JONATHAN FREEDLAND
Operación Entebbe fue la misión de rescate más atrevida de una generación, con un reparto que incluyó a tres futuros primeros ministros, a Idi Amin y más de 100 rehenes.
SILVIA SCHNESSEL PARA AGENCIA DE NOTICIAS ENLACE JUDÍO MÉXICO – El 4 de julio de 1976, el día en que EE.UU. celebraba su cumpleaños número 200, un inmigrante israelí recibió una llamada telefónica que cambiaría su vida. Era un estudiante de Cambridge, Massachusetts, conocido por el nombre de Ben Nitay, una abreviatura americanizada del original, lo mejor para adaptarse a la tierra donde esperaba forjarse una carrera empresarial y construir una vida. Al teléfono estaba su hermano menor, que llamaba con graves noticias. Se trataba de su hermano mayor Yonatan, o Yoni. De pequeños, lo habían idolatrado; él era el que los guiaba en sus juegos, sentían que él los había criado. Tenía 30 años, era terriblemente guapo y estaba recién instalado como jefe de unidad del comando de élite Sayeret Matkal de Israel. En las primeras horas de ese día, Yoni había liderado una incursión para rescatar a más de 100 rehenes israelíes retenidos en Entebbe, Uganda. Se acababan de enterar que la operación había sido un éxito sorprendente y los rehenes estaban libres. Pero el líder en el terreno – Yoni – había muerto en acción. Su hermano estaba muerto.
Y así, mientras los que le rodeaban observaban las bandas de música marchando y celebraban fiestas en la calle con motivo del bicentenario de Estados Unidos, y mientras el mundo se maravillaba ante la audacia de una incursión militar que desafió todos los pronósticos, Ben Nitay – nacido Binyamin Netanyahu – condujo siete horas en coche a la Universidad de Cornell en Ithaca, Nueva York, donde su padre enseñaba. Con 26 años, estaba decidido a dar la noticia en persona a sus padres.
“Caminé hacia el camino que llevaba a su casa, que tenía una gran ventana en el frente”, recuerda 40 años después, sentado en la oficina de primer ministro israelí, que ha sido suya, intermitentemente, durante 10 de los últimos 20 años. “Pude ver a mi padre que iba y venía. Y, de repente, volvió la cabeza y me vio. Su mirada fue de sorpresa, pero comprendió de inmediato y dejó escapar un grito agudo. Y entonces entré”. Netanyahu hace una pausa mientras vuelve a vivir el momento. “Eso fue aún más duro que la muerte de Yoni: decírselo a mi padre y a mi madre”.
La familia voló en absoluto silencio desde los EE.UU. a Israel para asistir al funeral del hijo y hermano que ya había sido condecorado como héroe militar y ahora estaba a punto de entrar en la mitología nacional. El nombre de Netanyahu tomaría su lugar en el panteón israelí y, en el proceso, abriría un camino que llevaría al joven Binyamin a lo alto de la política israelí – un camino que comenzó en Entebbe.
La carrera de Netanyahu es el legado más visible de ese día de julio de hace cuatro décadas, pero el impacto de Entebbe también se sentirá en un sinnúmero de otras maneras. Con su extraordinario elenco de personajes – incluyendo un trío de futuros primeros ministros israelíes, así como el gigantesco, volátil dictador de Uganda Idi Amin – Entebbe alteraría el cálculo en el conflicto entre Israel y los palestinos, cambiando la forma en que Israel se veía a sí misma y era vista por otros. Llegaría a parecer una alta marca indeleble en las actitudes globales para el país, tal vez la última vez que Israel fue visto con admiración en lugar de sospecha u hostilidad. Entebbe se convertiría en un sinónimo de audacia militar, objeto de tres películas de gran éxito, impartidas y estudiadas por los ejércitos de todo el mundo – incluidos los arquitectos de la incursión que capturaron y mataron a Osama bin Laden. Una incursión que duró un total de 99 minutos seguiría viva durante décadas.
Fuente: The Guardian – Traducción: Silvia Schnessel – Reproducción autorizada con la mención: ©EnlaceJudíoMéxico
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