JESÚS COLINA
El nombre era terrible, pero la “enfermedad K” no era un virus letal. Era la genial invención del profesor Giovanni Borromeo y de los religiosos del Hospital de los Hermanos de San Juan de Dios, que se encuentra en la Isla Tiberina de Roma, para salvar la vida de decenas de judíos perseguidos por los nazis durante la Segunda Guerra Mundial.
Cuando las SS entraron en el hospital, médicos y religiosos explicaron a los alemanes que detrás de las puertas de dos salas especiales se encontraban enfermos que padecían esa terrible enfermedad, algunos en estado terminal. Los oficiales no se atrevieron a abrir las puertas.
Se hubieran encontrado con familias judías. En una sala, se encontraban los hombres, en la otra, las mujeres y los niños.
Para recordar esta gesta de creatividad y valentía, la Fundación Internacional Raoul Wallenberg ha atribuido el 21 de junio el prestigioso reconocimiento de “Casa de vida” a este hospital, uno de los más antiguos y reconocidos en la Ciudad Eterna.
En el patio del sugerente centro sanitario, en medio del Tíber, se ha colocado una placa en presencia de los máximos representantes de la comunidad judía de Roma, en particular de su presidenta, Ruth Dureghello, del vicepresidente del hospital, el hermano Giampiero Luzzatto, del presidente de la Fundación Museo de la Shoá de Roma, Mario Venezia, y de directivos del hospital religioso.
La emoción empañó los ojos de muchos de los presentes cuando tomó la palabra Luciana Tedesco, quien durante la ocupación alemana, era una niña de diez años. En este hospital pudo salvar la vida, junto a su familia.
“Creo que en este hospital no había ningún enfermo”, explicó sonriendo Luciana, quien hoy tiene 83 años. “Todas las personas que yo pude ver estaban sanas. Éramos refugiados que aquí pudimos encontrar una casa”.
En la ceremonia se recordó al superior de esta comunidad de la Orden de San Juan de Dios, el religioso polaco Maurizio Bialek, quien en los sótanos del hospital instaló una emisora de radio clandestina, que estaba en contacto continuo con los partisanos de Roma y la región.
A los falsos enfermos, los religiosos les dieron documentos y refugios alternativos en los monasterios de la capital italiana.
El profesor Borromeo, médico sumamente prestigioso en esa época, tenía buen sentido del humor, y bautizó a la enfermedad de su invención con la letra “K”, la misma inicial del oficial nazi en Roma, Herbert Kappler. “K” era también la inicial del tristemente famoso en Roma general Albert Kesselring.
En la ceremonia también participó otro superviviente, Gabriele Sonnino, quien entró en el hospital el 16 de octubre de 1943, a los cuatro años: “Había niños de mi edad —revela a Aleteia.org—. No podíamos hacer nada en todo el día, y no sabíamos por qué estábamos encerrados allí. Creíamos que era un castigo. Hoy sabemos que fue salvación”.
Gabriele recordó en la ceremonia al hermano Mauricio Bralek con lágrimas en los ojos: “Fue mi segundo padre. Le debo la vida”.
La placa que ahora verán las miles de personas que todos los días atraviesan el patio del hospital, según explica la Fundación Internacional Raoul Wallenberg, recordará que “este lugar fue un faro de luz en las tinieblas del Holocausto, y nuestro deber moral consiste en recordar a estos grandes héroes para que las nuevas generaciones puedan reconocerlos y apreciarlos”.
Fuente:cciu.org.uy
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