Los gobiernos de Erdogan y de Netanyahu resolvieron limar las asperezas llegando a acuerdos que implican concesiones de las dos partes.
ESTHER SHABOT PARA ENLACE JUDÍO MÉXICO – Dos días antes de que Turquía fuera centro de la atención internacional por el sangriento ataque terrorista en el aeropuerto de Estambul que el martes pasado cobró 44 víctimas mortales y cerca de 240 heridos, se había anunciado que luego de seis años de desavenencias y fuertes tensiones que rebajaron hasta el mínimo sus relaciones diplomáticas, Turquía e Israel se reconciliaban. La crisis entre los dos países se había detonado en 2010 a partir del incidente en el que el buque turco Mavi Marmara fue interceptado por fuerzas israelíes cuando pretendía llegar a las costas de Gaza para presuntamente descargar ayuda humanitaria. En el choque violento que se desencadenó al abordar los israelíes la nave, nueve ciudadanos turcos murieron y de ahí en adelante los reclamos, acusaciones e insultos entre los gobiernos de Ankara y Jerusalén acabaron por agriar y minimizar una relación que había sido una de las más estrechas en la región hasta poco antes.
Y es que en efecto, no sólo el intercambio económico y el turismo florecieron entre Turquía e Israel en los años previos, sino que, sobre todo, fue importantísima para ambas naciones la cooperación militar que arrancó desde la década de los 60 y llegó a su cumbre en los años 90. En 1994 se firmó entre ellos el Acuerdo para la Cooperación en Defensa y en 1996 el Acuerdo para la Cooperación en Entrenamiento Militar. El estrecho vínculo en cuanto a asuntos de inteligencia y el abasto por parte de Israel a Turquía de productos sofisticados de su industria militar formaron parte del cuadro de intereses geoestratégicos compartidos. El incidente del Mavi Marmara puso fin a mucho de esto, además de que los virajes políticos de los gobiernos de Anakara y Jerusalén derivados de los nuevos escenarios surgidos a partir de la llamada Primavera Árabe, contribuyeron a dejar sin reparar los daños sufridos en la relación entre los dos países.
Sin embargo, ante el turbulento panorama que ofrece hoy la región de Oriente Medio, donde los riesgos graves que emergen desde distintos frentes son cada vez más difíciles de conjurar, tanto el gobierno de Erdogan como el de Netanyahu resolvieron limar las asperezas llegando a acuerdos que implican concesiones de las dos partes. Israel, por un lado, aceptó indemnizar con un monto de 20 millones de dólares por los nueve navegantes turcos muertos, además de que dio su visto bueno para que Turquía emprenda en Gaza la construcción de un hospital, una planta energética y una desalinizadora, además de poder transferir ayuda humanitaria a los palestinos de la Franja siempre y cuando la carga llegue al puerto israelí de Ashdod para de ahí transportarse a Gaza. A cambio, Turquía aceptó retirar las demandas en la corte contra cuatro altos oficiales militares israelíes involucrados en el incidente de la flotilla, impedir que el Hamas que gobierna en Gaza lance acciones terroristas desde territorio turco, e interceder para que dos civiles israelíes cautivos en Gaza y dos cuerpos de israelíes retenidos ahí también por el Hamas, sean devueltos a Israel. Estos acuerdos se complementan con la reinstalación de los embajadores respectivos y la eliminación de cualquier tipo de sanciones mutuas que hubieran operado durante los últimos seis años.
Evidentemente se trata de una reconciliación, fruto de las necesidades pragmáticas de ambas partes en estos momentos precisos. Sin embargo, no todo está asegurado al respecto. Voces más intransigentes que repudian las concesiones realizadas por considerarlas humillantes, insuficientes e indignas han surgido tanto en el seno de sectores integrantes del gobierno israelí actual, como también en el bando turco y en el campo palestino conectado con estos desarrollos. Así que el éxito de esta reconciliación es un asunto cuyo futuro hay que poner todavía entre signos de interrogación dadas las fuerzas que siguen empeñadas en actuar en sentido contrario para frenarlo.
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