ANSHEL PFEFFER
Los manifestantes seculares de hace tres años fueron reemplazados este viernes por muchos hombres y relativamente pocas mujeres con la cabeza cubierta, que pusieron fin al dominio del ejército a favor de una nueva era que no será necesariamente más democrática o unificada.
Hace tres años, marcharon desde la Avenida Istiklal hasta la Plaza de Taksim, divididos en grupos. Miembros de los sindicatos marxistas, kamalistas, kurdos y miles de personas comunes, miembros de la clase media secular y de todo el espectro político, se unieron en protesta contra el presidente (entonces primer ministro), Recep Tayyip Erdogan.
Fue una enorme demostración de fuerza contra el dominio del líder del Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP). La razón oficial de las protestas fue la campaña para salvar el parque Gezi, una pequeña área verde en el corazón de la metrópolis de Estambul, que los secuaces de Erdogan – el alcalde de Estambul y un consorcio de empresarios – planeaban reemplazar con un enorme centro comercial. Pero por encima de todo, era un desafío a Erdogan. Al llegar a Taksim, la policía trató de dispersarlos con cañones de agua, gas pimienta y gas lacrimógeno. Decenas de miles permanecieron en el parque, mientras que las protestas se extendían a otras partes de Turquía.
En esas semanas, había quienes pensaban que el control de Erdogan se debilitaba. Finalmente, la policía logró desalojar a los manifestantes de Taksim, y la municipalidad abandonó los planes de construcción. El sucio y descuidado parque Gezi siguió intacto en el corazón del bullicio y el aire contaminado del centro de Estambul.
Los últimos tres años no han sido fáciles para Erdogan. Posiblemente haya logrado perpetuar su gobierno, convirtiéndose en un presidente con amplios poderes, pero no logró asegurar la mayoría necesaria para hacer cambios radicales en la constitución nacional. La seguridad de Turquía se deterioró, luego de que no logró domar al tigre islamista que intenta tomar el control de Siria e Irak del otro lado de la frontera y a su vez, el país se convirtió en un blanco de ataques suicidas de ISIS.
Tres millones de refugiados sirios inundaron Turquía, algunos intentando llegar a la Unión Europea, y la economía, que prosperó durante gran parte del mandato de Erdogan ha entrado en recesión, e incluso el acuerdo de paz con la minoría kurda, considerado su principal logro, se ha perdido con los nuevos enfrentamientos en el este de Turquía y al otro lado de la frontera con Siria. A pesar de todo esto, Erdogan continuó tratando de aumentar su control sobre el ejército y el sistema judicial. Estas fueron las condiciones en las que ocurrió el fallido golpe militar este viernes.
La noche del sábado, decenas de miles de personas marcharon de nuevo a través de Istiklal hasta llegar a la plaza. Esta vez, fueron principalmente los residentes de los barrios obreros de Estambul, donde creció Erdogan, el joven activista islamista. A primera vista, era difícil distinguirlos de los miles que se reunieron en Taksim hace tres años; ambos grupos ondeaban cientos de banderas de Turquía, pero al acercarse se notaba la diferencia. Los manifestantes del parque Gezi sostenían imágenes de Mustafa Kamal Ataturk, padre de la Turquía secular. El sábado, éstas fueron reemplazadas por el perfil del bigote del actual presidente. Hace tres años, las mujeres seculares en jeans y con el cabello descubierto estaban al frente de la protesta. El sábado, la gran mayoría eran hombres y las mujeres jóvenes que se unieron tenían su cabeza cubierta.
Fue su segunda noche en las calles. El viernes, salieron para evitar el golpe. Atestaron los puentes sobre el Bósforo y desafiaron a los soldados con vehículos blindados. Otros marcharon hacia el aeropuerto Ataturk de Estambul, donde esperaban la llegada de Erdogan y se colocaron frente a los tanques que se habían retrasado en tomar el control del punto estratégico.
En la primera noche, había miembros de partidos de la oposición entre ellos, algunos de los cuales habían salido a las calles tres años antes para protestar contra Erdogan y ahora salieron de nuevo para oponerse a un golpe militar contra el gobierno elegido democráticamente. El sábado, las manifestaciones eran exclusivamente de los partidarios del partido AKP. Las consignas de la democracia fueron reemplazadas por los gritos a favor de Recep Tayyip. Era un ambiente de júbilo, pero también más violento y nacionalista, con informes de violencia contra ciudadanos kurdos y vandalismo en las oficinas del partido opositor kurdo HDP.
Una manifestación más pequeña tuvo lugar en la entrada del aeropuerto, donde Erdogan había pasado la mayor parte del día, por temor a que los residuos de las fuerzas golpistas sigan en libertad, hasta llegar a una tercera manifestación de sus partidarios en una de los baluartes de su partido en un barrio de la zona asiática de Estambul. Erdogan aún tiene que regresar a la capital de Ankara. Existen informes contradictorios sobre aviones F-16 que fueron operados por pilotos a favor del golpe de Estado. Mientras tanto, la batalla por el aeropuerto Ataturk ya es parte de la mitología de la noche, la noche del fallido golpe militar.
El domingo por la mañana, el centro de Estambul todavía parecía estar bajo el efecto de la resaca. Tras dos noches y un día de exaltación nacionalista, muchas de las calles estaban casi desiertas, fuera de pequeños grupos de refugiados sirios y unos pocos turistas. Los hoteles y cafeterías alrededor de Taksim estaban casi vacías. En el aeropuerto, donde los aviones apenas despegaron durante la mayor parte del sábado y están volviendo poco a poco a la actividad, miles de turistas seguían varados, muchos de ellos pasajeros en tránsito en espera de un avión para volver a sus países. Algunos ya han pasado una segunda noche durmiendo en el piso de la terminal. Este es un claro recordatorio de la profunda crisis en la industria turística de Turquía, que surgió desde que comenzaron los ataques del Estado Islámico.
Erdogan y sus seguidores aprovecharon el primer día tras el intento de golpe de Estado para detener a miles de oficiales del ejército y a casi tres mil jueces y fiscales. Si alguno de los miembros de la oposición tenía una ligera esperanza de que el golpe de Estado fallido haría que el presidente cambiara de rumbo hacia una política más inclusiva, se evaporó rápidamente.
El lunes, los turcos volverán al trabajo en un país más dividido que nunca, ante una serie de factores económicos, de seguridad y crisis diplomáticas.
El domingo por la mañana, un vehículo de dispersión de disturbios con un cañón de agua se encontraba en una de las esquinas de la Plaza de Taksim. No había sido utilizado en los últimos dos días, ya que no había necesidad. Del otro lado había un vehículo blindado del ejército utilizado por los soldados que habían formado parte del golpe. El vehículo había sido bloqueado por cientos de civiles que lo rodearon la noche del viernes. El símbolo del control de Erdogan frente al símbolo de fuerza una vez omnipotente de los militares.
El fracaso del golpe de Estado refleja el fin de una era en Turquía. Los días en los que el ejército era la principal fuente de energía han quedado atrás. Pero la nueva era no necesariamente traerá más democracia y unidad. Es sólo otro período de lucha por el alma de este enorme país que se extiende entre Europa y Asia. Erdogan ganó esta ronda, pero ésta no fue la última batalla por las calles de Estambul y el corazón de Turquía.
Fuente: Haaretz
Traducción: Esti Peled
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