. En este momento tiene mucho dinero que se le puede quitar fácilmente por sus obsesiones militares, pero eso se va a acabar.
Pero ¿qué opina Rusia de una posible reconciliación entre Israel y Turquía? Aparentemente, nada que cause preocupaciones en Jerusalén. Netanyahu estuvo apenas en Moscú, y para ese entonces ya estaban muy avanzadas las conversaciones extra-oficiales entre turcos e israelíes en pro de la reconciliación. Pese a ello, ni Netanyahu ni Putin hicieron comentarios al respecto. Y desde que el asunto se ha vuelto público y está en boca de todos, Rusia sigue sin expresar ningún tipo de molestia. Pareciera, con ello, que es una situación que le complace.
Y vuelvo al punto: Netanyahu tiene una gran capacidad de previsión política. Putin también. Prevén que algo bueno puede salir de todo esto.
Y es que, como ya se dijo, nada es eterno en política. Y eso incluye a Erdogán, un líder que ha dilapidado su prestigio en proyectos inútiles, y que ahora ni siquiera puede ofrecerle seguridad a su propia población (Turquía es el país donde se están dando atentados terroristas graves con más frecuencia).
Con Erdogán, sin él, o a pesar de él, es previsible que Turquía cambie de rumbo política en un plazo nada lejano. Su situación es insostenible.
La pregunta es ¿hacia dónde se va a mover? Evidentemente, Israel ha tomado la iniciativa para que, llegado el momento adecuado, Turquía se mueva hacia el nuevo eje El Cairo – Jerusalén – Amán – Ryad. Si es así, Putin está sonriendo más que complacido en su cómodo sillón del Kremlin.
Imagínense un bloque económico y militar integrado por las dos mayores potencias militares de la zona (Israel y Turquía), el líder del mundo petrolero árabe (Arabai Saudita), la puerta de acceso al mercado africano (Egipto), el país que tiene que ponerle los límites a las pretensiones territoriales de Irán y del Estado Islámico (Jordania), la puerta de acceso al mercado europeo (Turquía), y la nación con mayor desarrollo tecnológico per cápita en el mundo (Israel).
Me parece que Rusia ya se lo imaginó, y ya está haciendo cuentas felices de los futuros negocios. Obama, Hillary y Trump, evidentemente, ni se han enterado de lo que sucede, así que Rusia lleva toda la ventaja posible. ¿Europa? Sigue en sus babas. Nunca ha entendido al Medio Oriente; siempre ha querido imponer soluciones de estilo colonialista, y sólo ha logrado fallo tras fallo. ¿Irán? Su poderío está en decadencia. Sacrificó a Hizballá para mantener a Assad en el poder, y de todos modos perdió toda la parte oriental y central de Siria. Además, su deuda con Rusia es enorme y sigue creciendo.
¿Y Turquía? Era quien más había perdido, pero ahora tiene una inmejorable oportunidad de empezar a acercarse al grupo de países que mejor futuro tienen en esa zona.
Si Erdogán es moderadamente inteligente, se moverá hacia allá. Si no, serán los turcos los que le pongan fin a su fallido proyecto imperial.
Mientras tanto, Netanyahu está haciendo todo lo posible para vencer los prejuicios de la clase política israelí y dar el primer paso en la construcción de un puente que, a mediano y largo plazo, puede darle una fisonomía completamente distinta al Medio Oriente.
@IrvingGatell
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