Durante este periodo religioso, que acaba de terminar, las acciones terroristas con centenares de víctimas mortales fueron múltiples.
POR ESTHER SHABOT
AGENCIA DE NOTICIAS ENLACE JUDÍO MÉXICO – El noveno mes del calendario musulmán es el llamado Ramadán, el cual constituye uno de los cinco pilares del Islam al ser un periodo sagrado de observancia obligatoria para los fieles en el cual está prohibido comer, beber y fumar desde el amanecer hasta el anochecer, cuando finalizado el día se realizan festivas cenas opíparas. Debido a su carácter de calendario lunar, el festejo cada año va cayendo en fechas adelantadas con respecto al calendario solar, con la consecuencia de que, como es el caso en este año, la observancia del Ramadán se da durante época de verano volviéndose por ello más larga y pesada. Y por supuesto, depende del grado de ortodoxia de las poblaciones de fe islámica en el mundo la rigidez o flexibilidad en cuanto al cumplimiento de los mandatos propios del Ramadán.
En estos últimos años ha sido común además, que el fervor derivado de la celebración del Ramadán se ha traducido en una exaltación mayor de las corrientes yihadistas que consideran que se trata del periodo ideal para combatir a “los infieles” sean éstos no musulmanes, o musulmanes que no se ajustan al modelo adecuado que es el que ellos practican. De tal suerte que durante el Ramadán que acaba de terminar las acciones terroristas magnas que cobraron centenares de víctimas mortales fueron múltiples: en Turquía, Bangladesh, Irak y Arabia Saudita miembros del Daesh o Estado Islámico hicieron de las suyas haciendo de este Ramadán un mes de inmenso luto y dolor para familias y naciones que se vieron sacudidas por la furia asesina de esa organización.
La forma de celebración del Ramadán también es, por otra parte, un buen termómetro para medir otros aspectos de las sociedades musulmanas. Está, por ejemplo, el caso de la Turquía actual, donde cada vez se vuelven más estrictas y extendidas las prácticas propias de ese periodo religioso y, como contraparte, más censurados y sancionados quienes no las cumplen. La islamización de la vida pública que ha avanzado notablemente en Turquía a partir de los gobiernos del presidente Erdogan, ha producido una ofensiva religiosa que continuamente resta legitimidad a la tradicional vida secular turca impulsada por Kemal Ataturk a partir de la fundación de la Turquía moderna en los años veinte del siglo pasado. Hoy existe en ese país una agencia gubernamental llamada Presidencia de Asuntos Religiosos (Diyanet) que cuenta con un presupuesto para este año de 21.4 millones de dólares. Entre sus actividades está el patrullar las calles para sancionar violentamente a quienes se sorprenda comiendo o fumando durante el Ramadán, además de que organiza y patrocina la transmisión de los rezos diarios en los medios masivos de comunicación.
Las redes sociales se han vuelto también muy reveladoras de las polémicas y los antagonismos derivados de estos temas. Mientras los usuarios seculares se quejan y burlan del fanatismo con que gobierno y público religioso practican el Ramadán, los fervorosos creyentes califican a sus rivales de inmorales y de corruptos destructores de los valores tradicionales y familiares de la comunidad. En esta dicotomía del ánimo social el gobierno se ubica claramente en el bando de la militancia a favor de la presencia cada vez mayor de los principios y prácticas religiosas en la vida general del país. En este contexto, la propuesta de que un magno y espléndido edificio que hoy funciona como museo, el Hagia Sophia, sea convertido en mezquita, se está volviendo clamor popular con la clara anuencia del gobierno. Esa antigua construcción fue hasta antes de la conquista otomana de 1453 una memorable iglesia ortodoxa cristiana; pasó a ser convertida en mezquita bajo el sultán Mehmet II, y en 1934 bajo el modelo de Ataturk se destinó a museo. Hoy se plantea recuperar su función de mezquita en concordancia con los vientos de islamización que se fortalecen en Turquía y que representan, sin duda, un intento de regreso a los orígenes reales o imaginados, como forma de recuperación de glorias y purezas perdidas.
Fuente: Excelsior – Esther Shabot
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