NELLY HUSNY SMEKE
Afirmar que los fundamentalistas islámicos son víctimas, puede resultar, a simple vista, un poco descabellado e incluso un tanto irónico. Si se analiza y reflexiona con toda precisión, lo que viven y lo que aprenden en su entorno estos terroristas, se puede abrir un debate interesante.
Como lo cita Christopher Catherwood en su libro, “Guerras en Nombre de Dios”. “A partir de lo sucedido el 11/9 en los Estados Unidos y el 7/7 en gran bretaña, hay una tendencia en Occidente a considerar a los musulmanes como criminales y a los occidentales como víctimas”.
Los terroristas son seres humanos atrapados en un sistema de odio y muerte, piezas de un mecanismo de guerra., son radicalizados al punto de convertirse en meros soldados o carnes de cañón, de un régimen podrido, lleno de intereses geopolíticos y económicos, disfrazados de religión, espiritualidad y pureza.
La raíz del problema radica en la ideología, la doctrina y los valores que se les instruye. El odio y el rencor fomentado, donde la prioridad de su vida es la muerte, en donde el éxito se mide en el número de muertes que logren como yihadistas y el impacto o dimensión del daño que se infrinja a los “infieles”.
Occidente debe poner un alto, debe frenarlos, y no mediante la guerra a la que está tradicionalmente acostumbrado, debe aprender a combatir un tipo de guerra muy diferente.
Hoy en día vivimos, como llaman los teóricos de las relaciones internacionales, una “guerra asimétrica”, que inclusive, también ocurre dentro de la mente de las personas, no solamente dentro de una frontera establecida o un área delimitada geográficamente.
En esta guerra de nada sirven las armas tradicionales. Se necesita una fuerte y efectiva batalla ideológica. Un tanto similar a la guerra psicológica e ideológica que se dio lugar durante la Guerra Fría.
… “Los conceptos de libertad, democracia y la voluntad de respetar los derechos humanos prevalecieron en 1989, sin que se disparara un solo tiro por parte de Occidente”…
Se ha probado que más se logra con las ideas que con las armas y los fundamentalistas islámicos cuentan con su mejor arma: la religión.
Se utiliza para llevar cabo todos sus fines, sin importar que inocentes mueran en el camino, al contrario, se convencen de que Dios se los exige y como en siglos pasados se arma una verdadera guerra en nombre de Dios.
El lavado de cerebro que sufren desde niños, voluntaria o involuntariamente, es tan poderoso y tan arraigado en la sociedad, que se vuelve una verdad absoluta y el único camino aseguir.
No se trata de justificar sus acciones o absolverlos de sus culpas y crímenes, simplemente se trata de poner la situación en tela de juicio y comprender que incluso, son victimas del odio que emana y produce su sistema, de la impunidad y ceguera de la Comunidad Internacional.
Las guerras como años atrás se libraron, quedaron exactamente ahí, en el pasado. Las batallas que se luchan hoy en día contra el fundamentalismo, el integrismo y el yihadismo, deben lucharse con otras armas. Desde adentro de las cúpulas de poder, desde donde se forman las doctrinas y mandos, para lograr un cambio verdadero. Con educación, con valores y credos que contrarresten la sed de sangre amparada y justificada en el amor a Dios.
Tanto las potencias occidentales, como las OG tienen culpa, porque no se exige un verdadero alto, no se toman las medidas adecuadas para controlar o derrocar a los líderes que promueven la muerte, inclusive para enemistarse con los países terroristas que fomentan y apoyan esto.
La agenda mundial, sus prioridades y métodos deben cambiar radicalmente y enfocarse en librar la nueva tendencia de guerra.
¿Qué tanto ha servido invadir territorios, buscando a los terroristas, si estos ya están en su propia casa?
Los países políticamente, económicamente y comercialmente poderosos apoyan y financian a los grupos terroristas, a los medios de comunicación y propagación con la finalidad de adiestrar y reclutar fieles para sus propios fines, en aras de su Yihad.
La globalización ha potencializando estas “dinámicas” internacionales, se ha intensificado y expandido el terrorismo, el crimen organizado y estas “guerras asimétricas”, la fuerza de los medios de comunicación y las redes sociales han impulsado aún más la relevancia de la Guerra en nombre de Dios.
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