Hasta el momento de este escrito solo sabemos que el atacante de Niza era un francés de ascendencia tunecina; no conocemos aún sus motivaciones o sabemos si formaba parte de alguna organización. Sin embargo, podemos ir adelantando las siguientes notas:
MAURICIO MESCHOULAM
AGENCIA DE NOTICIAS ENLACE JUDÍO MÉXICO – El terrorismo es una clase de violencia en franco aumento. El Índice Global de Terrorismo en su última edición muestra un incremento de atentados a razón de 80% por año en los últimos años; podemos estimar que la tendencia al alza se mantiene.
Parte de las causas de este aumento se encuentran a la vista con el ataque de Niza. El objetivo de un ataque terrorista no es matar gente –ese es el instrumento-, sino causar un estado de terror y conmoción, para, a través de ello, canalizar algún mensaje, reivindicación, generar afectaciones a opiniones, actitudes, conductas, y así producir presiones o conseguir metas políticas de muy diversa índole. Estos objetivos se alcanzan de manera mucho más efectiva en la medida en que se consigue atraer la atención de medios de comunicación y se logra un impacto masivo en redes sociales. Las conversaciones en todas partes del mundo giran en torno al ataque. Se comparte videos, imágenes y textos. Así, se reproduce una y otra vez el atentado, y con ello, el efecto de terror llega lejos y llega hondo. Esta eficacia incentiva que ataques similares se sigan cometiendo.
Nuevamente los símbolos. Nuevamente Francia, ahora, en su fiesta nacional, 14 de julio. Celebraciones por el día de La Bastilla. También el componente turístico y la particular atracción del puerto. Todos esos elementos contribuyen a impactar la psique colectiva, no solo en Francia.
Sin saber si el atacante de Niza actuó solo, podemos efectuar esta contextualización: (1) Hay un importante número de células jihadistas operando en países como Francia o Bélgica. Muchas de estas se ubican justamente en Niza, un sitio de alta concentración de población musulmana. Varios cientos de personas procedentes de países como Francia fueron a parar desde 2012 a las filas de organizaciones como ISIS en Siria e Irak. Decenas de estas personas han regresado a Europa y se sabe que están preparadas para cometer atentados; (2) Sin embargo, en la actualidad, muchos de los atentados son perpetrados por atacantes o lobos solitarios. En Occidente, 70% de las muertes por terrorismo se producen en ataques de esta naturaleza. Debido a que estos atacantes no tienen un contacto logístico u operativo con organización alguna, no hay transferencia de recursos o armamentos ni coordinación de movimientos, estos son los ataques más difíciles de detectar y prevenir.
Por lo pronto, simplemente decir que sea una célula –con alta, mediana, baja o nula vinculación con una red terrorista mayor como pudiera ser ISIS- o bien, sea un atacante solitario, nos encontramos ante un atentado de un relativo bajo nivel de sofisticación. La verdad es que no se necesita haber ido a Siria o Irak y recibir entrenamiento mayor para conducir un camión y arrollar a cientos de personas con él, o incluso disparar con armas como las que se encontraron en el camión. Se trata de un ataque llevado a cabo sobre un objetivo considerado suave o blando. Es decir, zonas públicas con alta concentración de gente, poco o débilmente resguardadas, en donde un atentado como el que vimos cuenta con una enorme capacidad de dañar. Así que independientemente de quién es el atacante, independientemente de sus motivaciones o potenciales ligas con alguna organización, nos encontramos frente a un enorme reto para las agencias de seguridad. La determinación y protección de objetivos blandos se vuelve para ellas una prioridad máxima.
Lo anterior, por supuesto, arroja un número de consideraciones tácticas y medidas de corto plazo. Estas consideraciones tienen que ver con la logística de espacios públicos como aeropuertos, estaciones de tren o autobús, cines, centros comerciales y plazas públicas. Las medidas en el corto plazo también tienen que ver con cómo ir mejorando las capacidades de inteligencia, para –sin perjudicar los derechos y la convivencia democrática, un tema nada simple- prevenir atentados o al menos reducir su frecuencia.
Pero más allá de eso, es evidente que, si no estamos preparados para comprender mejor la serie de fenómenos que rodean, motivan y suceden a atentados terroristas, seguiremos padeciendo su incremento. En este diario hemos hablado de ello una gran cantidad de veces. Acá lo resumo de la siguiente manera:
No hay una sino muchas clases de terrorismos. Alrededor de 99.5% de muertes por esta clase de violencia ocurre en países no occidentales; 80% de estos ataques ocurre solo en cinco países: Irak, Siria, Afganistán, Pakistán y Nigeria. En esos países el terrorismo se correlaciona con temas como la inestabilidad, el conflicto armado, la violencia perpetrada por los gobiernos, la criminalidad, la corrupción y la falta de respeto a derechos humanos. Es decir, para reducir la capacidad operativa y el caldo de cultivo de grupos como ISIS, no basta terminar con sus líderes o eliminar sus bases. Hace falta estabilizar y generar condiciones de paz estructural en los muchos países donde opera tanto su matriz, como sus distintas filiales. En cambio, los estudios efectuados en países miembros de la OCDE (IEP, 2015), encuentran que concretamente en sitios como Francia o Bélgica el terrorismo se correlaciona con factores socioeconómicos, con la exclusión, la criminalidad y marginación que se ubica en vastas comunidades, muchas de ellas de ascendencia extranjera. Esto no significa que todos los terroristas procedan de dichas comunidades, pero sí una mayoría.
En otras palabras, la atención integral al problema del terrorismo pasa por medidas de corto plazo como lo son medidas policíacas, de inteligencia y de seguridad, y políticas de mediano y largo plazo que incluyen el cómo comunicar estos actos, cómo contrarrestar la actividad en redes sociales e Internet de agrupaciones y células terroristas para atraer más reclutas, políticas para reducir las desigualdades, acciones que promuevan la integración de comunidades marginadas en países occidentales. Y por el otro lado, también se requiere de acciones que, en lugar de atizar las llamas, generen pasos concretos para de una vez por todas estabilizar conflictos como el sirio, el yemení o el libio, y promuevan condiciones para fortalecer las instituciones y la gobernabilidad en sitios como Irak y Afganistán.
Todo eso. Porque la falta de todo eso termina en París, Bruselas, Estambul, Bangladesh, Bagdad, San Bernardino, Orlando, y hoy, Niza.
Autor: Mauricio Meschoulam
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