GABRIEL ALBIAC
La democracia se asienta sobre el ciudadano, como sobre el creyente se asienta la teocracia. Y son incompatibles.
Nueve días antes de la carnicería en Niza, la Asamblea Francesa hacía público su informe sobre la matanza del Bataclan (https://www.assemblee-nationale.fr/14/rap-enq/r3922-t1.asp ). Puede que haya omitido los testimonios más duros. O que haya atenuado los de algún comisario que describe las mutilaciones de las víctimas. Hay familias que amenazan con querellarse por ocultación de datos. Pero, ¿quién se atrevería a criticar ese austero pudor?
Los humanos son bestias que matan por placer. Y, en su forma más sórdida, por el placer de identificarse con alguna deidad sangrienta: así, el yihadismo. No hay diálogo que oponer a eso. Sólo una fuerza militar de intensidad más alta. Pero que nadie sueñe con borrar a esos bárbaros por procedimientos benévolos o persuasivos. La guerra será larga. Y la muerte abundante. La pagaremos todos.
La semana pasada, Niza. El simbolismo de la fecha es claro: el día que conmemora el nacimiento de eso a lo cual llamamos condición ciudadana. El 14 de julio de 1789 es el momento luminoso de la Revolución. Y el nacimiento de la Europa contemporánea. Esto es, de la democracia. Vendrán, más tarde, las tinieblas; como acaban por venir siempre en todos los inventos humanos. Más tarde: cuando llegue el tiempo de la autodestrucción, que culmina en la primavera del Gran Terror de 1794.
Pero la fiesta nacional, al instalarse en aquel 14 de julio, apostó por el tiempo de la común fraternidad: la gran fiesta sin remordimiento. Chateaubriand, que vería exterminar luego a toda su aristocrática familia, narrará, sin embargo, la escena del fin de la Bastilla con mezcla de ironía y de ternura: “A aquella cita acudieron los oradores más famosos, los escritores más conocidos, los actores y las actrices de mayor fama, las bailarinas más de moda, los extranjeros más ilustres, los señores de la corte y los embajadores de Europa: la vieja Francia venía allí para acabar, la nueva para comenzar”. Había mucho en ello de malentendido: “al arrasar la fortaleza, el pueblo creía estar rompiendo el yugo”. El yugo retornaría. Hasta la atroz locura de cinco años más tarde. Pero aquel 14 de julio quedará como el instante gozoso de la invención del hombre libre. Y la fiesta nacional quedará, en Francia, como una descomunal verbena, a salvo del veneno político.
La fecha del atentado era, así, perfecta. Un 14 de julio nació el sujeto político “ciudadano”. Lo que el yihadismo veta. Porque ciudadanía le es un concepto blasfemo. La democracia se asienta sobre el ciudadano, como sobre el creyente se asienta la teocracia. Y son incompatibles.
Atentar en esa fecha era un mensaje. Inequívoco. Contra la libertad política. Que el islamismo abomina, porque la libertad exige un mundo racional, al cual el teócrata declara la guerra. Racionalidad y teocracia se excluyen; no hay conciliación posible. El creyente lanza su camión contra hombres, mujeres, niños… Y a eso llama piedad: limpiar de infieles el mundo. De infieles, de ciudadanos, de hombres libres.
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